Por José Alvear Sanín*
Las cosas han llegado tan lejos que se esperan milagros de
los debates de los candidatos en televisión. Vale entonces la pena contemplar
ese tipo de confrontaciones en la Colombia actual, para analizar hasta dónde
pueden influir en la próxima elección presidencial.
En 1956, Adlay Stevenson retó al incumbente, Dwight
Eisenhower, a un debate por televisión. El presidente rechazó el encuentro. El
primer debate en televisión se dio entonces en 1960 entre Richard Nixon y John
F. Kennedy y estuvo dividido en cuatro sesiones. Se dice que para los
televidentes el triunfador fue Nixon y para los radioescuchas el vencedor fue
Kennedy. Ese sí fue un verdadero debate, que permitió a los ciudadanos formarse
una idea más o menos realista sobre los pros y los contras de ambos.
Desde entonces, en multitud de países se organizan debates
entre los candidatos. Pero no es lo mismo cuando se enfrentan dos pesos
pesados, que cuando un candidato fuerte y experimentado se mide con media
docena de personajes más o menos conocidos.
Lo que se está viendo en Colombia es inocuo. En la pantalla
aparecen diez o doce aspirantes. Cada uno de ellos tiene que contestar
preguntas cuidadosamente formuladas para no irritar a nadie. Estas se despachan
en los dos o tres minutos que se les conceden cada vez. Así, en una hora, cada
participante habla, si mucho, dos o tres veces, unos seis o siete minutos en
total, y por eso los espectadores se quedan sin formarse una idea clara sobre
lo que piensan realmente estos señores sobre el país y su futuro.
En cada debate, el moderador se esmera en ser eso
precisamente, un conductor “moderado” y simpático con todos sus invitados…
Hasta el próximo 13 de marzo, los precandidatos seguirán
saliendo casi como en los realities, o en las eliminatorias del Concurso Nacional
de Belleza. Después de ese día quedarán Petro y los siete enanitos para
disputar la primera vuelta. En los dos meses siguientes habrá, desde luego,
“debates”, siempre en el terreno de los buenos modales, donde no habrá ni
tiempo ni deseo de deliberar sobre los verdaderos problemas nacionales.
En cambio, lo que el país requiere es confrontar a Petro y
desenmascararlo. Nadie en los medios, por desgracia, es capaz de acorralarlo,
de increparlo sobre su pasado terrorista, sus estrechos vínculos con Chávez y
Maduro, su espantosa Alcaldía, su benigno y fugaz “cáncer”, su prodigiosa
mendacidad, su impreparación, las bolsas de dinero, las mansiones en cabeza de
testaferros, su verdadero ideal económico de corte comunista, la
irresponsabilidad de sus propuestas, sus extraños viajes y sus entrevistas con
sospechosos operadores electorales, etcétera…
En realidad, Petro sería el candidato menos difícil de
vencer, si el país lo conociera, pero en vez de atacar a la víbora por la
cabeza, el establecimiento político-judicial-mediático lo viene pintando desde
hace varios años como un señor de centro-izquierda, un senador normal, común y
corriente, por el cual pueden votar sin temor, desde los curas y las ancianos,
hasta los hijos de papi del estrato 7.
Así como no se habla de los antecedentes ni de los
propósitos del candidato de las izquierdas, también en el actual momento
político hay otros temas tabúes, empezando por Venezuela. Es increíble que con
millones de venezolanos mendigando en nuestras calles, a Petro no se le
pregunte por los consejos que dio a sus íntimos amigos Chávez y Maduro para
destruir ese país, antes de que se le dé la oportunidad de destruir el nuestro.
En cambio, ahora se organiza una falsa discrepancia entre él y Maduro, para dar
la impresión de que ya no comulga con la revolución bolivariana de la que él
fue uno de los principales y bien remunerados actores.
Ese no es el único tabú. Hay preguntas que no se harán en
la carrera hacia la Presidencia, como:
¿Trajo la entrega a las FARC paz en Colombia? ¿Y cuál es la
situación actual de orden público?
¿Debe negociarse con el ELN la entrega de lo que queda de
la institucionalidad?
¿Conviene tener tres poderes públicos separados, o debe el
judicial seguir usurpando los demás?
¿Puede el país cambiar el petróleo por los estupefacientes?
¿Debemos acabar con la ganadería?
¿Conviene hacer una reforma agraria al estilo de las que
han dejado sin comida a varios países?
¿Conviene tener una policía inerme?
¿Será que la corrupción puede erradicarse eligiendo a los
más corruptos?
¿Los alcaldes mamertos deben seguir a cargo del orden
público?
¿Conviene ahogar la iniciativa privada con impuestos
confiscatorios?
¿Convendrá seguir aumentando sin límites el gasto público y
la burocracia?
Y estas no son todos los graves interrogantes que podrían
hacerse.
Mientras el país no encare adecuadamente sus grandes y
verdaderos problemas, nuestro futuro no podrá ser peor, porque vendrán a
“resolverlos” quienes mayor responsabilidad tienen en su creación: los
violentos, los fanáticos, los ignorantes, los corruptos, los narcos y los
políticos revolucionarios. Quienes no comprenden que la revolución siempre ha
sido el gobierno de los criminales, no entienden lo que se juega en Colombia en
medio de un electorado en buena parte desorientado, apático, y donde el
abstencionismo sigue superando el 50% del potencial electoral.
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Comprendo a Herman Tersch: pietra… pétreo… petro…