Por José Alvear Sanín*
No éramos muchos los
colombianos en la universidad inglesa de Reading, pero tuvimos la suerte de
contar con la amistad de Margaret Elderfield, typist jubilada de la
universidad, que nos corregía la redacción y mecanografiaba nuestros papers
por unas pocas libras.
Vivía sola en su
pequeña casa de Kent Road, donde nos ofrecía el five o´clock tea que
fluía de una tetera enfundada en fieltro, acompañado de los insípidos sánduches
de pepino que solamente se consumen en aquella isla.
Pasaron los años y
algún día supimos que Margaret había decidido invertir sus pequeños ahorros en
un solitario viaje a Nueva York, su primera salida del país. Nos reunimos
algunos de sus amigos y le enviamos return ticket NY-Med, para que
pasara dos semanas con nosotros.
Corría el año de 1979.
La anciana pasó feliz aquí y la víspera de su partida la invité a almorzar en
el club. En medio de la conversación le dije que tenía suerte porque llegaría a
casa a tiempo para participar en las elecciones generales. Entonces me
respondió:
— ¡Por primera vez en
la vida me abstendré, porque no he podido escuchar a los candidatos y no sé
cuáles sean sus propuestas!
En ningún curso había
recibido jamás lección comparable. Comprendí que la democracia solo es posible
cuando el electorado es tan racional y responsable como era ella, una típica
señora de los suburbios, pero ciudadana ejemplar, objetiva, consciente de sus
deberes y ajena a cualquier sectarismo.
De un electorado donde
personas como Margaret deciden quién los ha de gobernar, depende realmente la democracia
del fair play y el rule of law, basados en el sentimiento
profundo e inconmovible de un pueblo.
***
Nadie más alejado del
anterior paradigma que el alcalde suspendido de Medellín: narciso, gárrulo,
oportunista, despilfarrador de lo público, impreparado, mal administrador,
sectario, hablantinoso, ignorante, chabacano, camorrista, difamador y resentido.
Dado al nepotismo y al favorecimiento de amigotes, ha desmantelado las Empresas
Públicas de la ciudad y no ha sido ajeno a la colusión que explica la manera
como se ha impedido la revocatoria electoral de su mandato. De él solo se salva
que es un amoroso y sumiso esposo de la dizque “primera gestora”.
Así como Edward Gibbon
decía de un antipapa medieval que su menor falta era la sodomía, pienso que la
menor de Quintero es la participación indebida en política, y que, en todo
caso, la suspensión le llega por lo menos 24 meses tarde.
***
Cuánta razón tenía el
poeta cuando exclamaba: ¡Bendita democracia, aunque así nos mates!, refiriéndose
a la guachafita clientelista que tanto ha perjudicado a América Latina, que
ahora empeora con individuos como Maduro, Ortega, Amlo, Boric, Petro, Francia y
el sombrerón, de la misma caterva de Pinturita, que pronto regresará a su cargo
gracias al activismo judicial mamerto que padecemos.
***
¡Como cada escándalo
distrae del anterior, la tardía suspensión del alcalde de Medellín hace olvidar
que la señora procuradora no ha querido suspender al registrador!