Por Pedro Juan González Carvajal*
En el pódium de los principales productos que
configuran nuestra base exportadora, aparece el carbón, y es gracias a este
producto que hemos podido sobrevivir con menos sobresalto a los vaivenes del
precio del petróleo en el ámbito internacional, en diferentes momentos del
tiempo.
El carbón ha sido uno de los principales
productos que han acompañado a la humanidad en el último milenio. Primero el
carbón de leña que casi acaba con la floresta inglesa y luego el carbón
mineral, como elemento de primer orden en los procesos de industrialización, al
aparecer los motores y las máquinas a vapor.
La crisis ambiental que sufre el planeta hoy ha
obligado de manera tardía a enfrentar con alguna voluntad política este
fenómeno que podría llevar a la humanidad a su colapso.
El cambio climático como uno de los principales
vectores de la crisis, lleva a enfrentarnos directamente con el uso o no de los
combustibles fósiles, dentro de los cuales aparece obviamente el carbón.
Los recientes compromisos por tratar de hacer
frente al cambio climático parten de declaraciones y compromisos por parte de
los países industrializados para ir disminuyendo paulatinamente el uso de los
combustibles fósiles, hablando de puntos de llegada a mediados del presente
siglo y para el caso del carbón, se habla y se firman acuerdos para dejar de
consumirlo en ciertas regiones del planeta al finalizar el presente decenio, es
decir, al 2030.
Como “una cosa piensa el burro y otra el que lo
está enjalmando”, la guerra entre Rusia y Ucrania ha dejado al descubierto la
enorme dependencia de muchos de los países dizque poderosos del petróleo y
sobre todo del gas ruso, lo que podría llevar a atrasar el cumplimiento de los
compromisos pactados con respecto a dejar de usar el carbón en el corto plazo,
lo cual evidenciaría, de nuevo, que el corto plazo se impone al largo plazo y
que entonces las economías están por
encima de la sostenibilidad del planeta, lo cual muestra lo “cabeciduros y
egoístas que somos”.
Para un país subdesarrollado como Colombia, lo
anterior podría ser visto como una “buena noticia”, aun cuando el que pierda
sea el planeta como un todo, sin olvidar que nosotros los colombianos, también
hacemos parte y estamos en ese planeta agonizante.
Sin embargo, es importante que hagamos un
detente y pensemos un momento: antes del inicio de la guerra entre Rusia y
Croacia ya se conocía la decisión de la Comunidad Europea, de Israel, y aún de
China, que son nuestros principales compradores de carbón, de disminuir el
volumen de compras hasta llegar a un punto de no trabajar más con carbón.
La pregunta seria es: ¿y quiénes, en este
momento, están estudiando en Colombia la manera cómo vamos a reemplazar para
nosotros este importantísimo renglón de exportación? ¿El gobierno? ¿Los gremios
económicos? ¿La academia?
Que yo sepa, ninguno, lo cual evidencia una vez
más el pequeño país al cual pertenecemos y a la mentalidad indolente que nos domina.
Si fuéramos un país serio, que no lo somos, todos los recursos de investigación
destinados por Minciencias deberían orientarse a buscar soluciones y
alternativas a este problema y todas las instituciones de educación superior
deberían estar preocupadas por este asunto de innegable importancia para la
sostenibilidad del país.
Lamentablemente, esto no es así y lo más seguro
es que ni siquiera tengamos conciencia de la dimensión del problema al cual
estamos enfrentados.
¿Con cuáles productos, bienes o servicios vamos
a reemplazar y a compensar los miles de millones de dólares que nos genera la
exportación de carbón?
¿Cuál va a ser el impacto que sufrirán las
comunidades que están asentadas en geografías carboníferas cuyo día a día gira
alrededor del carbón?
¿Será que nos tendremos que comer nuestro
carbón por falta de previsión?
¡Amanecerá y veremos!