Por Pedro Juan González Carvajal*
Para algunos miembros de mi generación,
ha sido una verdadera fortuna haber podido interactuar en algún momento del
tiempo con ilustres visitantes que, como asesores extranjeros, vinieron a
compartir sus experiencias y a orientar nuestros esfuerzos.
Algunos de ellos, pues la lista sería
muy extensa, son: Jean Paul Sallenave, a principios de los ochenta, quien nos
hablaba sobre planeación estratégica. Peter Drucker a mediados de los noventa
nos ilustraba sobre temas de competitividad y con el Estudio Monitor de
Competitividad, nos ayudaba a tener una hoja de ruta. A comienzos del siglo, Sergio
Boisier nos entregaba su experiencia en torno al desarrollo territorial,
mientras que el profesor Gioacchino Garófoli hacía énfasis sobre la relevancia
del desarrollo desde lo local. Muhammad Yunus nos explicaba la importancia de
la confianza y la manera de estructurar un banco para los pobres. El profesor
Ricardo Hausmann nos puyaba para que pensáramos en serio en los temas del
desarrollo, entendiendo los parámetros y las restricciones que ofrecía en su
momento el mundo de la globalización económica.
De igual manera, varias experiencias
exitosas de países amigos han servido como ejes de aprendizaje y de encuentro
para incorporar buenas prácticas. Algunos tuvimos la fortuna de visitar a
Mondragón en Cataluña, España y evidenciar las ventajas del cooperativismo
productivo y el impulso dado a los parques tecnológicos. El entender cómo alrededor
de un gran proyecto cultural ‒El Museo de Guggenheim‒, Bilbao en España pudo
potenciar su transformación. El poder visitar las regiones italianas donde se
desarrollaron los exitosos distritos industriales, homólogos europeos de los clusters
norteamericanos, enriquecieron el concepto de trabajar juntos y poder así
buscar economías de escala. Santiago de Chile y sus exitosas experiencias de
movilidad urbana, implementadas con planeación y firmeza. Alemania y su modelo de
Educación Dual, Universidad-Empresa, que tantos logros ha alcanzado. Curitiba
en Brasil, como ejemplo viviente de que sí se puede lograr un desarrollo
armonioso sin dejar un impacto grave en la naturaleza. Florencia, Italia y sus
iniciativas para el fomento del comercio internacional. Silicon Valley en los
Estados Unidos y la posibilidad de observar de primera mano la ebullición de la
creatividad y del desarrollo tecnológico.
Los anteriores son algunos ejemplos
que han servido de inspiración y también de reflexión.
En el hoy, una ciudad como Medellín
tiene firmados varios convenios de hermanamiento con distintas ciudades a lo
largo y ancho del planeta. Lamentablemente no ha existido una política pública que
le dé continuidad y forma de ejecución a lo pactado, sin que exista una hoja de
ruta y menos una entidad o varias entidades responsables para impulsar y hacer
seguimiento de las acciones, eventos o proyectos conjuntos que hagan valer la
pena la firma de convenios que muchas veces se quedan en el simple papel.
Tenemos mucho que aprender y también
tenemos mucho que compartir como acciones y prácticas exitosas de ciudad.
También tenemos que aprender a sacarle mayor provecho a los ejercicios de las relaciones
Internacionales y de las relaciones interinstitucionales, en condiciones de
gana-gana y de adecuada reciprocidad.
NOTA: reflexiona nuestro gran William Ospina alrededor de lo
que sucede en el planeta con el cambio climático y dice: “Ya no producimos
más cultura, más civilización: solo basura, velocidad, congestión, más angustia
y desastres”.