Por Antonio Montoya H.*
Inicialmente me alegré, igual que muchos colombianos cuando
informaron los noticieros la detención del hombre llamado Otoniel, jefe del Clan
del Golfo, o de los Úsuga, grupo delictivo que tiene control sobre muchos
territorios de nuestro país y que ha secuestrado, asesinado, extorsionado y
vulnerado a miles de personas de nuestro vasto territorio colombiano y quien, a
través de sus lugartenientes, continuará delinquiendo, sin que al final nadie
los detenga.
Me molesta la sonrisa de ese hombre, en el momento de la
detención, tranquilo, y todos al lado tomándose fotos con uno de los bandidos más
grandes que ha tenido Colombia. Es sin duda alguna una clara muestra de la
forma en que miramos el delito y al delincuente.
Analizando el tema remonté mi memoria a las épocas del
secuestro en nuestra patria, a la detención sin razón alguna de muchos
policías, soldados y oficiales de nuestra patria, quienes sufrieron en carne
propia el flagelo de la violencia, muerte y extinción en nuestra comunidad.
Cuando ellos salieron de su secuestro, años después de su
retención, veíamos sus imágenes, lúgubres, demacrados y acabados con la muestra
clara de su tragedia, narrando sus días de sufrimiento, su dolor, angustia y
lamentando su ausencia de la familia y de los seres queridos.
A ellos me refiero, a aquellos hombres que, en el ejercicio
de su profesión, por defender a la comunidad, sostuvieron largos y cruentos
combates con los guerrilleros a quienes considero simples bandidos y no
defensores de la democracia, a pesar de que hoy ocupan y ostentan la calidad de
congresistas; qué horror y qué dolor.
Pregunto con indignación si a esos soldados, policías,
muertos y secuestrados están recibiendo hoy, ellos o sus familias, hijos,
esposas y descendientes el apoyo, acompañamiento y solidaridad del Estado para
recuperar su dignidad, autoestima y deseo de continuar su lucha por la vida y
la democracia. No lo creo, pero al menos quisiera que nos dieran un dato exacto
de que hay de sus vidas, sus sufrimientos y angustias.
Por todo ello, lamento al ver la cara sonriente de Otoniel,
un ser que no tiene conciencia de sus delitos, ni del dolor y la tragedia que
ha llevado a miles de ciudadanos de Colombia, familias que hoy tienen dolor,
angustia y desesperación, por actos cometidos por este hombre y sus compinches.
Quisiera que pronto se autorice su extradición, que si bien
hoy, no es tan temida como antes, si conlleva al fin y al cabo una real sanción
por los actos cometidos.
Sería importante y valioso que ese hombre indeseable, fuera
capaz de confesar quienes son sus lugartenientes, sus cómplices, y desmontara
su red de narcotraficantes y bandidos, lo que significaría un gran aporte a la
sociedad para tratar de buscar el real sometimiento de los bandidos al
ordenamiento jurídico colombiano.
Espero que no pase lo que es tradicional en nuestro país,
en el que los delincuentes, bandidos, ladrones del erario, salgan por
vencimiento de términos y así continúen su labor de daño, dolor y perjuicio al
patrimonio de los colombianos.
Contra los bandidos toda la acción de la justicia y que sea
pronta y eficaz.