Por Pedro Juan González Carvajal*
En el país del Sagrado Corazón, como en todos los países
del mundo, periódicamente se presentan crisis y desbarajustes del orden de
cosas, con la diferencia que en la mayoría de los países las crisis se
enfrentan y se resuelven, mientras que aquí se reconocen parcialmente, se hace
un gran despliegue mediático y se manejan temporalmente, pero no se resuelven.
Veamos simplemente algunos ejemplos en diferentes momentos
de nuestra historia, con diferentes actores y temáticas:
Al inicio de los años setenta, la crisis de empleo motivó
al presidente Misael Pastrana a generar unos incentivos para el impulso del
sector construcción con el fin de promover el uso intensivo de mano de obra no
calificada, y adicionalmente se creó la figura del UPAC (Unidad de Poder Adquisitivo
Constante), con un inicial buen suceso y luego, con enormes efectos
inflacionarios y de descompensación de la amortiguación de la deuda por parte
de los compradores de vivienda.
Este sistema reemplazó al tradicional esquema de
financiación por parte del desaparecido Banco Central Hipotecario, relevado en
su momento por las corporaciones de ahorro y vivienda hoy también desaparecidas.
A la fecha, ninguno de los sistemas creados sobrevive, se
sigue construyendo vivienda, pero sigue creciendo su déficit.
A inicios de los ochenta, hubo una crisis financiera cuyo
detonante fue la cesación de pagos por parte de Financiera Furatena, lo cual
desencadenó una cascada de empresas en crisis debido a la proliferación de
captación y colocación ilegal.
Aparece en 1985 la figura de FOGAFIN (Fondo de Garantías de
Instituciones Financieras) para que sirviera de instrumento de rescate de
algunas de las instituciones emproblemadas y se pudiera proteger parte del
ahorro de los colombianos. Estrategias anunciadas inicialmente como temporales,
como la contribución del 2 por mil que luego pasó al 3 por mil y hoy se
consolidó como el 4 por mil, dieron algunos frutos, sin que hasta el momento
los colombianos que con nuestros impuestos ayudamos a fondear al FOGAFIN,
tengamos algún tipo de rédito por parte de las entidades beneficiadas y
rescatadas, cumpliendo con el axioma que dice que “se privatizan las
utilidades y se socializan las pérdidas”.
A inicios de los años noventa aparece la llamada Apertura
Económica, con un buen espíritu, con una buena intención, pero con muy poca
planeación, lo cual llevó a la aceleración de un proceso de
desindustrialización que aún hoy continúa con sus nefastos resultados.
Nos abrimos al mundo y perdimos nuestra capacidad de
transformación y de producción, desequilibrando de un todo y por todo, hasta el
día de hoy, nuestra pobre balanza comercial.
Con la muerte de Pablo Escobar se nos garantizaba la
desaparición del narco terrorismo, de la inseguridad y del negocio de las
drogas, pero pasó todo lo contrario, pues quiérase que no, él era el único capaz
de unir y manejar a los malosos. Aparecen pequeños emprendedores del negocio
ilegal, se crean redes urbanas de criminalidad aún hoy no superadas y sigue
creciendo el negocio de la droga.
Más recientemente, hace 5 años, se firmó el Acuerdo de Paz
con las FARC, y hoy el proceso se salva por el respaldo internacional, más que
por el propósito interno de consolidarlo y sacarlo adelante. ¡Qué frustración!
¡Qué cansancio! Vamos viento en popa hacia la deriva y estamos siendo testigos
impasibles y cómplices del regreso al pasado.
Queda claro que uno le puede dar comida a la gente, pero no ganas de comer.