viernes, 26 de agosto de 2022

Poner la cara

Pedro Juan González Carvajal
José Leonardo Rincón, S. J.*

“Errare humanum est” afirma taxativamente el adagio latino: es propio del ser humano equivocarse. De modo que hay que aceptar con paz que podemos errar, fallar, embarrarla o, como decimos coloquialmente, meter las patas. Nos ha pasado a todos y, claro, eso produce vergüenza, nos hace sonrojar. “Hacer el oso” no es algo deseable y nos apena. Sin embargo, repito, eso no debería acomplejarnos, sino que rápidamente deberíamos aceptarlo, asumirlo, superarlo.

A Colombia suelen confundirla con Bolivia. Guillermo León Valencia gritó “¡Viva España!” brindando con el general De Gaulle. Iván Duque tuvo su lapsus al decir “así lo querí” por querer decir “así lo quise”. Y en estos días Francia Márquez confundió “astrólogos” con “astrónomos”. Obviamente esos errores los explotan para burlarse y ridiculizar, de ahí que, sintiendo pena ajena, uno no quisiera pasar por una situación similar.

Así las cosas, todos los días acaecen equivocaciones. Eso es normal. El problema no es que acontezcan, el problema es que no se reconozcan, no se acepten, se nieguen, no se asuman. Como esas realidades evidencian nuestra fragilidad y desnudan nuestra limitación, muchas veces buscamos sacarle el cuerpo a la verdad, las ocultamos, las disfrazamos, buscamos toda clase de excusas y pretextos. Ese es un error más grave, porque si el primero no fue premeditado, sino que fue fruto de un accidente, el segundo sí es grave porque muestra nuestra incapacidad para mejorar.

A esas difíciles situaciones hay que ponerle la cara, esto es, asumir de frente y sin actitudes elusivas, nuestra responsabilidad. Cuando eso sucede, de tajo, quedamos sorprendidos y gratamente impresionados. Y el que estuvo caído se yergue recuperándose de manera instantánea. ¿Por qué no hacerlo entonces?

Entonces, no habría que decir “se cayó el sistema” cuando en realidad es que hay ineficiencia de algún funcionario; o decirle, a los pasajeros de un avión, “hay mal tiempo en la otra ciudad” cuando la verdad es otra; afirmar que el presidente está en intensas reuniones de trabajo, cuando la realidad es que tuvo un problema de salud; llegar tarde a una cita porque “había un trancón terrible”, cuando lo cierto es que se salió retrasado. Lo que fastidia es descubrir la mentira y lo que choca a tope es que lo crean a uno tonto. Tan bonito cuando se dice la verdad: estamos colapsados y no damos abasto; cometimos un error en el conteo de los pasajeros y debemos superarlo; llegué tarde porque me dejé coger la noche. No le cumplimos con su trabajo porque calculamos mal el tiempo de fabricación.

Cuando se pone la cara, la otra parte se sorprende y el malestar se supera o se asume de manera diferente. Perdón, me equivoqué. Yo asumo la responsabilidad de este asunto porque entendí mal la instrucción. Nos vamos a demorar dos días más porque nos faltó verificar un procedimiento. Hablar claro y sinceramente, lejos de empequeñecer, engrandece. Es una actitud que hay que desarrollar, una cultura organizacional que hay que aprender y practicar. Ser honestos no cuesta nada y en cambio sí muestra la calidad de las personas y el talante de cualquier entidad. Prueben y verán que es cierto.