Por Epicteto, el opinador*
Honda preocupación
nos deja el repaso de las diarias columnas y mensajes de las redes sociales,
pues se trata de una larga cadena de conjeturas sobre las causas del desastre
nacional y de quejidos por la sucesión interminable de disposiciones absurdas o
aterradores anuncios por parte de quienes ahora gobiernan. Todo dentro de la
más absoluta anarquía, falta de coordinación y sin sujeción a un elemental plan
de respuesta a la adversidad.
Es la mejor
demostración de la falta de liderazgo, de la ausencia de objetivos claros y de
eficaces estrategias que nos permitan superar algún día la postración a la que
ha sido conducido nuestro amado país.
Conviene regresar a
la serenidad que nos brinda nuestra paz interior. Cuando cada uno de nosotros
piense y obre de acuerdo con la razón, con el deseo de hacer el bien y con el
desprendimiento que exige la crisis de valores que nos agobia, podremos
contribuir a la convivencia y al bien común.
No busquemos la
solución fuera, si somos cada uno de nosotros el dueño de su propio destino.
Me escribía un gran
profesional y patriota que existen soluciones para la hecatombe que comienza a
desarrollarse frente a nuestros ojos. Claro que sí existen. Pero hay que
regresar a los principios fundamentales: garantizar el derecho a la vida a
todos los compatriotas, velar por la adecuada educación de los jóvenes,
eliminar las causas de violencia como el narcotráfico, castigar efectivamente
la corrupción y el crimen en general, devolver al país la soberanía entregada
en el acuerdo con los terroristas en La Habana. Es mucho lo que hay por hacer.
En el blog “forumchristi” leí la síntesis de un programa para Colombia: salvación,
reconstrucción y crecimiento.
“En
lugar de los quejidos y las conjeturas que a nada conducen, con la tranquilidad
que impone la hora actual me permito convocar a los colombianos a que
trabajemos cada uno para devolver a nuestra sociedad los valores universales
que hemos abandonado.
Conformemos
una gran unidad partiendo de aquello que de verdad nos une: Nuestra
patria chica y nuestra ocupación u oficio. A partir de las marchas periódicas
de protesta, creemos células municipales de empresarios en las diferentes
ramas, estudiantes, empleados, amas de casa, etc. Con esas células comencemos
la creación de comités departamentales y estos, a su turno, darán lugar a una
federación nacional representativa de todas las fuerzas vivas del país, sin
participación de la política que ha conducido el país al mayor fracaso de su
historia. Una democracia orgánica, desprovista de intereses burocráticos, no
contaminada por la corrupción y fundamentada en los principios de la
civilización cristiana.
Me
pidieron algunos una propuesta para el país y creo que no hay otra que la que
sale de la recta razón. Como diría Marco Aurelio: “…no es lícito oponer al bien
de la razón y de la convivencia otro bien de distinto género, como, por
ejemplo, el elogio de la muchedumbre, cargos públicos, riqueza o disfrute de
placeres.”[1]