Por Pedro Juan González Carvajal*
Un país lleno de
necesidades y de sueños incumplidos, debería darse a la tarea de comenzar de
manera sistemática a inventariar y emprender aquellas obras que, por siglos o
decenios, estamos a la espera de usufructuar.
Estas obras, se deben
hacer por encima de cualquier interés de cualquiera de los múltiples
precandidatos que hoy tenemos y deberían ser una carta común de navegación.
Es poco razonable y
presentable que no exista una vía de al menos doble calzada continua entre las
dos principales ciudades del país: Bogotá y Medellín. No tiene presentación que
periódicamente colapse el Puerto de Barranquilla por no contar con un programa
permanente de dragado. Hay que esperar a cada invierno fuerte y rezar para que
no se rompa el Canal del Dique y volvamos a decir que es necesaria la
construcción del Canal de la Mojana para evitar las permanentes y advertidas
inundaciones en Sucre.
Qué pena con nuestros
hermanos de San Andrés y Providencia, tan manoseados por todos los gobiernos,
sin excepción, ya que a estas alturas del partido no cuentan con su apropiada
planta de generación eléctrica, ni con su adecuada planta desalinizadora, ni
con la ayuda efectiva prometida para su reconstrucción por la afectación del
último huracán que pasó por allí.
Qué desfachatez que los
gobiernos locales toleren construcciones piratas o invasiones en zonas de alto
riesgo.
Qué despropósito que
Colombia no tenga una estrategia real para el manejo de las basuras y los
residuos de todo tipo.
Es imperdonable que exista
una sola escuela pública que no tenga acceso al agua potable y a los servicios
básicos.
Debería ser motivo de
sanción permanente para el presidente, el gobernador y el alcalde de turno al
que se le muera un solo niño por hambre o por desnutrición.
Debe implementarse un plan
maestro de conectividad rural alrededor de las veredas y los corregimientos que
componen nuestra división político-administrativa rural.
Debe reconstruirse una
figura como la del Instituto de Mercadeo Agropecuario, Idema, para garantizar
la logística, los precios de sustentación y la posibilidad de que nuestros
campesinos tengan una alternativa real y sostenible de producción agropecuaria diferente
a la siembra de coca.
Se debe emprender una
estrategia continuada para el control de la erosión costera.
Se debe cumplir
estrictamente con los planes de mitigación ambiental para las explotaciones
mineras formales.
Hay que dar el empujón que
sea para reconstruir nuestra red férrea.
Hay que construir al menos
un puerto en el Pacífico.
Debe construirse la red de
oleoductos y gasoductos necesarias para evitar la circulación de carro tanques
y disminuir la probabilidad de desabastecimiento de las principales ciudades
por motivos de catástrofes naturales o temas de orden público.
Hay que implementar un
plan adecuado de construcción de puertos secos.
No echar al olvido la
posibilidad de construir el Canal Atrato Truandó, emplear la órbita geoestacionaria,
y desarrollar los puntos triples (lugares donde coinciden más de 2 fronteras) y
las puntas de crecimiento (Territorio propio que se introduce en territorio de
otro país).
Se debe apuntalar el
desarrollo de las ciudades fronterizas.
Sacar del ostracismo a
Tumaco, Ciudad Bolívar, Aguablanca, Buenaventura, a los barrios más pobres de
cada ciudad capital, al Departamento del Chocó y a todos los departamentos
denominados anteriormente como Territorios Nacionales.
Acabar con el mito de la
inaccesibilidad por parte del Estado al Catatumbo, a Sumapaz, a ciertos
territorios del Arauca, del Bajo Cauca Antioqueño, del corredor
Nariño-Cauca-Putumayo y del corredor Meta-Caquetá, entre otros.
Hay que hacer que nuestro
territorio continental y marítimo no le quede grande al Estado, como lo
denuncia el decir de que “en Colombia hay más territorio que Estado”.