miércoles, 7 de julio de 2021

¿Será que no estamos ya en la guerra urbana?

José Alvear Sanín
Por José Alvear Sanín*

El 30 de junio pasado, en un artículo “políticamente correcto”, Luis Pérez Gutiérrez, exgobernador de Antioquia, empieza hablando de “ciudadanos buenos y generosos que protestan por ellos y por todos”, y en cuyas filas se infiltran vándalos… A continuación, dice:

(…) la indiferencia del gobierno ante la crisis asombra (…) así han nacido guerrillas en Colombia. Los bloqueos y actos violentos tan largos podrían llevar a que los vándalos de tinte político se logren articular y formen guerrillas urbanas (…) en las ciudades, donde se dice que en más del 40% de los territorios no manda el Estado (…) los vándalos pueden encontrar espacios abonados para hacer nuevas y exitosas guerrillas urbanas.

El doctor Pérez Gutiérrez se preocupa entonces por una posibilidad aterradora para el futuro, en vez de reconocer que hace años la guerrilla urbana existe; y olvida que incluso a él, cuando era alcalde de Medellín, le tocó combatirla en la Comuna 13, donde era innegable la combinación de narcotráfico y subversión.

Desde que existen guerrillas en Colombia, la posibilidad de su paso de las remotas montañas y selvas a las ciudades preocupaba a los gobernantes. Para prevenir esa suprema amenaza, ejército y policía se mantenían preparados.

Todo cambió con el “acuerdo final” entre Santos y Timo, que consagró el cogobierno entre las autoridades legítimas y la subversión legitimada. Unos 7 000 guerrilleros bajaron a las ciudades, a disfrutar de sueldos y prestaciones extravagantes, y a varios centenares de ellos se los empleó como guardaespaldas muy bien remunerados por el gobierno, con dotación de armas oficiales y vehículos blindados de alta gama.

Ahora bien, por lo menos 6 000 de ellos que desde 2016 habitan en los suburbios, no han abjurado de la formación militar, terrorista y revolucionaria que les inculcaron, ni han dejado de pertenecer al tal “partido” FARC (ahora “de los comunes”), marxista-leninista y practicante siempre de la combinación de todas las formas de lucha.

El Secretariado, ahora en el Congreso, nunca ha renunciado a esa ideología. Por el contrario, han dicho y repetido que su propósito inmodificable sigue siendo la toma del poder para establecer el “socialismo”, porque “comunismo” es una palabra que asusta y, por tanto, su pronunciación es tabú.

A partir de abril 28 los acontecimientos consisten en una cadena ininterrumpida de actos terroristas de la mayor violencia, siguiendo una indiscutible estrategia subversiva y revolucionaria, que cuenta con la eficaz complicidad de alcaldes proclives y de comunicadores, nacionales y extranjeros, que han inventado aquello de la violencia policial y de un gobierno represor que atropella y mata al pueblo.

Acabo de escuchar a Miguel Uribe Turbay, quien, como secretario de Gobierno de Bogotá, sabe de lo que habla cuando denuncia que hay escuelas de entrenamiento para la formación de los individuos de la “primera línea”.

Durante estos 65 primeros y horribles días de la revolución colombiana venimos presenciando todos los actos propios de la guerra urbana, ejecutados por gentes preparadas al efecto, dirigidas por un partido leninista profesional, como es el comunista, organización multiforme, militar y mimetizada, de obediencia castrista y con propósitos continentales.

A todas estas, nadie pregunta acerca de los miles de reinsertados: ¿Qué han hecho y dónde han estado durante estos dos largos meses? ¿Habrán puesto sus habilidades y su experiencia al servicio de la subversión? ¿Habrán entrenado guerrilleros urbanos durante los últimos cinco años? ¿Cuál es ahora el número de efectivos de las guerrillas urbanas? ¿Qué relación tienen con la primera línea? ¿Quién financia el eficaz aparato logístico que está destruyendo a nuestro país? ¿Hasta cuándo se seguirá ocultando deliberadamente la participación de las FARC en los actuales disturbios?

A preguntas pertinentes como las anteriores, y a mil más, deben responder los organismos de inteligencia del Estado, para prevenir actos, atentados y acontecimientos desestabilizadores, pero esos mecanismos indispensables fueron —obedeciendo al “acuerdo final”— desmantelados o marchitados.

Si el gobierno y la sociedad siguen cerrando los ojos frente a la realidad de la guerra urbana para considerarla una remota posibilidad, y si continúan negándose a ganarla —como hasta ahora—,  no queda esperanza para Colombia.

***

En la celebración de los cien años del PCCh, su amo absoluto dice que ellos sacaron de la pobreza a centenares de millones. Se equivoca, porque los primeros setenta años de marxismo-leninismo solo produjeron revolución, guerra, miseria, y la eliminación de innumerables millones. En los últimos treinta años no ha sido el comunismo, sino la adopción del capitalismo, lo que ha enriquecido al país, cuya gente sigue oprimida hasta extremos aterradores. ¡Cuánto mejor sería tener capitalismo + democracia, en lugar de comunismo + capitalismo salvaje de la Nomenklatura!