Por José Leonardo Rincón, S. J.*
En el mundo extraordinariamente rico de las
comunicaciones humanas, ha evolucionado exponencialmente de modo sorprendente
en las últimas décadas,
eso que llamamos redes sociales, esto es, un
entramado de grupos humanos con intereses diversos y a la vez muy específicos.
Personalmente me he sentido atraído por ellas, pero
no participo en todas ni con la misma intensidad. De hecho, este Facebook, en
el que semanalmente escribo, la red más antigua, quizás, y también la más
grande de todas, me gusta porque las personas en su mayoría se presentan con
foto y rasgos principales de su perfil, publican fotos de sus eventos
personales y sociales, se contactan privadamente a través de su Messenger y
pueden expresarse y recibir reflejos sobre lo que publican. Hay de todo, pero
generalmente hay respeto.
Pronto abrí cuenta en Twitter, pero tímidamente
comencé a publicar tarde. Me atrajo el hecho de poder expresar en pocos caracteres
una idea importante. Así era al comienzo, la gente se esmeraba por expresarse
bien y de forma clara, directa y elocuente. Creí que era para debatir de modo
inteligente. Descubrí también que, si uno no “trinaba” con frecuencia, sería
prácticamente desconocido y no podría tener muchos seguidores. Había que estar
en la jugada y comentar los temas de actualidad. Me decepcioné cuando comenzó a
ser tribuna de insultos y fakenews, y la gente empezó a publicar bobadas.
Me preocupa que, ahora, con el nuevo dueño, se dispare la idea de que es un
balcón donde todo el mundo pueda salir a publicar lo que se le dé la gana. Entonces
correrá el riesgo de convertirse en una cloaca pestilente por su alto nivel de
agresividad.
LinkedIn, es otra cosa. Es una red con perfiles
más empresariales y organizacionales. Su nivel profesional y académico se ha
mantenido propiciando contactos y conversaciones interesantes, acordes igualmente
a las propias afinidades laborales de los suscritos.
Instagram es esencialmente para publicar
fotografías de coyuntura. Me causa gracia contar con 535 seguidores sin haber
publicado una sola foto. Encuentro que muchos publican dónde están, qué comen,
por dónde pasean, con quién están y que mediante selfies se muestran cuál
vitrina todos los días.
Me gusta de YouTube que uno encuentre en video
muchos asuntos muy interesantes, bien elaborados y muy enriquecedores. Claro,
también están los llamados youtubers, usuarios frecuentes que ganan
plata publicando y cosechando likes, a veces con temáticas interesantes
y otras con tonterías. Hay publicaciones geniales, pero también hay mucha
babosada.
El WhatsApp es de uso casi que obligatorio.
Fantástico conectarse en tiempo real con cualquier persona en cualquier lugar del
mundo, ya para chatear, ya para enviar mensajes cortos tipo meme, ya para hacer
videollamadas. Lo quisieron revaluar, pero no pudieron. Hoy es una red
imprescindible.
Skype tuvo su auge para comunicarse por
videollamada, pero las otras redes que han surgido luego han resultado con un
perfil más rápido, completo y eficiente para hacerlo. Ya no la utilizo, la
verdad.
Así las cosas, habiendo enunciado apenas
algunas de las redes existentes en las que personalmente participo, veo unos
medios muy versátiles y atractivos para crear relaciones, estrechar lazos, darse
a conocer, hacer negocios, expresar lo que se piensa, es decir, crear redes de
amigos en torno de intereses compartidos. Ese es su cielo. Pero también es
cierto que pueden convertirse en un infierno donde se publique lo más bajo y
ruin del ser humano, manipular estas herramientas para mentir, calumniar,
insultar, destruir.
Las redes tienen una fuerza inconmensurable
para bien o para mal. Son medios, son instrumentos. No son buenas ni malas en
sí mismas. Su valoración moral está en el usuario que las emplea en una u otra
dirección. Por eso exigen discernimiento de parte de sus seguidores, para no
ser ingenuos, no comer cuento y no tragar entero, máximo en las coyunturas en
las que nos encontramos.