Pedro Juan González Carvajal
Hace ya 233 años que se constituyó el hito de la Revolución
Francesa, con la toma de La Bastilla y la caída de la monarquía absoluta.
Una sola coyuntura abrió el dique que contenía las fuerzas
acumuladas por cerca de 400 años de Renacimiento, 300 años de Modernidad, 200 años
de Racionalismo y de Enciclopedismo, todo asociado a la llamada época de La Ilustración.
Cayó una Monarquía y una época. El Rey, como debe hacerse
en toda verdadera revolución, fue decapitado y aparece un nuevo escenario en el
cual el Antiguo Régimen no ha muerto del
todo, y las nuevas posturas no han acabado de nacer –la criatura Republicana–,
lo cual lleva a luchas intestinas, efervescencia de ideas, uso intensivo de la
guillotina, presentación de propuesta novedosas y finalmente todo aquello por
lo cual se lucha y se muere, colapsa ante la aparición de un nuevo monarca: el dictador
militar, Napoleón y su propuesta imperial nacida en medio del caos reinante.
La división de poderes, el papel de la educación, la
emancipación del ciudadano, todo queda embodegado hasta que por allá en 1880
aparecen Proudhon y Saint Simon y recuperan las ideas y los ideales
revolucionarios, las propuestas republicanas y aparece el llamado Liberalismo
Utópico.
Pasamos de “Los Derechos del Hombre Francés” a los
“Derechos Universales del Hombre”, sin que todavía los hayamos podido llevar a
su plena vigencia.
La historia es un mero parpadeo y todo aquello por lo cual
se lucha por siglos, tiene también vigencia temporal.
Hoy el llamado relato democrático está en crisis, los partidos
políticos pierden identidad, el fantasma de los autoritarismos de todas las
formas y pelambres son pan de cada día y el ideario alrededor de la igualdad,
la legalidad y la fraternidad se ve contrastado y superado por las condiciones
y circunstancias que signan a la realidad.
Las nociones de Gobierno, de Estado, de Nación se
reacomodan, ceden espacios ante las nuevas realidades neo-corporativistas, la
lógica de la secuencialidad es superada por la lógica de la simultaneidad y las
fronteras y los territorios caen impávidos ante la globalización en todos sus
frentes. Del ciudadano entre fronteras pasamos al ciudadano cosmopolita.
La figura republicana no está completamente desarrollada en
todos los países y ya se ven síntomas de no oportunidad, de no pertinencia y de
anacronismo para dar respuesta a las realidades y coyunturas actuales.
Las pugnas religiosas y políticas no se encuentran todavía
completamente superadas, y, es más, se encuentran azuzadas por el incremento de
la presencia y la influencia de los medios de comunicación y las tecnologías de
la información. El crecimiento de la racionalidad y del acceso de la
información pareciera ir en sentido contrario al crecimiento de la influencia
mística.
La figura femenina de la Libertad creada por Delacroix, hoy
está seriamente amenazada. La tecnología copa todos los espacios y los
conceptos de intimidad, individualismo, autonomía y derecho a la información
entran en contradicción y la privacidad es una quimera.
No aparecen relatos nuevos y lo más seguro es que entremos
en un período de refritos conceptuales, con pequeñas variaciones para
sobreponernos a las tentaciones que hoy ofrecen los populismos y de nuevo los
totalitarismos de todas las especies.