Por Pedro Juan González Carvajal*
Se dice que el metaverso es el
universo paralelo construido de manera virtual y que hoy recibe gran acogida
debido a los últimos desarrollos computacionales, informáticos y de
comunicaciones.
Zuckerberg define el metaverso como “Un
entorno virtual donde puedes estar presente con personas en espacios digitales.
Puede pensar en esto como Internet incorporado en lugar de simplemente mirar.
Creemos que será el sucesor del Internet móvil”.
De igual manera, la línea que separa
lo real de lo virtual se hace cada vez más delgada.
Se abren nuevas e inmensas
posibilidades ante este nuevo desafío tecnológico, pero lo que personalmente
más me inquieta es que seguimos construyendo posibilidades enormes sin que
todavía hayamos ayudado a resolver los problemas y las necesidades básicas que
afectan a la mayor parte de la población, pareciendo que la realidad
tecnológica en sí misma fuera un universo paralelo a la que no le interesa ni
le importa lo que pasa a su alrededor.
El tema demográfico se interpone entre
los buenos augurios tecnológicos y su verdadero impacto en la construcción de
bienestar colectivo, lo cual hace que la tecnología se esté convirtiendo hoy en
un instrumento de exclusión.
Y no es que para consolarnos sea
suficiente con los anuncios y aún con el incremento de la cobertura y el acceso
a la tecnología, sino hemos podido responder eficazmente a la pregunta ¿Qué nos
ganamos con tanta sofisticación sin haber alcanzado los mínimos necesarios para
vivir dignamente?
Se anuncia con bombos y platillos que
el acceso a Internet será considerado como servicio público fundamental, pero
la gente no tiene empleo y se sigue empobreciendo, haciendo que el argumento
circular esgrimido sea falso, pues entonces no se tiene trabajo, pues no se
está debidamente capacitado y no se está debidamente capacitado porque no se
tiene acceso a la tecnología.
No señor. Mientras no exista voluntad
política, los asuntos económicos, sociales y tecnológicos no unirán esfuerzos
ni compartirán focos comunes y el nivel de unos pocos crecerá exponencialmente,
mientras que la mala situación de la mayoría seguirá empeorando, haciendo que
la brecha de la injusticia, la iniquidad y la inocuidad del modelo democrático,
sigan en aumento.
En lo local, el maestro Echandía
acuñaba su célebre frase de “El poder para qué”, que serviría como guía
para parafrasearla y concluir que “La tecnología para qué”.
Ahora bien, mi razonamiento está
acompañado conscientemente de un alto grado de ingenuidad, pero lo que quiero
dejar claro es que, a través de la historia, los desarrollos tecnológicos han
servido solo marginalmente para ayudar al mejoramiento de las condiciones de la
mayoría de los humanos, lo cual es entendible desde las lógicas del poder, con
las cuales uno finalmente estará de acuerdo o no.
No solo es necesaria la
democratización del acceso, sino, y, sobre todo, la democratización de los
impactos positivos aportados por el uso de la tecnología, que solo así podría
ser vista y valorada como una herramienta favorecedora a los intereses
generales de la especie.