Por José Alvear Sanín*
En Caldono lo de menos fue el bien comentado asunto del “enemigo
interno”, porque Petro aprovechó para un completo spogliarello, como
dirían sus antepasados italianos, que él oculta en su reciente y destructora diatriba,
revanchista y woke.
Después de dejar una considerable huella de carbono el jet
oficial aterrizó en Popayán, y desde allí Petro y su comitiva se desplazaron
por tierra, dejando una discreta estela de CO2, hasta Caldono, donde el gran
incumplido exaltó el valor del tiempo, que no le alcanzará, al parecer, para
cambiar, en cuatro años, todo lo malo que se ha hecho en los quinientos
anteriores.
Dejando de lado las conjeturas sobre si el mensaje acerca
de la fugacidad del tiempo es para ambientar la necesidad de prolongar su mandato
por dos o tres períodos, lo indudable es que su discurso en esa localidad, el
pasado 12 de octubre, es el más diciente salido de su irrefrenable locuacidad.
Exceptuando lo del “enemigo interior”, que tocaré antes de
pasar a mayores, poco se ha comentado del resto de esa intervención de 39
minutos (que he seguido en la versión de la Presidencia, que puede estar
editada), en la que Petro se expresó con el mayor desparpajo, revelador de su
psicología e indicador del rumbo inexorable de su gobierno.
Acusó al “enemigo interior” de entorpecer la compra de los
3’000.000 de hectáreas, lo que se interpretó como advertencia dirigida al
vetusto ministro de Hacienda, el único algo preparado de su gabinete, quien se
había atrevido a decir que esa operación no puede hacerse con la emisión de
TES.
Como la utilidad político-mediática de Ocampo no ha pasado
todavía, de regreso a Bogotá Petro trinó:
“El enemigo interno es el
acumulado de normas y efectos, todos en la Administración Nacional, durante
décadas, para mantener intereses particulares poderosos e impedir los cambios
en favor de la gente”.
Así que su “enemigo interno” no es una persona, sino un
espíritu, obviamente mal intencionado, que —supongo— anima “normas y efectos”…
Dejando de lado lo abstruso y abscóndito del trino, da
entonces la impresión de que el redomado materialista de su autor se acerca
ahora al idealismo alemán o a un gaseoso espiritismo, para encontrar una
manifestación vital que coordine esas “normas y efectos” en su contra.
A continuación, el orador defendió su plan de despojo de
los cotizantes de pensión. Allí no ve expropiación. En cambio, sí acusa a los
dos banqueros más ricos de haber “expropiado” —en favor propio, supongo— parte
de los fondos pensionales.
La anterior es una acusación gravísima. Nadie ignora que el
más rico de los banqueros es Luis Carlos Sarmiento, pero no sabemos quién es el
segundo. No debe referirse al señor Vélez, quien opera en el Brasil, lo que nos
conduce, quizás, a Gillinski.
Ahora bien, si a Petro le consta que esos banqueros han
realizado esa expoliación, ¿cómo es que no los ha denunciado o expropiado? Si
lo primero, es cómplice; si lo segundo, está en mora de hacerlo.
Más tarde volverá sobre la prensa de propiedad de los mismos
dos banqueros. ¿Estará pensando en El Tiempo y Semana?
Desagradecido, entonces, con ambos magnates, cuyos medios
adoptaron en sus publicaciones “la neutralidad omisiva”, que durante tantos
años le permitió a Petro avanzar hacia el poder, desde el cual ahora podrá
atemorizarlos, o expropiarles tanto los medios como los bancos, cuando llegue
el momento en el proceso revolucionario.
A continuación habló de la sangre derramada de Gaitán, de
los diálogos regionales vinculantes, de “Colombia, potencia mundial de la vida”
y de los oligarcas que viven en Miami y Madrid, (¡pero no de los que descansan
en palacetes de la Toscana!), para ocuparse luego de la “paz rápida” porque
para él, los que militan en organizaciones armadas no son hijos de oligarcas ni
herederos de esclavistas, categorías que una y otra vez salen a relucir en la
perorata.
Siguió entonces hablando de la urgencia de una organización
popular, que presione al gobierno y al Estado, formada por el pueblo, millones
en las plazas, los campos y las universidades, dispuestos a acompañarlo y
organizados como un movimiento social. A ese gobierno de multitudes le pide no
perder ni un segundo, porque el tiempo vuela. De no contar con ese pueblo
organizado, puede pasar lo mismo que con “la sangre de Gaitán, corriendo hacia
las alcantarillas”.
Aumenta la calentura: el pueblo unificado, las fuerzas
populares, la acumulación de resistencias milenarias… el tiempo que no tiene…
Hay que cambiar en cuatro años lo que no ha cambiado en quinientos… Las razas
no existen (pero más de una vez habla de un comité interétnico para asegurar la
paz entre negritudes e indígenas... la distribución de las tierras de la
reforma agraria… La Fiesta de la Raza es fascista (¡), y él la cambia por la
Fiesta de la Resistencia…
También nos habla de funcionarios que solo quieren el
billete (¡pero no habla de ciertas bolsas negras repletas de ellos!), y vuelve
con la sangre de Gaitán y las alcantarillas…
Hago este mini resumen del discurso de Petro, el 12 de
octubre en Caldono, ante la minga, e invito a los lectores para que tengan la
paciencia masoquista de escucharlo, porque allí está él verdaderamente,
encendiendo la lucha de clases en un país de terratenientes blancos, oligarcas
y herederos de esclavistas. Petro en cambio “tiene que vestirse de paño cuando
debe recibir gringos”.
Falta mucho, pero lo peor que puede hacerse es destruir la
base extractivista de la economía nacional para convertir al país en un
narcoestado; sustituir la democracia representativa por la dictadura
tumultuaria; decrecer para nivelar por lo bajo; cambiar la agricultura
productiva por la minifundista estéril; cambiar un sistema de salud de
cobertura universal por otro de corte burocrático y clientelista; premiar la
violencia con la impunidad; sostener la población a base de subsidios exiguos,
en lugar de fomentar el crecimiento y la generación de empleo; y llevarnos a la
órbita castro-chavista…
¡Cuando escucho al demagogo Petro en la plaza pública, veo
con claridad quién es el verdadero enemigo interno!