Por José Alvear Sanín*
Para quienes hemos tenido una larga vida es muy difícil
sorprenderse con los espectáculos de la traición y la infamia. Son parte de la
política, y en Colombia, a partir de 2010, especialmente frecuentes.
Sin embargo, acabo de ver con estupor la larga entrevista
de Vicky Dávila, de una hora, once minutos y treinta y cuatro segundos, con el general
Jorge Enrique Mora Rangel, quien para conmemorar los cinco años de la entrega
del país a las FARC ha publicado un extenso libro, “Los pecados de la paz”,
de 462 páginas.
Ahora, cuando el país se desliza por una peligrosa
pendiente hacia el abismo, causada por el “acuerdo final” celebrado en La
Habana y ratificado fraudulentamente contra la voluntad popular, sale este General
desvergonzado a decirnos, prácticamente, que todo ese convenio pecaminoso se
dio a sus espaldas. Él se limitaba, después de las sesiones, noche tras noche,
en su cuarto, a anotar los acontecimientos del día y las discusiones que había
tenido con Humberto y con Sergio, en relación con lo que se había cedido ante
el continuo chantaje de las FARC, que amenazaban con levantarse de la mesa. Y a
cada amenaza, otra entrega.
También nos cuenta que el presidente Santos ordenó concluir
el proceso a la carrera, para no perder la posibilidad de participar, antes del
fin de su mandato, en la adjudicación del premio Nobel de Paz. En efecto, así
sucedió, porque en pocos días acabó de entregar el país y Santos logró su
galardón…
Una y otra vez Mora Rangel nos dice que con frecuencia él
manifestaba su voluntad de retirarse de esas negociaciones. Voluntad muy débil,
porque siguió hasta el fin, calladito, sin revelar al país lo que se estaba
tramando. Hubiera bastado con una denuncia completa de lo que se estaba
pactando en la sombra, y una renuncia erguida, y el inmundo engendro hubiese
abortado. Pero no. El General continuó silencioso, cohonestando y recibiendo el
suculento estipendio de la traición.
¡Con razón, en la entrevista Mora Rangel recalca la
“responsabilidad” de su propia conducta y su respeto por Santos! Como diría mi
abuela, ¡desde que se inventaron las disculpas nadie queda mal!