José Leonardo Rincón, S. J.*
“Errare
humanum est” afirma taxativamente el adagio
latino: es propio del ser humano equivocarse. De modo que hay que aceptar con
paz que podemos errar, fallar, embarrarla o, como decimos coloquialmente, meter
las patas. Nos ha pasado a todos y, claro, eso produce vergüenza, nos hace
sonrojar. “Hacer el oso” no es algo deseable y nos apena. Sin embargo,
repito, eso no debería acomplejarnos, sino que rápidamente deberíamos
aceptarlo, asumirlo, superarlo.
A
Colombia suelen confundirla con Bolivia. Guillermo León Valencia gritó “¡Viva
España!” brindando con el general De Gaulle. Iván Duque tuvo su lapsus al decir
“así lo querí” por querer decir “así lo quise”. Y en estos días Francia Márquez
confundió “astrólogos” con “astrónomos”. Obviamente esos errores los explotan
para burlarse y ridiculizar, de ahí que, sintiendo pena ajena, uno no quisiera pasar
por una situación similar.
Así
las cosas, todos los días acaecen equivocaciones. Eso es normal. El problema no
es que acontezcan, el problema es que no se reconozcan, no se acepten, se
nieguen, no se asuman. Como esas realidades evidencian nuestra fragilidad y
desnudan nuestra limitación, muchas veces buscamos sacarle el cuerpo a la
verdad, las ocultamos, las disfrazamos, buscamos toda clase de excusas y
pretextos. Ese es un error más grave, porque si el primero no fue premeditado, sino
que fue fruto de un accidente, el segundo sí es grave porque muestra nuestra
incapacidad para mejorar.
A
esas difíciles situaciones hay que ponerle la cara, esto es, asumir de frente y
sin actitudes elusivas, nuestra responsabilidad. Cuando eso sucede, de tajo, quedamos
sorprendidos y gratamente impresionados. Y el que estuvo caído se yergue recuperándose
de manera instantánea. ¿Por qué no hacerlo entonces?
Entonces,
no habría que decir “se cayó el sistema” cuando en realidad es que hay
ineficiencia de algún funcionario; o decirle, a los pasajeros de un avión, “hay
mal tiempo en la otra ciudad” cuando la verdad es otra; afirmar que el
presidente está en intensas reuniones de trabajo, cuando la realidad es que
tuvo un problema de salud; llegar tarde a una cita porque “había un trancón
terrible”, cuando lo cierto es que se salió retrasado. Lo que fastidia es
descubrir la mentira y lo que choca a tope es que lo crean a uno tonto. Tan
bonito cuando se dice la verdad: estamos colapsados y no damos abasto; cometimos
un error en el conteo de los pasajeros y debemos superarlo; llegué tarde porque
me dejé coger la noche. No le cumplimos con su trabajo porque calculamos mal el
tiempo de fabricación.
Cuando
se pone la cara, la otra parte se sorprende y el malestar se supera o se asume
de manera diferente. Perdón, me equivoqué. Yo asumo la responsabilidad de este
asunto porque entendí mal la instrucción. Nos vamos a demorar dos días más
porque nos faltó verificar un procedimiento. Hablar claro y sinceramente, lejos
de empequeñecer, engrandece. Es una actitud que hay que desarrollar, una
cultura organizacional que hay que aprender y practicar. Ser honestos no cuesta
nada y en cambio sí muestra la calidad de las personas y el talante de
cualquier entidad. Prueben y verán que es cierto.