viernes, 22 de octubre de 2021

Sobre le mal de la envidia

José Leonardo Rincón Contreras
Por José Leonardo Rincón, S. J.*

Entre atónito y perplejo quedé cuando el jefe de aquel entonces me dijo como queriendo ayudarme: “tienes que bajarle al perfil, hay mucha gente que te envidia”. ¿Envidia? Y ¿qué es lo que envidian?, ¿mi cargo?, ¿hacer bien las cosas?, ¿ser exitoso?, ¿mostrar resultados? En otra oportunidad un amigo me dice: “fulanito de tal (otro amigo) habla mal de ti, dice que eres ambicioso y que te gusta el poder” y eso ¿por qué?, porque él me conoce y sabe que he llegado a donde he llegado sin buscarlo, ha sido más por mérito. “Debe ser por envidia”, concluyó. Finalmente, otro caso: “al ver la evaluación, tu charla fue calificada por esa persona como la peor de todas. Es raro, porque todos los demás le han dado la más alta calificación. Debe ser pura envidia”.

Conocida en nuestro credo como uno de los pecados capitales, la envidia no es otra cosa sino el deseo oculto o manifiesto de obtener algo que posee otra persona y del que uno carece. Se trata, por tanto, del pesar, la tristeza o el malestar que se genera por el bien ajeno. En realidad, no es otra cosa sino resentimiento hacia alguien que resulta del compararse de modo acomplejado y sentir celos agobiantes por considerarse inferior.

Hace años un famoso comercial en la televisión mostraba una sensual mujer que contoneándose decía: “la envidia, es mejor suscitarla que sentirla”. Y yo, personalmente, tengo que confesarlo, no sé lo que es sentir envidia, pero tengo claro que existe y que desde el comienzo de la humanidad ha hecho mucho mal. Por envidia, cuenta el Génesis, Caín mató a Abel. No podía soportar que Dios mirase con gusto las ofrendas que le presentaba.

Lo que muestra la envidia es falta de valoración personal y amor por uno mismo, esto es, autoestima baja. ¿Por qué querer lo que los demás tienen y, además, desearles el mal? Creo que se requieren, conjugadas, altas dosis de neurótico apocamiento, inmadurez y mediocridad. Una persona espiritual, una persona que sabe que Dios la hizo perfecta a nivel corporal y que además la dotó de talentos únicos o carismas que otros no tienen, no debería sufrir de un mal tan triste y vergonzoso. Nadie tiene que envidiarle nada a nadie, porque es único, irrepetible, y tiene dones que otros no, y debe disfrutarlos, compartirlos y ponerlos a crecer y producir al servicio de los demás.

En nuestra vida cotidiana el mal de la envidia hace mucho daño. Les hace daño a otros y también al que la siente. Quizás más al que la siente porque de pronto quien es envidiado ni lo sabe, ni se siente afectado. Es increíble, pero, sobre todo, muy triste ver cómo a alguien que quiere surgir, levanta cabeza, progresa, tiene éxitos, le va bien económicamente, es felicitado… hay otros que no lo soportan, se corroen por dentro, mueren de celos. ¡Qué tontos! No se han valorado a sí mismos, no han sentido el amor infinito de Dios en sus vidas. Si lo hicieran, estarían bien ellos y seguramente estaríamos mejor todos.