Por Pedro Juan González Carvajal*
Un análisis menos caliente de los recientes resultados
electorales y acontecimientos políticos nos debe llevar a una profunda
reflexión, a un mea culpa y a un acto de contrición sinceros por parte de
aquellas instituciones y personas que de manera poco civilizada poco aportaron
en las jornadas vividas.
Sea lo primero, reconocer que la presencia de los expresidentes,
y lo digo de la manera más respetuosa, ha resultado anodina y sería conveniente
que se dedicaran a disfrutar de un buen y digno retiro de los asuntos políticos.
Segundo, la necesidad de refundar a los llamados partidos
tradicionales y tratar de convertir en verdaderos partidos políticos al cúmulo
de movimientos de todos los pelambres que hoy existen y que enturbian y en poco
contribuyen al bienestar del país.
¡Sin partidos políticos no hay democracia! Ojalá lo entendamos
y actuemos en consecuencia.
Lo tercero, el fracaso del mal llamado sistema educativo
colombiano para formar ciudadanos y crear ciudadanía. Está bien que la gente
emplee como argumento el “derecho a opinar”, pero en este caso, con argumentos.
Sino seguiremos siendo un rebaño de ovejas listo para que los lobos caudillistas
sigan haciendo de las suyas respaldados por la ignorancia política reinante.
Lo cuarto, la necesidad del cumplimiento de unos principios
profesionales mínimos, sin siquiera pensar en la existencia de códigos de ética,
–pues un código de ética no se le niega a nadie–, no solo para los medios de
comunicación, sino para quienes emplean los distintos tipos de canales de
comunicación entre los cuales sobresalen por su propensión a ser empleados irresponsablemente,
las redes digitales de todas las clases.
Lo quinto, tiene que ver con la creación y presentación de los
programas de Gobierno que se han convertido en un requisito de forma, ya que
quienes tienen experiencia los saben elaborar de modo que, a punta de
generalidades, lugares comunes y esquemas de presentación apropiados, permiten
que todo lo que se diga o todo lo que se interpele pueda ser “ubicado”
fácilmente dentro del texto, que entre otras curiosidades casi nadie lee.
Lo sexto, hay que reconocer que se ha desgastado
completamente el formato de los mal llamados “debates televisivos o
presenciales”, que no son debates sino un espacio que, si es medianamente bien
utilizado, sirve para vender una imagen personalista o para enunciar
generalidades, o si no, como ha venido ocurriendo, para descalificar a los
contendores de turno, no siempre de buenas maneras.
Lo séptimo sería llamar la atención para propender, o mejor
exigir, el uso de un buen y respetuoso lenguaje y el manejo de las buenas
maneras que deben emplearse para desarrollar el proceso de las campañas electorales.
La campaña que recién termina pasará a la historia como una de las más
grotescas, rastreras, vulgares y mal educadas por parte de los precandidatos,
los candidatos, sus equipos de trabajo y sus seguidores.
Recordemos a Gustav Malher cuando dice: “La tradición es
mantener el fuego vivo, no adorar las cenizas”.
¡Todo por Colombia, nada contra Colombia!