Por José Leonardo Rincón, S. J.*
Sucedió casi simultáneamente con el fallo de la
Corte. Deyanira, nombre ficticio para esta historia real, me fue remitida el
fin de semana pasado por una amiga para que yo la aconsejara porque estaba en
una crisis muy profunda pues estaba embarazada, quería tener el bebé, pero su
novio le exigía abortar si quería continuar con él. Ella lo amaba, pero no
podía entender cómo le podía pedir algo tan absurdo. Llegué tarde. Ya había
abortado. Su novio le dijo que seguir con el embarazo era perjudicar su vida
para siempre, que eso no era amarlo, que él no quería ser papá porque tenía
planes de estudiar en el extranjero, que se sentía el hombre más infeliz, etcétera.
En el culmen de la confrontación, le dijo que la abandonaría, que no la amaba,
que de seguro ese hijo no era suyo… Cuando ella accedió finalmente, obrando
contra su conciencia, pero temerosa de perderlo, él volvió a ser tierno y
cariñoso y le dijo que la acompañaría al procedimiento médico. El quedó feliz,
ella quedó desecha.
Llámenme retrógrado, anticuado, conservador, católico
medieval, oscurantista, anacrónico, lo que quieran, pero tengo que decirlo en
conciencia: no estoy de acuerdo con el aborto.
Veo a cientos de manifestantes bailar de alegría
por esta victoria jurídica con la sentencia de la Corte Constitucional y a la
par el dolor y la congoja de miles que tendremos que aceptar ese despropósito. En
apariencia han triunfado. En realidad, han perdido. Todos hemos perdido. La
moral ha quedado por el suelo.
Embriagados por lo que consideran un paso
adelante en la conquista de derechos para las mujeres que defienden la tesis de
que con el propio cuerpo se puede hacer lo que se quiera, dicen admirar a Canadá
pues es un país que tiene despenalizado totalmente el aborto de modo que se
puede practicar en cualquier momento. Se enorgullecen pues somos un país muy
avanzado que está a la altura de Inglaterra, Gales y Escocia donde se puede
abortar el feto con seis meses de embarazo.
Como Deyanira, conozco decenas de casos de
mujeres destrozadas emocionalmente por haber abortado. Se sienten egoístas,
mezquinas, asesinas. De poco sirve decirles que Dios las ama y las perdona
misericordiosamente. Cargan insoportablemente con su culpa. Y debo decirlo,
detesto esos machos reproductores que engañan mujeres incautas, les endulzan el
oído, las ilusionan y después de preñarlas como objetos sexuales las dejan
tiradas. Por eso no entiendo a las mujeres sin educación afectiva, que tienen
sexo sin protección, que se dejan embarazar de cualquiera y les importa un
bledo abortar, como si nada.
Si como país estábamos mal, creo que ahora
estamos peor. Tampoco me cabe en la cabeza que la sensibilidad exacerbada entre
lágrimas proteste por el maltrato animal (causa noble de respeto por estos
seres que comparto) y lo convierte en un grave delito, en tanto no ve problema
en el aborto como derecho a asesinar un ser humano indefenso a pocas semanas de
nacer. Eso lo que muestra es que estamos moralmente enfermos. Y no dudo de que
pronto estaremos aprobando la eutanasia para quitarnos de encima a esos viejos
improductivos y estorbosos. Como lo señalé en otra ocasión, corremos desbocados
hacia el abismo.
Nuestra Constitución dice en el artículo 11 que
“El derecho a la vida es inviolable. No habrá pena de muerte.”, pero en
realidad ya ha sido decretada. El aborto no es un derecho, es un homicidio. Lo
dice José Gregorio Hernández, expresidente de la Corte Constitucional al
criticar el fallo de sus colegas. Lo dicen los médicos espantados de saber que
a los 6 meses está ya bien formado el ser humano.
Si tan dueños de la vida se sienten los
proabortistas, otros podrían también, esgrimiendo el mismo argumento y con todo
derecho abortarlos a la vida, porque no merecen vivir. De pronto protestan y
dicen que, si quieren vivir, porque es muy fácil decidir por otros, pero no que
les decidan a ellos. Un tal Putin por estos días y con otros pretextos está
segando vidas humanas en Ucrania sin que eso le preocupe lo más mínimo. De
seguro se siente ganador como estos nuestros; lo que no ha caído en cuenta es
que con su supuesto triunfo todos perdemos.