Por José Leonardo Rincón, S. J.
Parecieran
ser lo mismo, pero no lo son, aunque estén relacionadas.
En
el efecto cascada organizacional, todas las funciones, tareas y
responsabilidades, en realidad son una delegación. Quien tiene la autoridad
porque ha sido nombrado o elegido, no puede ejercerla sin contar con un grupo
de coequiperos que le ayuden a realizar la misión encomendada. Como no puede
hacer todas las cosas, por más multi task que sea, tendrá siempre y en
lo posible que rodearse de los mejores si quiere alcanzar sus metas y grandes
propósitos. Lo delicado del asunto estriba en que cada uno de los delegados debe
cumplir con sus tareas y ejercer bien sus responsabilidades para que todo salga
bien. Cuando esto no ocurre la entidad se resiente, se deteriora, se desgasta,
se vuelve mediocre. Tan importante, por tanto, saber delegar y a quién delegar.
Puede
ser por delegación o para un asunto concreto, la facultación otorga una
prebenda especial asociada al objetivo por lograr. Se faculta a alguien para
que pueda con propiedad y autonomía realizar lo que se le confía. Se le
entregan los medios y las herramientas para que saque adelante el asunto
concreto entre manos. Error grave sería que quien esté facultado no haga lo que
debe hacer: se trataría de una omisión imperdonable, pues tenía en sus manos no
solo la posibilidad sino también la obligación de hacerlo. La empresa, la
compañía, perderá eficiencia, incurrirá en sobrecostos, dilatará positivos
resultados.
El
empoderamiento supone la delegación y la facultación y va más allá todavía porque
encierra confianza plena y da un margen de maniobra más amplio y completo. Empoderar,
literalmente significa otorgar poder y el poder, como se dice, es para poder. Por
supuesto que razonablemente excluye entenderlo como el neto posicionamiento
jerárquico para implicar, sobre todo, la capacidad de mostrar resultados en el
corto y mediano plazo. Es verdad también que no se puede empoderar a cualquiera,
sería irresponsable y de alto riesgo pues decisiones mal tomadas pueden
conducir a la debacle.
Se
delega, se faculta y se empodera para servir de la mejor manera. Cada uno en su
lugar y rol correspondiente, haciendo las cosas con calidad y buscando la
excelencia. Cuando se delega hacia arriba o subdelega en mediocres, cuando se
saca el cuerpo a la responsabilidad, cuando se ejerce mal el poder, repito, las
organizaciones se estancan, pierden competitividad, desvirtúan su core,
se vuelven impertinentes. Funcionarios flojos abundan y por eso estamos como
estamos. La gente quiere ganar buenos salarios y ascender en posiciones sin
hacer mayor esfuerzo y sin exigirse.
Los
líderes tienen aquí un gran reto, insisto: rodearse de los mejores. Los malos
funcionarios llorarán siempre que se les exija, no querrán nunca que se les
audite, serán cual vividoras e insataladas rémoras que ralentízan cualquier
emprendimiento.
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