Por José Alvear Sanín*
Se dice y repite que la
democracia se originó en la Atenas clásica. Esa idea algo tiene de cierto, a
pesar de las exiguas condiciones de libertad de un pequeño número de ciudadanos
que se manifestaban en el ágora, al margen de un populacho esclavo, y aislados
en una especie de torre de marfil. Pero también en ese medio floreció la
demagogia, que es desde entonces el mayor tropiezo para el buen gobierno.
Pues bien, la gran amenaza
para la democracia ateniense (como para la nuestra hoy) procede de la
demagogia. Así, el primer texto de la ciencia política, Los caballeros, de Aristófanes, da cuenta de los halagos
gastronómicos con los que Cleón obnubila a Demos, un viejo glotón, chocho y
tonto, para manipularlo y explotarlo.
En Colombia tenemos ahora un
Cleón incansable, de los peores antecedentes y los menores conocimientos,
candidato presidencial que en los seis meses anteriores al 21 de abril había
pasado del 25 al 38 % de la intención de voto en primera vuelta…
Sin embargo, en vez de prender
todas las alarmas, mientras más asciende el demagogo con mayor frecuencia se
dice y se repite que es imposible que el país pueda caer en el abismo, porque
todas sus propuestas son irresponsables, alocadas, populistas, absurdas, y
conducentes a la ruina económica y al empobrecimiento de un país incapaz de
tamaña locura. Algunos añaden, incluso, que Petro viene perdiendo puntos,
porque el país se dio cuenta de los horrores que trajo la tal “protesta
pacífica”.
Es posible que haya algo de
eso, pero no dejan también de inquietar su blindaje judicial y el favoritismo
de la Corte Constitucional, que le abre, seis meses antes que, a los demás
candidatos, las arcas inagotables del Estado, para hacer política.
Mientras más pobre sea un
pueblo, con mayor facilidad confía en las promesas más seductoras: servicios
domiciliarios baratos; salud, educación y pensiones gratuitas; nada de
impuestos —porque para eso está la emisión—, y así sucesivamente, hasta llegar
a la renta básica universal y permanente.
Después de la pandemia, la
situación económica de grandes sectores de la población ha descendido a niveles
tan lamentables como preocupantes, y por eso, hacer entender a las gentes menos
favorecidas, cultural y monetariamente, que su suerte solo puede mejorar
después de varios años de crecimiento sostenido y de austeridad presupuestal,
no es propiamente fácil. La ventaja es indudablemente, de los promeseros y
demagogos.
Negarse a ver que el peligro
ha pasado de latente a inminente, y seguir con el juego de docenas de
candidaturas, es el colmo de la irresponsabilidad. Si continúa este baile
mientras el paquebote se hunde, podemos repetir la tragedia del Perú. Después
de ojo sacado no vale santa Lucía.
A los que piensan en la
imposibilidad de un triunfo de Petro, les recuerdo que Claudia López, Pinturita
y Ospina, tres demagogos de lo peor, llegaron con locas promesas a las alcaldías,
donde están acabando con todo lo que tocan, y desde las cuales pondrán millares
de juntas de acción comunal a votar por el gran demagogo…
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La demagogia es un peligro
universal, porque en todas partes las propuestas seductoras son atractivas. La
semana pasada en Berlín, dentro de las elecciones generales, triunfó con el
56.7 %, contra todos los partidos, una proposición para la expropiación de las
grandes empresas inmobiliarias, que poseen 246.000 inmuebles en esa ciudad.
Esa consulta popular no es
vinculante, pero indica hasta dónde un electorado próspero y “bien educado” se
deja llevar por promesas descabelladas. El costo elevado de los arrendamientos,
y la preferencia de los alemanes por arrendar en lugar de poseer vivienda, no
se solucionan con expropiaciones masivas.
Pero si en Alemania llueve,
¿por qué aquí habría de escampar?
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Si Epa Colombia ha sido condenada
penalmente por dañar una humilde estación de Transmilenio, ¿por qué no es
procesada Claudia López por destruir un monumento del patrimonio nacional,
protegido por la ley?
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Cuando el magistrado Caldas
salva su voto diciendo “En nuestro ordenamiento jurídico-penal se sanciona
la persona por sus actos, no por ser quien es”, denuncia el prevaricato de
los otros dos falladores al condenar a Luis Alfredo Ramos por motivos políticos
y de estrategia electoral. Ahora bien, si la demora en la justicia es la mayor
injusticia, ¿cuántos años pasarán antes de la segunda instancia? ¿Y qué
garantías puede esperar de ella el doctor Ramos? ¿Y cuántos años más seguirá
detenido Andrés Felipe Arias antes de la segunda instancia?
La justicia politizada en
Colombia es cada vez más estalinista.