Por Pedro Juan González Carvajal*
Parece que todos estamos de acuerdo en que la educación es
muy importante. Así mismo, estamos acondicionados para percibir la educación
como algo necesario para salir adelante y triunfar en la vida.
Sin embargo, muchas veces al hablar sobre la educación,
confundimos y trastocamos conceptos como el de formación, con el de instrucción,
con el de capacitación, con el de preparación, entre otros tantos.
Las sociedades modernas se han dado cuenta de que, si no
educan a su gente, la viabilidad del proyecto socio-político-económico
particular corre riesgos y es por eso necesario atender con prontitud dicho
compromiso.
Cuando se habla en términos prospectivos habría que tener
en cuenta que, sin educar a la población, la noción de futuro es escasa y
confusa, por lo que es necesario comprender que la educación, ya sea pública o
privada o híbrida, debe tener accesibilidad y cobertura universal, pensando
además que, si esto no se da, hablar de fortalecimiento de la democracia
resulta siendo una quimera.
En un país como Colombia donde la brecha entre lo urbano y
lo rural no se ha podido o no se ha querido superar y donde lamentablemente
nuestro campesino es mirado con cierta distancia y cierto desdén, es imposible
pensar en una integración completa del territorio si el proyecto educativo no
sirve para desarrollar ejercicios de inclusión, de respeto por la multiculturalidad
y de potenciación de los principios democráticos.
La ausencia vocacional, acompasada por la crisis de la
formación de maestros y su pérdida de nivel y de reconocimiento a nivel social,
dificultan enormemente la posibilidad de sacar adelante este alto objetivo
nacional.
Maestros escasos, mal preparados y mal remunerados
evidencian la inconsecuencia y la falta de claridad de nuestros gobernantes.
Además, hay que agregar que muchos de los maestros
actuales, ejerciendo el legítimo derecho democrático de la asociación,
defienden sus derechos, pero no se preocupan por la calidad integral del
proceso educativo y muchas veces se oponen a él.
Sin definir el tipo de ciudadano que no solamente queremos,
sino además que necesitamos, y si además no precisamos a qué nos vamos a
dedicar en términos económicos, es obvio que estaremos desperdiciando tiempo y
recursos, por lo demás escasos, y estaremos tratando de sacar adelante, objetivos
y estrategias educativas activistas que no tienen un foco claro.
La única manera de potenciar y garantizar la movilidad
social y un completo ejercicio en búsqueda del desarrollo humano integral es a
través de la universalización y la democratización de los currículos y la
formación de las bases docentes, orientando el esfuerzo a saber interactuar con
las generalidades y las particularidades de nuestra gran diversidad étnica,
cultural y territorial.
Un buen desarrollo de las actividades propias de la primera
infancia, con una adecuada nutrición y un adecuado desarrollo de la educación primaria
y de la educación secundaria, permite pensar en una educación superior
inclusiva.
Sin esta simple y básica articulación de esfuerzos, es
impensable esperar una buena contribución de la educación al desarrollo
integral del país.
Ahora bien, para que esto se dé, debemos darle un verdadero
timonazo a los criterios como elaboramos nuestros presupuestos públicos: se
debe primero dimensionar cuantos recursos económicos se requieren para poder cumplir
con el mandato constitucional de la educación para todos como derecho
fundamental y colocarlo como primer rubro a cubrir. Una vez garantizado el
acceso de toda la población a todos los niveles educativos, con complementación
entre lo público y lo privado, asignar los recursos restantes a áreas también
fundamentales como la salud, la vivienda y la justicia, y así sucesivamente,
hasta que se agoten los recursos.
¿Le parece ingenuo lo sugerido apreciado lector? Pues
digamos que sí, con el convencimiento de que, si seguimos haciendo las mismas
cosas, pues siempre obtendremos los mismos resultados, que, para el pueblo
colombiano, en términos de educación, son desastrosos.
¡A grandes males, grandes remedios! ¡El cáncer no se cura
con alcohol!
Una cosa es hablar de educación entre gente que no sabe de
educación, otra cosa es hablar de educación como producto que genera réditos
electorales y otra cosa es hablar de educación con conocimiento de causa, con
altura, con realismo, siempre poniendo por delante los altos intereses
nacionales.
La mayoría de los políticos, de los empresarios, de los profesionales,
no saben y no tienen por qué saber de educación. De educación saben los
pedagogos. Una cosa es que al público en general le guste y opine del tema,
pero otra cosa es que sepa del mismo y tome decisiones acertadas.
Si queremos defender la democracia y garantizar su
permanencia debemos tomar el toro por los cachos y hacer lo necesario para
viabilizarla.
Si no hacemos algo estructuralmente distinto en el tema
educativo, seguiremos sentenciados a ser un paisito subdesarrollado por “sécula
seculorum” (in saecula saecolorum).