viernes, 19 de noviembre de 2021

Caos capitalino

José Leonardo Rincón Contreras
Por José Leonardo Rincón, S. J.*

La diatriba no es contra la alcaldesa, porque manejar un monstruo de ciudad como esta no es ni será fácil para quien aspire a ganarse tamaño dolor de cabeza. Un solo funcionario, por más bueno que sea, nunca podrá hacer mayor cosa si no es de la mano de la cooperación ciudadana.

Bogotá, como capital del país, es y debe ser una ciudad abierta a todos. No es el pueblo de los rolos, es la capital de la República, es el centro de la nación entera. Esa es su fortaleza, pero también es su mayor debilidad: ser de todos y ser de nadie. Porque aquí todo el mundo se siente con derechos, pero pocos quieren cumplir con sus deberes y así no debe ser.

He vivido y conocido bastante otras ciudades y la gente quiere lo suyo. Lo siente como propio, lo cuida y lo defiende. Bucaramanga y Pasto, por ejemplo, son vivideros muy agradables. Cali era el modelo de ciudad cívica y desde hace algún tiempo comenzó a dejar de serlo, particularmente después del paro es un auténtico caos. Medellín, otro ejemplo, a pesar de su desbordante crecimiento en un valle que ya no aguanta más edificios (el 75% vive en propiedad horizontal) y cuyas estrechas vías no soportan un vehículo más es, sin embargo, todavía, una ciudad con alto nivel de civismo. Ejemplar la cultura Metro: la limpieza y organización de sus estaciones, los vagones impecables, el celo que hay en todos por cuidar este bien común. Hay cultura ciudadana, hay sentido cívico.

Ad portas de entrar en los 60 y debe ser por eso, porque me voy volviendo viejo, no dejo de lamentar que hayan suprimido en el currículo escolar las clases de urbanidad y cívica, comportamiento y salud, educación moral y religiosa y que esté en crisis la de ética y valores. No nos digamos mentiras, ni seamos políticamente correctos, una población maleducada como la que hoy tenemos es germen de muchos males sociales.

La experiencia que yo tengo a diario es que aquí la gente hace lo que se le da la gana. La agresividad de quienes conducen un vehículo es su nota característica pues impera la ley del más fuerte. Así los otros se perjudiquen, se trata de imponerse y hacer sentir su fuerza y poderío. Motociclistas, ciclistas y peatones, literalmente, se lanzan a los carros en actitud retadora y hasta grosera. Se atraviesan, cierran el paso, invaden el carril de velocidad para imponer su ritmo lento, nadie quiere ceder el paso al otro y si pone las direccionales pidiendo cambio de carril más rápido aceleran la marcha para impedirlo. La malla vial da grima y evidencia lo chambones que han sido muchos de los contratistas que la han “arreglado”. Por haber querido desestimular el uso del vehículo con un restrictivo pico y placa, lograron duplicar las ventas de automóviles para tener en casa la otra placa y poder movilizarse.

La inseguridad aumenta y la delincuencia rampante se pasea oronda. El 77 % de los capturados en flagrancia quedan en libertad para seguir haciendo de las suyas. Se sabe que estamos en un país de impunidad, donde desde el ladrón de barrio y el de cuello blanco, hagan lo que hagan, no les pasa nada y, si les pasa, al poco tiempo quedan libres para disfrutar lo robado y seguir cometiendo fechorías.

Desde hace muchos años, no tengo noción de que el pueblo capitalino asegure haber tenido un buen alcalde, todos son juzgados duramente y hay descontento, pero la fiebre no está en las sábanas, tenemos un pueblo inculto y carente de mínimos modales, agresivo y violento, sin sentido de pertenencia y de lo cívico, que exige todo y no aporta nada. Y vamos a estar peor si no hacemos algo pronto para cambiar este panorama. El caos capitalino es evidente.