viernes, 29 de abril de 2022

Redes sociales, entre el cielo y el infierno

José Leonardo Rincón Contreras
Por José Leonardo Rincón, S. J.*

En el mundo extraordinariamente rico de las comunicaciones humanas, ha evolucionado exponencialmente de modo sorprendente en las últimas décadas,

eso que llamamos redes sociales, esto es, un entramado de grupos humanos con intereses diversos y a la vez muy específicos.

Personalmente me he sentido atraído por ellas, pero no participo en todas ni con la misma intensidad. De hecho, este Facebook, en el que semanalmente escribo, la red más antigua, quizás, y también la más grande de todas, me gusta porque las personas en su mayoría se presentan con foto y rasgos principales de su perfil, publican fotos de sus eventos personales y sociales, se contactan privadamente a través de su Messenger y pueden expresarse y recibir reflejos sobre lo que publican. Hay de todo, pero generalmente hay respeto.

Pronto abrí cuenta en Twitter, pero tímidamente comencé a publicar tarde. Me atrajo el hecho de poder expresar en pocos caracteres una idea importante. Así era al comienzo, la gente se esmeraba por expresarse bien y de forma clara, directa y elocuente. Creí que era para debatir de modo inteligente. Descubrí también que, si uno no “trinaba” con frecuencia, sería prácticamente desconocido y no podría tener muchos seguidores. Había que estar en la jugada y comentar los temas de actualidad. Me decepcioné cuando comenzó a ser tribuna de insultos y fakenews, y la gente empezó a publicar bobadas. Me preocupa que, ahora, con el nuevo dueño, se dispare la idea de que es un balcón donde todo el mundo pueda salir a publicar lo que se le dé la gana. Entonces correrá el riesgo de convertirse en una cloaca pestilente por su alto nivel de agresividad.

LinkedIn, es otra cosa. Es una red con perfiles más empresariales y organizacionales. Su nivel profesional y académico se ha mantenido propiciando contactos y conversaciones interesantes, acordes igualmente a las propias afinidades laborales de los suscritos.

Instagram es esencialmente para publicar fotografías de coyuntura. Me causa gracia contar con 535 seguidores sin haber publicado una sola foto. Encuentro que muchos publican dónde están, qué comen, por dónde pasean, con quién están y que mediante selfies se muestran cuál vitrina todos los días.

Me gusta de YouTube que uno encuentre en video muchos asuntos muy interesantes, bien elaborados y muy enriquecedores. Claro, también están los llamados youtubers, usuarios frecuentes que ganan plata publicando y cosechando likes, a veces con temáticas interesantes y otras con tonterías. Hay publicaciones geniales, pero también hay mucha babosada.

El WhatsApp es de uso casi que obligatorio. Fantástico conectarse en tiempo real con cualquier persona en cualquier lugar del mundo, ya para chatear, ya para enviar mensajes cortos tipo meme, ya para hacer videollamadas. Lo quisieron revaluar, pero no pudieron. Hoy es una red imprescindible.

Skype tuvo su auge para comunicarse por videollamada, pero las otras redes que han surgido luego han resultado con un perfil más rápido, completo y eficiente para hacerlo. Ya no la utilizo, la verdad.

Así las cosas, habiendo enunciado apenas algunas de las redes existentes en las que personalmente participo, veo unos medios muy versátiles y atractivos para crear relaciones, estrechar lazos, darse a conocer, hacer negocios, expresar lo que se piensa, es decir, crear redes de amigos en torno de intereses compartidos. Ese es su cielo. Pero también es cierto que pueden convertirse en un infierno donde se publique lo más bajo y ruin del ser humano, manipular estas herramientas para mentir, calumniar, insultar, destruir.

Las redes tienen una fuerza inconmensurable para bien o para mal. Son medios, son instrumentos. No son buenas ni malas en sí mismas. Su valoración moral está en el usuario que las emplea en una u otra dirección. Por eso exigen discernimiento de parte de sus seguidores, para no ser ingenuos, no comer cuento y no tragar entero, máximo en las coyunturas en las que nos encontramos.