José Leonardo Rincón, S. J.*
Aprobada
en primera vuelta por el Congreso, la propuesta de poner a pagar impuestos a
las iglesias no ha faltado quien considere que tan impactante iniciativa
obedece a un orquestado complot global antieclesial. Y si el asunto se suma a
noticias de intento de quemas de templos, escándalos de curas pederastas, entre
otras muchas, el panorama pareciera ser realmente alarmante. No comparto tal
apreciación y más bien quisiera que miráramos con sentido crítico el tema. Vamos
por partes.
Que
se pague impuestos no me parece ninguna novedad. De hecho, ya pagamos impuestos
y en una cifra bastante considerable debido al predial, IVA, ICA, al consumo, etc.
Lo que se pide pagar ahora es el impuesto a la renta del cual se estaba exento
como beneficio tributario aquí en Colombia. Es verdad que se incrementarán los
pagos buscando cobrar lo que ya todo el mundo paga. El rasero debe ser el mismo
para todos, pues al fin y al cabo somos ciudadanos y debemos contribuir al
sostenimiento de lo público. Al César lo que es del César y a Dios lo que es de
Dios, afirma Jesús en su Evangelio. Y la autora del proyecto dice: si se
comportan como empresas, deben pagar como empresas. Tiene razón. Negocios son
negocios y distan bastante de la labor estrictamente evangelizadora propia del
core misional. Por eso se contempla que las labores de orden sacramental,
educativo y de beneficencia, no deben tasarse. Me parece justo, pues son
esencialmente servicios que, si bien no tienen ánimo de lucro, tampoco tendrían
por qué suscitar pérdidas. No me angustia pagar impuestos, lo que me preocupa
es que se roben esa plata. Eso es otra cosa.
Como
Iglesia se nos cuestiona fuertemente porque predicamos y no aplicamos. Hemos
sido los adalides de la moral sexual y se han puesto en escandalosa evidencia
los abusos a menores y personas vulnerables. No es una política institucional,
ni es cierto que la Iglesia sea una escuela de pederastas, pero es verdad que
aterra el número de casos. A un cura se le ha perdonado que humanamente se
enamore de una mujer o que pueda ser homosexual, pero no que abuse de menores y
mucho menos que juzgue sin misericordia a otros cuando tiene el rabo de paja. Estos
vergonzosos acontecimientos nos tienen en la picota pública y le han hecho un
daño irreparable a la Iglesia pues han alejado a muchos de la fe. No ha sido
complot, ha sido harakiri.
Estamos
en un cambio epocal es la verdad. Nuestra sociedad ya no es teocéntrica y la
Iglesia tampoco tiene ya la última palabra. La posmodernidad nos atropella sin
habernos dado tiempo para vivir y asimilar la modernidad. Los paradigmas han
cambiado y eso no debería angustiarnos sino más bien ponernos a pensar para
sacar provecho. Hay retos nuevos que vale la pena afrontar. Llorar añorando el
pasado, lamentarse por no estar apoltronados en la cómoda zona de confort,
dolerse porque ya no somos el referente eje central, nos paraliza y resulta
inútil.
Así
el panorama, hay que poner las cosas en su justo lugar. Puede ser que haya
detractores y críticos, los tenemos, es más, los necesitamos. Y si los tenemos
en número creciente no es porque haya habido una confabulación global, sino porque
hemos dado ocasión para ello. Y lo que estamos viviendo me parece saludable
porque nos purifica y ayuda a centrarnos en lo esencial-fundamental. No hay mal
que por bien no venga, ademas que las puertas del infierno no prevalecerán
contra la Iglesia. Es hora, entonces, de ordenar la casa.