Por Pedro Juan González Carvajal*
Nosotros los humanos, los reyes de la creación, somos una
especie particular, con rasgos y comportamientos de alto nivel que fácilmente
podemos acompañar con posturas irracionales y a veces rastreras.
Una especie como los otros seres vivos, compuesta por una
mezcla particular de carbono, nitrógeno, hidrógeno, oxígeno, fósforo y calcio,
creamos y destruimos dioses, y no contentos con ello, llevamos la soberbia a su
máxima expresión hasta considerarnos sus criaturas preferidas.
Descendientes de los neardenthales, los erectus, los rudolfonsis
y los sapiens, nosotros, los sapiens sapiens, somos los únicos seres vivos que
llevamos la depredación a su máxima expresión, muchas veces no sabiendo cuidar
y respetar a los críos de los propios humanos, y mucho menos cuidando el
entorno en el cual vivimos y del cual vivimos y que hoy estamos a punto de llevar
al colapso.
Violentos por naturaleza, y la historia así lo demuestra,
pues hemos vivido en medio de diferentes tipos de conflictos y de guerras, nos
gusta competir por todo y después de triunfar, imponer nuestras condiciones por
absurdas que puedan parecer.
Somos seres sociales, que nos gusta convivir y coexistir con
otros y somos capaces de organizarnos con figuras que evolucionan como la
familia, la tribu, la nación, y alrededor de condiciones como la raza, la
religión, la humanidad, la naturaleza y el planeta.
Dominados por las furias interiores y exteriores, cuando
somos conscientes de ellas y somos capaces de aplacarlas o de extirparlas,
damos rastros innegables de civilización y de cordura.
Egoístas por naturaleza, creamos nuestros propios universos,
llenos de situaciones comunes que consideramos exclusivas y que nos permiten
sobrevivir de generación en generación. Nada más común y corriente que tener un
hijo, pero nada más promocionado y disfrutado como gran suceso. Que el sexo,
que el primer diente, que el primer paso, que la primera palabra, que el
colegio, que la enfermedad, que el trasegar por la vida, cada uno lo maneja de
manera íntima como si fuera cosa excepcional, reconociendo, a medias, que para
todos los casos es más o menos lo mismo.
Cualquiera puede ser papá, cualquiera puede ser mamá,
cualquiera puede ser hijo o hija y así todas las relaciones posibles. Una cosa
son las funciones biológicas y fisiológicas comunes a cada especie y otra la
forma como se comportan ante cada una. Se es madre biológica o se es madre
formadora o criadora, y ojalá ambas funciones de manera concurrente.
Lo mismo sucede con todos los ciclos cronológicos hasta
llegar a la muerte. Que el grado en cualquier área de conocimiento es lo
máximo, que el primer trabajo y jefe son excepcionales, que la pareja elegida
es única, y así sucesivamente, nos vamos yendo, considerándonos únicos e
irrepetibles, lo cual puede ser relativamente cierto. Una cara tiene unos pocos
componentes, y no existen dos caras iguales. Tenemos cientos de miles de
neuronas, y esto posibilita el que todos pensemos y razonemos distinto.
Muchas de nuestras relaciones son impuestas: no escogemos
al papá o a la mamá o a los hermanos. Pero sí tenemos la posibilidad de
seleccionar a nuestra pareja o a nuestros amigos.
En medio de una época de cambios como la que estamos
viviendo y de los diferentes tipos de turbulencias que esto suscita, es bueno
rescatar a Bertolt Brecht cuando dice: “La crisis se produce cuando lo viejo
no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer”.
“Conócete a ti mismo” y de ahí en adelante, pues vamos
viendo, como sugeriría nuestro amigo Sócrates.
No quiero todavía darme por vencido y no quiero pensar que
el proyecto humano es un proyecto fracasado.