Por José Alvear Sanín*
El cese de actividades electorales anunciado por la Alianza
Reconstrucción Colombia indica hasta qué punto se ha hecho difícil hacer
política en nuestro país. La Constitución de 1991 desarticuló y socavó los
partidos históricos, haciendo trizas el bipartidismo que tanto conviene al
sistema democrático representativo. So pretexto de edificar una democracia
dizque “participativa”, se estimularon mecanismos alternativos,
circunstanciales, personalistas, fluctuantes y oportunistas, que, por carecer
de base ideológica y arraigo popular, dependen precisamente de financiación
dudosa y creciente. Esto ha transformado la actividad electoral, que ha pasado
de controversia cívica a enfrentamiento de empresas de astronómico costo, con
lamentable frecuencia al servicio de intereses ocultos o protervos.
Contra esta manera plutocrática y oclocrática de hacer
política se levantó Luis Alfonso García Carmona, acompañado por un grupo de
generosos activistas. Carentes de dinero, de bodegas, de medios fletados y de
apoyo burocrático, a través de las redes sociales lograron que millares de
colombianos tomaran conciencia de los peligros que amenazan nuestra asediada
democracia. Pero, después de dos años de titánicos esfuerzos, han tenido que
suspenderlos.
Desde luego que lo que han estudiado, analizado y propuesto,
no se ha perdido, y como Centro de Pensamiento seguirán sin doblegarse,
alertando al país.
El perspicaz editorialista de La Linterna Azul afirma que
con el retiro de Luis Alfonso es Colombia la que pierde. No puedo estar más de
acuerdo, porque con el lema de “Reconstrucción o catástrofe”, a través
de un libro sorprendente, de conferencias y videos, artículos e incesante
actividad en las redes, el doctor García Carmona llegó a ser considerado
justamente como idóneo candidato presidencial, y en los distintos foros en los
que participó en esa condición demostró un conocimiento completo de los
problemas nacionales y nunca dejó de ofrecer soluciones posibles y razonables
para ellos.
Su discurso, centrado en lo esencial, exige el retorno al estado
de derecho, vulnerado por el desconocimiento de la voluntad soberana. Sin esa
posición legitimista y fundamental la democracia no puede sobrevivir. Aceptar
el golpe de Estado permanente, la impunidad de los peores delincuentes de lesa
humanidad, la usurpación de los poderes públicos por una judicatura dictatorial
al servicio de la subversión, el abandono de los principios cristianos en la
vida política y la apoteosis diaria del despilfarro clientelista, conduce
inevitablemente al abismo. Ha llegado la hora de decir NO a tanta insensatez y
emprender el camino de la reconstrucción moral y jurídica del país.
Se nos dirá que esa posición, basada en el deber ser, es
anacrónica e inútil, porque hay que acomodarse a los nuevos poderes fácticos,
que surgen del poder económico mafioso y de sus aliados narcoterroristas,
proclives al socialismo del siglo xxi.
Frente a ese pragmatismo derrotista, que apenas ofrece un
respiro, una caída menos rápida en el caos, hay que reaccionar con la máxima
energía. La lección de Luis Alfonso tiene que ser recogida por quienes estén en
capacidad de salvar el país. El apaciguamiento claudicante no lleva a buen
puerto. El peligro es aterrador y no podemos seguir ignorándolo, ni tampoco
tranquilizar al país diciendo que aquí no va a pasar nada y que es imposible
que la locura, la irresponsabilidad y la deshonestidad puedan imponerse en las
urnas.
Ante el retiro del combatiente debo expresar mi personal
satisfacción por haberlo seguido en estos meses de arduo batallar. Moral,
intelectual y personalmente, Luis Alfonso García está exactamente en las
antípodas del personaje siniestro que avanza, auxiliado por la indiferencia de
muchos y la generalizada carencia de voluntad de poder en el establecimiento
político nacional.