Por José Leonardo Rincón, S. J.
Un amigo compartió con nosotros, por Facebook,
la foto de dos mujeres, junto con un bello y conmovedor texto en la que una le
rinde un merecido homenaje a la otra. No creo haber visto antes algo similar y
por ello quiero exaltar tan hermoso y noble gesto.
Pues resulta que la homenajeada es ni más ni
menos que la empleada del servicio, como decimos, que acompañó a esa familia
por casi tres décadas y comienza a gozar de su jubilación. Los elogios y la sentida
gratitud con abundantes detalles no se escatiman en cada frase. Les confieso
que me emocionó mucho este acto que yo llamaría de grandeza espiritual.
Porque homenajes a mujeres, muchos. Comenzando
por el que le hicimos hace poco a las mamás. El que le hace anualmente Cafam a
las que sobresalen por su entrega a la comunidad. El que hizo en estos días
Forbes al presentar las 50 mujeres colombianas exitosas. Hasta los diversos reinados
de todas las especies rinden culto a la belleza femenina. Pero este del que hoy
les hablo, es realmente inédito.
En ese régimen machista, excluyente y elitista,
“las de adentro”, “sirvientas” y “mantecas”, como muchas veces escuché
denominar a las “muchachas del servicio”, se miró con desprecio y desdén a
estas mujeres. Supe de familias que buscaban en orfelinatos o iban a pueblos
campesinos a conseguir jovencitas para luego esclavizarlas de sol a sol 24/7,
con malas pagas (si era que les pagaban), sin ninguna clase de prestaciones
sociales, objetos sexuales de maridos inquietos y de aprendices adolescentes en
sus ritos de iniciación.
A Dios gracias no fue esa la suerte de todas.
También he conocido familias donde esas mujeres fueron valoradas, respetadas y
tratadas con dignidad. Esas “nanas” como también oí llamarlas, contribuyeron
con las mamás en la tarea de educar a los hijos y se convirtieron en protagonistas
importantes de la vida familiar. Sus ausencias fueron lamentadas y lloradas por
quienes las quisieron e integraron en su vida hogareña. La de quien les he
hablado hoy es una de estas.
En este mes de mayo, en el que rendimos homenaje
a mujeres como la Virgen María, y a nuestras propias madres, qué bueno poder
rendir un merecido homenaje a esas mujeres humildes, trabajadoras incansables que
laboran en tareas de todo tipo, pero quienes a pesar de su importancia han sido
invisibilizadas, ignoradas, olvidadas. La de los tintos, la lavandera, la
portera, la cocinera, todas ellas, son seres humanos muy valiosos, cargados de
historias de vida muchas veces, la mayoría de las veces, ejemplares.
Qué bello testimonio de nobleza y gratitud el
de esta mujer que reconoce públicamente en una red social la cercanía, la
fidelidad, la dignidad de quien ofreciera lo mejor de su vida a colaborar en
casa con las múltiples tareas confiadas. Merecido homenaje que había que hacer.
Dios bendecirá con creces todo lo que hagamos por los más pobres y vulnerables
de nuestra sociedad, pues bien lo dijo: “lo que hicieron por ellos, lo
hicieron conmigo”.