Por José Leonardo Rincón, S. J.*
Con
10 días de diferencia fallecieron en Medellín dos gigantes de la educación
católica colombiana, ambos expresidentes nacionales de Conaced, ambos
religiosos: mujer ella, dominica de la presentación: Camila de La Merced; varón
él, lasallista: Álvaro Llano Ruiz.
A
juntos los conocí; admiré y aprendí mucho a su lado. De ellos recibí su valioso
legado en la conducción del gremio de colegios más grande del país. Fueron
líderes inspiradores, apasionados por la educación, echados pa’lante como
buenos paisas, simpáticos, alegres, trabajadores incansables, frenteros,
creativos, emprendedores. A los dos les tocó sortear tiempos difíciles, pero
nunca se amilanaron. Fueron cualificados interlocutores ante los ministros de
educación, respetados por su carácter firme y decidido, por nunca ceder en el
ideario de la escuela católica. Con ellos, Conaced, la Confederación Nacional
Católica de Educación, se posicionó y consolidó como gremio. Con sus acertadas
orientaciones tuvimos un norte claro. Las federaciones crecieron y florecieron.
Sus carismas religiosos con hondo arraigo educativo los formó para ser verdaderos
educadores maestros.
En
sus presidencias aprendimos a cantar el himno de la confederación y a orarle a
Jesús Maestro. Su contagiosa mística alentaba nuestra misión de educadores. Sus
consejos sabios nos ayudaron a hacer las cosas con acierto. Su temple nos animó
a no claudicar ante las adversidades propias de nuestras tareas.
En
un contexto donde sobran docentes, hay pocos profesores y escasean los maestros;
en un país mediocre en sus resultados educativos, donde interesan más los
títulos para ascender en el escalafón y ganar más dinero, pero interesa menos poner
ese conocimiento al servicio de una educación de calidad; en un ámbito profesional
donde el educador no es valorado y su trabajo se considera de tercera, hacen
falta referentes como Camila y Álvaro.
Para
ser educador se necesita vocación. No es una tarea fácil. No basta tener un
cartón de una universidad fru-fru que
acredite unos estudios. Se requiere enamorarse de una causa, amar sus
estudiantes, contagiar el gusto por los contenidos que se enseñan, tener mucha
esperanza en un mundo mejor, combinar magistralmente la exigencia con el afecto,
la razón con el co-razón, los necesarios datos con la experiencia. Pero se
necesita, sobre todo, ser facilitador para que cada uno de los discípulos
encuentre el sentido de su vida y sea plenamente feliz.
Hoy
doy gracias al Señor por la vida de estos dos grandes educadores-maestros. Ofrendaron
lo mejor de sus vidas a cientos y miles de personas qué hoy los recordamos con
cariño y gratitud y les rendimos justo homenaje porque a ejemplo del Maestro dejaron
una huella imborrable en nuestra memoria y en nuestro corazón. Gracias Camila, gracias Álvaro.