miércoles, 18 de mayo de 2022

Margaret y la democracia

José Alvear Sanín
Por José Alvear Sanín*

No éramos muchos los colombianos en la universidad inglesa de Reading, pero tuvimos la suerte de contar con la amistad de Margaret Elderfield, typist jubilada de la universidad, que nos corregía la redacción y mecanografiaba nuestros papers por unas pocas libras.

Vivía sola en su pequeña casa de Kent Road, donde nos ofrecía el five o´clock tea que fluía de una tetera enfundada en fieltro, acompañado de los insípidos sánduches de pepino que solamente se consumen en aquella isla.

Pasaron los años y algún día supimos que Margaret había decidido invertir sus pequeños ahorros en un solitario viaje a Nueva York, su primera salida del país. Nos reunimos algunos de sus amigos y le enviamos return ticket NY-Med, para que pasara dos semanas con nosotros.

Corría el año de 1979. La anciana pasó feliz aquí y la víspera de su partida la invité a almorzar en el club. En medio de la conversación le dije que tenía suerte porque llegaría a casa a tiempo para participar en las elecciones generales. Entonces me respondió:

— ¡Por primera vez en la vida me abstendré, porque no he podido escuchar a los candidatos y no sé cuáles sean sus propuestas!

En ningún curso había recibido jamás lección comparable. Comprendí que la democracia solo es posible cuando el electorado es tan racional y responsable como era ella, una típica señora de los suburbios, pero ciudadana ejemplar, objetiva, consciente de sus deberes y ajena a cualquier sectarismo.

De un electorado donde personas como Margaret deciden quién los ha de gobernar, depende realmente la democracia del fair play y el rule of law, basados en el sentimiento profundo e inconmovible de un pueblo.

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Nadie más alejado del anterior paradigma que el alcalde suspendido de Medellín: narciso, gárrulo, oportunista, despilfarrador de lo público, impreparado, mal administrador, sectario, hablantinoso, ignorante, chabacano, camorrista, difamador y resentido. Dado al nepotismo y al favorecimiento de amigotes, ha desmantelado las Empresas Públicas de la ciudad y no ha sido ajeno a la colusión que explica la manera como se ha impedido la revocatoria electoral de su mandato. De él solo se salva que es un amoroso y sumiso esposo de la dizque “primera gestora”.

Así como Edward Gibbon decía de un antipapa medieval que su menor falta era la sodomía, pienso que la menor de Quintero es la participación indebida en política, y que, en todo caso, la suspensión le llega por lo menos 24 meses tarde.

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Cuánta razón tenía el poeta cuando exclamaba: ¡Bendita democracia, aunque así nos mates!, refiriéndose a la guachafita clientelista que tanto ha perjudicado a América Latina, que ahora empeora con individuos como Maduro, Ortega, Amlo, Boric, Petro, Francia y el sombrerón, de la misma caterva de Pinturita, que pronto regresará a su cargo gracias al activismo judicial mamerto que padecemos.

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¡Como cada escándalo distrae del anterior, la tardía suspensión del alcalde de Medellín hace olvidar que la señora procuradora no ha querido suspender al registrador!