Por José Leonardo Rincón, S. J.*
Agradezco a mis pacientes lectores su tiempo
con mis escritos y, sobre todo, su actitud respetuosa y crítica cuando lo han
juzgado oportuno.
Respecto de lo que escribí hace 8 días, creo
que todos estamos de acuerdo que la ordinariez no va con nosotros, que hay que respetar
a las personas no solo por el cargo que tienen sino también, y principalmente, por
su dignidad como seres humanos. El respeto es un valor apreciable y nos lo
merecemos, repito. Pero es verdad también que el respeto se gana, no por el
simple hecho de tener el poder o porque se tiene el uso o el abuso de la
fuerza, sino por ascendiente natural y porque se gana, insisto.
Ahora que nuestro Papa Francisco anda por
Canadá caigo en cuenta de que nuestro Pontífice, viejo y cojo, ha ido a poner
la cara y pedir perdón porque la Iglesia de la que es su líder máximo, en
franco abuso de su autoridad, irrespetó por muchos años la población indígena y
decenas de sus representantes atropellaron de diversas maneras estas etnias
originarias. Una vergüenza inocultable que debe ser reparada y nunca repetida. Agradezco
a Dios por Francisco, por tener coraje y cojones, además de humildad, para no
eludir la responsabilidad frente a tan dolorosa página de la historia.
Así las cosas, volviendo sobre lo que pasó en
el recinto del Congreso, reprochable en sus formas, sin embargo, tiene objetivamente,
entre otras, las siguientes razones que explican lo sucedido:
Quienes hace cuatro años se quedaron esperando que
el presidente escuchara su réplica, ahora procedieron de la misma manera.
Quienes posesionaron al presidente actual denigraron
del gobierno Santos con un discurso que con retrovisor puesto dio pena ajena y
nos hizo sonrojar ante todo el mundo por su odio recalcitrante y bajeza,
expuestos en el día y lugar equivocados.
Quienes por años han sido vulnerados,
ignorados, avasallados, oprimidos, violentados, desaparecidos, asesinados, esta
vez levantaron su voz, una voz que en estos años fue ignorada.
Quienes soñaron con la paz y creyeron que la
habían alcanzado, espantados vieron cómo quisieron hacerla trizas, con un
discurso externo que cacareaba apoyo, pero internamente mostrando otra cosa.
Quienes marcharon por días enteros buscando una
cita con el jefe de Estado, fueron ignorados por días por su presidente y
tuvieron que regresar a sus cabildos sin lograrla. Se sintieron maltratados.
Quienes salieron a protestar a las calles
porque el injusto sistema económico los iba a asfixiar con una nueva reforma
tributaria, nunca fueron convocados a la concertación y el diálogo y
encontraron en marchas y revueltas su única salida. Si las cosas se salieron de
madre fue porque no le dieron importancia a una protesta social que la
requería.
Quienes vieron asesinar a sus líderes sociales día
tras día, mes tras mes, y nunca escucharon siquiera una palabra empática y
comprensiva, y sienten que sus muertes quedaron impunes.
Quienes trabajan por la paz, los derechos
humanos y la búsqueda de la verdad, pero son estigmatizados de comunistas,
guerrilleros disfrazados de civil y son señalados para convertirlos en
objetivos militares.
Quienes oímos un balance de gestión con cifras y
datos engañosos que no corresponden completamente a la realidad.
Quienes uniformados desfilaron esa mañana del
20 de julio frente a las principales autoridades civiles y unos comandantes
suyos dedicados a charlar, tomarse fotos, darles la espalda y dejar la tarima
vacía sin haber concluido el acto.
El que pida respeto que respete. Y eso es lo
que nos va a tocar hacer si queremos que esto cambie. Alguien tiene que tomar
la iniciativa, alguien tiene que dar el primer paso, alguien tiene que poner la
cara, alguien tiene que parar esta andanada de grosería en las redes sociales y
por los medios, insultando, calumniando, incitando a violencias de todo tipo: política,
de género, religiosa, intrafamiliar… Será la única manera de que evolucionemos
como sociedad civil y maduremos como personas en nuestra capacidad de relacionarnos
con los demás.