Por José Alvear Sanín*
En la bien nutrida historia universal de la estupidez
política se registran pocos episodios tan lamentables como el de la oposición
venezolana. Los incontables “partidos” que en debilísima coalición forman la
MUD, aceptaron concurrir a elecciones, a sabiendas de que el gobierno de Maduro
cometería todos los fraudes imaginables —y otros nuevos—, y aun así acudieron a
unas urnas inútiles ante el cómputo electrónico, que ya estaba preparado para
arrojar los datos que quería la dictadura. Esta les permitió “ganar” en dos
pequeñas de las 23 tres gobernaciones. Y a cambio de estas lentejas legitimaron
a Maduro. ¡Otra cosa es que hayan obtenido las probables prebendas monetarias que
desde Judas acompañan la traición!
Nuestra Hispanoamérica ofrece con frecuencia capítulos de
estupidez política. El reciente caso del Perú es aleccionador. Después de
veinte años de una propaganda incesante que convirtió al expresidente Fujimori
en un monstruo aterrador, con facilidad se impuso la consigna de “¡Primero
me corto la mano que votar por ella!”, con el resultado del mamarracho del
sombrerón analfabeta y estólido.
Con seguridad Fujimori cometió muchos errores, pero la
verdad es que se le ha encarcelado por haber derrotado a Sendero Luminoso. Y
aquí en Colombia, el doctor Uribe, que seguramente cometió también errores, no
es el monstruo sangriento y criminal, que por haber derrotado a las FARC debe
ser execrado, calumniado y perseguido hasta llevarlo a la cárcel —violando
todas las leyes penales y procesales—, antes de las próximas elecciones, cuando
muchos dirán: “¡Primero me corto la mano que votar por un uribista!”.
Con la atomización de las fuerzas democráticas, en Colombia
corremos el riesgo de imitar a los peruanos y superar a los venezolanos, para conquistar
así el gran premio de la estupidez política universal. Con dos o más
millones de venezolanos que piden limosna en nuestras calles o que les quitan
el trabajo a los colombianos más pobres, ¿cómo es que el gran consejero
económico y mentor político de Chávez encabeza las encuestas, con grandes
posibilidades de alcanzar la presidencia?
A él no lo afectan el abultado prontuario ni la pésima
Alcaldía, la mendacidad y el cinismo inocultables, las propuestas
descabelladas, los costalados de billetes filmados ni las suntuosas mansiones…
Frente al peligro inocultable, los candidatos insisten en
jugar irresponsablemente a que “si de pronto llego al segundo puesto, en la
segunda vuelta gano”.
Como las propuestas de Petro son alocadas los candidatos
van a rebatirlas, desde luego con razón, altura y lenguaje técnico, pero otra
cosa puede pensar un electorado agobiado por el desempleo, la carestía y la
pandemia, motivado por los espejismos de la renta básica permanente, los
servicios domiciliarios baratos, emisión en vez de impuestos, salud y pensiones
no contributivas, y la expropiación de las tierras agrícolas, con el fin de
repartirlas a los campesinos, en un país ecológico en el que se cambiará el
negro petróleo por el verde aguacate…
Todo lo de Petro es locura electoralmente productiva. Pero
para derrotarlo no hay que entrar en polémicas intelectuales con él, sino
mostrarles a las gentes cómo ese individuo puede volvernos una segunda
Venezuela, pero sin adónde emigrar.
Sería increíble que con ese país al lado y con sus
ciudadanos mendigando en nuestros semáforos, aquí gane el castro-petrismo, pero
si los políticos siguen sin unirse en una firme coalición democrática y
patriótica, el pronóstico es reservado.
Antes de las elecciones, especialmente inquietante es el
trato amable, respetuoso, cordial y cortés con que se trata siempre al “doctor
Petro” en los medios y en todos los congresos gremiales donde se presenta como
un político moderado y de centro-izquierda. Esto hace que el elector piense que
ese individuo es un personaje normal, como los otros aspirantes.
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Curioso que al iniciarse la campaña presidencial, el
Departamento de Estado — ¡al parecer sin consultar con la Cancillería colombiana!—,
proponga retirarle a las FARC su condición de movimiento terrorista. Ante este
despropósito, contrasta el rechazo de muchos legisladores de Estados Unidos,
con la ausencia de protesta oficial y partidista en Colombia.
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“La revolución la inventan románticos, la
protagonizan fanáticos y la aprovechan indeseables”
—Thomas Carlyle