Por José Alvear Sanín
Svetlana
Alexandrovna Alexievich (1948), premio Nobel 2015, es una novelista y
periodista bielorrusa cuyo libro, El fin del Homo Sovieticus (Barcelona:
Acantilado; 2015), no dudo en recomendar como uno de los relatos más
originales, no solo para quien aspire a considerar cómo se llegó a la era
Putin.
Esta
obra nos permite asomarnos a los inmensos sufrimientos que han padecido las
gentes de lo que fue la URSS, sin cuya estimación no es posible comprender el
horror del comunismo soviético, lo que costó dejarlo atrás, ni la posterior
dictadura actual.
Aunque
la crueldad de los zares ha sido exagerada mil veces por los relatos de la
propaganda de sus sucesores, no puede negarse que la historia rusa repite una
sucesión de gobiernos despóticos que hacen pensar que la democracia jamás podrá
prosperar en los países que pertenecieron a ese imperio.
Un
Iván el Terrible y un Pedro el Grande, sin embargo, al lado de Lenin, Trotski y
Stalin, parecen mansas palomas; y en tiempos recientes, Kruschev, Bulganin y
Andropov, a pesar de ser dictadores temibles, comparados con los primeros
tiranos de la URSS han llegado a parecernos ancianos benévolos.
Algún
personaje de la Alexievich nos dice que, en cinco años, en Rusia pasan muchas
cosas, pero que en doscientos no pasa nada…, lo que nos hace pensar en la
permanencia de los rasgos propios de su pueblo, signado siempre por la
resignación fatalista ante un destino implacable, lleno de trabajo agotador y
dura pobreza, iluminado todo ello por un sentido mesiánico y religioso, que lo
purifica y lo convierte en futuro salvador de la humanidad.
Desde
luego, el comunismo significó el martirio más aterrador para las incontables
nacionalidades de la inmensa URSS, como puede verse a lo largo de todo este
libro, muchas de cuyas páginas son tan estremecedoras como las de Solzhenitsin.
Al
lado de ellas aparecen otras que tratan de la caída del socialismo. Este era
igualitario y distributivo, aseguraba la pobreza colectiva y una existencia
frugal y monótona. En cambio, la implantación de una economía de mercado —ajena
tanto a su pasado reciente como al antiguo régimen precapitalista—, ocasionó
enormes sufrimientos al pueblo mientras surgía, gracias a la corrupción
oficial, el puñado de oligarcas que se adueñaron de casi todas las fábricas, bancos
y grandes empresas del país. Al lado de inmensas fortunas, la gente padeció
incontables rigores económicos, en medio de una pobreza generalizada, creciente
indignación y cierta nostalgia por el socialismo, que incluía, en medio del
caos y el desorden, hasta desear un nuevo Stalin.
Con
la Perestroika, a partir de 1985, la euforia de la esperanza de un futuro de
libertad y progreso, libre del terror permanente, pronto dio paso al desengaño
a causa de la inflación provocada por las medidas draconianas para pasar en
pocos meses del colectivismo extremo al capitalismo más duro. En 1982, la
inflación de precios alcanzaba el 2600%, y la inseguridad callejera era
aterradora.
Ese
es el trasfondo del libro de Svetlana Alexievich, que da voz a centenares de
historias admirablemente contadas de gentes sencillas, que a pesar de recordar
los horrores del estalinismo —purgas, Gulag, brutalidad, delación—, siguen
condicionadas por la indoctrinación a la que fueron sometidos desde la cuna
hasta el sepulcro, que a muchos hace añorar el implacable “orden” de la URSS,
mientras las mafias imponen el terror callejero, y el país, improvisando
democracia, se desintegra hasta con guerras civiles como la de Chechenia.
A
la nostalgia de los ancianos y de los incontables pobres se contrapone una
juventud que no conoció el terror, desbocada en la búsqueda de una felicidad
consumista, hedonista, frenética…
En
fin, el prodigioso y terrible fresco, de 638 páginas, nos lleva hasta las
puertas de la transformación que vendrá cuando Rusia se normalice
económicamente dentro de una nueva estructura dictatorial. De ella tratará otro
libro imprescindible, Los Hombres de Putin, de la inglesa Catherine
Belton (Bogotá: Ariel-Planeta Colombiana; 2022), modelo de periodismo
económico, bien lejos, por lo tanto, del primor literario y de la narración
cautivante de Svetlana, mujer postsoviética que ha tenido que exiliarse en
Berlín, perseguida por la dictadura vitalicia y siempre comunista de
Lukashenko.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Con gusto aceptamos sus comentarios mientras no sean innecesariamente ofensivos o vayan en contra de la ley y las buenas costumbres