viernes, 19 de agosto de 2022

Así paga el diablo...

José Leonardo Rincón Contreras
Por José Leonardo Rincón, S. J.*

La dictadura en Nicaragua es tan evidente como descarada. Daniel Ortega, quien en otrora fuera uno de los líderes de la revolución popular sandinista, hoy día, apoltronado en el poder, ha olvidado los principios revolucionarios que un día lo inspiraron y se ha convertido en un tirano. No exagero si afirmo que eso pasa en las derechas y en las izquierdas y que es un mal genético de quien se queda en el poder por mucho tiempo. Y si no pregúntele a Fidel o a Pinochet, tan diametralmente opuestos en lo ideológico, como parecidos a la hora de hacerse sentir como capataces de sus pueblos.

Por eso desde estas líneas manifiesto mi malestar con la posición que adoptó la delegación colombiana en la OEA, al final de la semana pasada, cuando optó por retirarse de la sesión donde se condenó a Nicaragua por la violación de derechos humanos. Esa falta de compromiso con la carta fundamental deja mal sabor diplomático. No entiendo qué pretensiones hay con esa actitud de querernos congraciar con la dictadura de Ortega. ¿Bajar la tensión por el conflicto que tenemos en la corte de La Haya a propósito de San Andrés y sus cayos?, ¿entrar en el club de la izquierda latinoamericana haciéndose pasito con uno de sus exponentes? Mala cosa, porque la consistencia del discurso tiene que ser la misma aquí y acuyá. Uno no puede protestar aquí y hacerse el de la vista gorda allá. Derechos humanos fundamentales son los mismos para unos y para otros. No puede haber distintos raseros.

Ortega, el gran detractor de Somoza en los 70, hoy es su réplica empeorada. Uno a uno fue sacando a codazos a sus compañeros de revolución, uno a uno ha ido echando a la cárcel a todos los que no piensan como él, una a una ha cerrado decenas de instituciones y ONGs, una a una ha expulsado comunidades religiosas y ahora ataca ferozmente a la iglesia católica, esa misma que un día lo apoyó en su lucha revolucionaria y estuvo en la junta que ganó la revolución en 1979 con personajes como De Escoto y los hermanos Ernesto y Fernando Cardenal. “Así paga el diablo a quien bien le sirve”, sentencia la máxima popular. Así paga el diablo de Ortega y su siniestra esposa que buscaron el poder, no para servir al pueblo sino para lograr sus siniestros propósitos.

Los principios y valores que el evangelio defiende deben permanecer incólumes, llueva, truene o relampaguee. No son plastilina manipulable al caprichoso vaivén de los de turno, o de sus estados anímicos, o de las conveniencias ideológicas y políticas. Deben conservar su libertad e independencia, su frescura y conciencia crítica. Cuando la Iglesia le da por jugársela tomando partido por un partido político no le va bien, nunca le ha ido bien, porque su servicio no es al poder de la fragilidad humana, sino a la causa del Reino que predicó Jesucristo. Ahora, la Iglesia nicaragüense, vilipendiada y humillada, perseguida y ultrajada por el régimen ha decidido no claudicar, no dar el brazo a torcer, mantener la frente en alto y seguir adelante. Su causa no es politiquera, su razón de ser es esencialmente religiosa para promover la vida, la dignidad humana, la verdad, la justicia, la paz, el amor. Lecciones de vida que se repiten para que aprendamos, de una vez por todas.