miércoles, 23 de febrero de 2022

¿Inocuos los debates en televisión?

José Alvear Sanín

Por José Alvear Sanín*

Las cosas han llegado tan lejos que se esperan milagros de los debates de los candidatos en televisión. Vale entonces la pena contemplar ese tipo de confrontaciones en la Colombia actual, para analizar hasta dónde pueden influir en la próxima elección presidencial.

En 1956, Adlay Stevenson retó al incumbente, Dwight Eisenhower, a un debate por televisión. El presidente rechazó el encuentro. El primer debate en televisión se dio entonces en 1960 entre Richard Nixon y John F. Kennedy y estuvo dividido en cuatro sesiones. Se dice que para los televidentes el triunfador fue Nixon y para los radioescuchas el vencedor fue Kennedy. Ese sí fue un verdadero debate, que permitió a los ciudadanos formarse una idea más o menos realista sobre los pros y los contras de ambos.

Desde entonces, en multitud de países se organizan debates entre los candidatos. Pero no es lo mismo cuando se enfrentan dos pesos pesados, que cuando un candidato fuerte y experimentado se mide con media docena de personajes más o menos conocidos.

Lo que se está viendo en Colombia es inocuo. En la pantalla aparecen diez o doce aspirantes. Cada uno de ellos tiene que contestar preguntas cuidadosamente formuladas para no irritar a nadie. Estas se despachan en los dos o tres minutos que se les conceden cada vez. Así, en una hora, cada participante habla, si mucho, dos o tres veces, unos seis o siete minutos en total, y por eso los espectadores se quedan sin formarse una idea clara sobre lo que piensan realmente estos señores sobre el país y su futuro.

En cada debate, el moderador se esmera en ser eso precisamente, un conductor “moderado” y simpático con todos sus invitados…

Hasta el próximo 13 de marzo, los precandidatos seguirán saliendo casi como en los realities, o en las eliminatorias del Concurso Nacional de Belleza. Después de ese día quedarán Petro y los siete enanitos para disputar la primera vuelta. En los dos meses siguientes habrá, desde luego, “debates”, siempre en el terreno de los buenos modales, donde no habrá ni tiempo ni deseo de deliberar sobre los verdaderos problemas nacionales.

En cambio, lo que el país requiere es confrontar a Petro y desenmascararlo. Nadie en los medios, por desgracia, es capaz de acorralarlo, de increparlo sobre su pasado terrorista, sus estrechos vínculos con Chávez y Maduro, su espantosa Alcaldía, su benigno y fugaz “cáncer”, su prodigiosa mendacidad, su impreparación, las bolsas de dinero, las mansiones en cabeza de testaferros, su verdadero ideal económico de corte comunista, la irresponsabilidad de sus propuestas, sus extraños viajes y sus entrevistas con sospechosos operadores electorales, etcétera…

En realidad, Petro sería el candidato menos difícil de vencer, si el país lo conociera, pero en vez de atacar a la víbora por la cabeza, el establecimiento político-judicial-mediático lo viene pintando desde hace varios años como un señor de centro-izquierda, un senador normal, común y corriente, por el cual pueden votar sin temor, desde los curas y las ancianos, hasta los hijos de papi del estrato 7.

Así como no se habla de los antecedentes ni de los propósitos del candidato de las izquierdas, también en el actual momento político hay otros temas tabúes, empezando por Venezuela. Es increíble que con millones de venezolanos mendigando en nuestras calles, a Petro no se le pregunte por los consejos que dio a sus íntimos amigos Chávez y Maduro para destruir ese país, antes de que se le dé la oportunidad de destruir el nuestro. En cambio, ahora se organiza una falsa discrepancia entre él y Maduro, para dar la impresión de que ya no comulga con la revolución bolivariana de la que él fue uno de los principales y bien remunerados actores.

Ese no es el único tabú. Hay preguntas que no se harán en la carrera hacia la Presidencia, como:

¿Trajo la entrega a las FARC paz en Colombia? ¿Y cuál es la situación actual de orden público?

¿Debe negociarse con el ELN la entrega de lo que queda de la institucionalidad?

¿Conviene tener tres poderes públicos separados, o debe el judicial seguir usurpando los demás?

¿Puede el país cambiar el petróleo por los estupefacientes?

¿Debemos acabar con la ganadería?

¿Conviene hacer una reforma agraria al estilo de las que han dejado sin comida a varios países?

¿Conviene tener una policía inerme?

¿Será que la corrupción puede erradicarse eligiendo a los más corruptos?

¿Los alcaldes mamertos deben seguir a cargo del orden público?

¿Conviene ahogar la iniciativa privada con impuestos confiscatorios?

¿Convendrá seguir aumentando sin límites el gasto público y la burocracia?

Y estas no son todos los graves interrogantes que podrían hacerse.

Mientras el país no encare adecuadamente sus grandes y verdaderos problemas, nuestro futuro no podrá ser peor, porque vendrán a “resolverlos” quienes mayor responsabilidad tienen en su creación: los violentos, los fanáticos, los ignorantes, los corruptos, los narcos y los políticos revolucionarios. Quienes no comprenden que la revolución siempre ha sido el gobierno de los criminales, no entienden lo que se juega en Colombia en medio de un electorado en buena parte desorientado, apático, y donde el abstencionismo sigue superando el 50% del potencial electoral.

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Comprendo a Herman Tersch: pietra… pétreo… petro…