Por José Leonardo Rincón, S. J.*
Inútilmente
las tasas impuestas por el Banco de la República han llegado a los dos dígitos
con el objeto de frenar el fenómeno inflacionario. El consumo se mantiene y la
demanda sigue siendo alta, ignorando de facto las consecuencias de tal
comportamiento. Se supone que, frenando la demanda, la oferta se obliga a bajar
los precios, es la teórica regla, porque la gente acostumbrada a un estatus y
un determinado nivel de vida pareciera importarle un bledo tener que pagar más.
De
manera descarada los precios de todos los productos están por las nubes. Tres
libras de chocolate que estaban en 14 mil pesos hoy sobrepasan los 20 mil. Una
garrafa de aceite de cocina que costaba 23 mil pesos hoy asciende a 50 mil. Un
mercado de aseo que se hacía en 250 mil hoy no baja de 400 mil. Para poner unos
ejemplos de la canasta familiar. Pero la historia se repite en todo lo demás. Ya
lo habíamos escuchado respecto de los materiales de construcción que o no se
consiguen o se encuentran a precios exorbitantes. Los pasajes del transporte intermunicipal
y los tiquetes aéreos, no se diga. Subieron 200 pesos el galón de gasolina y
todo el mundo se sintió autorizado a elevar los costos de todo a su antojo. No
hay control.
La
pregunta es ¿hasta cuándo? Ningún bolsillo, por más acomodado que sea, va a
resistir esta dinámica indefinidamente. Por supuesto, los más afectados son los
más pobres. Dejarán de serlo para pasar a un nivel de miseria, pues con un
salario mínimo ¿Quién puede sobrevivir? Y los que ya estaban sin nada,
¿condenados a morir de hambre?
El
problema no es político interno. Sería una conclusión simplista e ignorante. El
problema es global, complejo y en aumento. Pareciera ser una nueva estrategia
mundial pospandemia para seguir buscando la disminución de la población humana.
La guerra mundial en ciernes es una opción rápida, pero demasiado letal y
costosa para quienes sobrevivan y deban reconstruir lo poco que quede. Que la
gente muera de hambre por desabastecimiento, que muera de frío en el próximo
invierno porque no hay gas para calentarse, podría resultar un método menos
impactante y de aparente selección natural donde solo sobreviven los más
fuertes. ¿A eso se refieren con el nuevo orden mundial?
Están
resurgiendo las protestas sociales, cada vez más en número y en nivel de
agresividad. Es una nueva edición, revisada y aumentada de problemas agravados.
La responsabilidad, repito, no es del Gobierno de turno, sino de un mal
endémico que nos agobia hace décadas y que deliberadamente hemos querido
ignorar. La insaciable voracidad económica de personas y grupos, su mezquindad
para no querer atender las necesidades de las mayorías, el querer ser dueños
del mundo, esa tentación de querer ser como dioses que todo lo controlan y
manejan, esa insensibilidad ante el dolor ajeno, esa indiferencia ante los
agobiantes males que vivimos… ¿vamos a seguir así?, ¿hasta cuándo?