Por José Alvear Sanín*
Faltando nueve días
para el 20 de julio es de vital importancia recordar el refrán de que “guerra
avisada no mata soldado”. Si efectivamente se dirigen ya hacia Bogotá
50.000 “pacíficos” ‒convocados por la primera línea‒, para unirse en la capital
con otros tantos “inofensivos” en una protesta “legítima y espontánea”, esa
manifestación puede, lógicamente, convertirse en el putsch, en la marcha hacia palacio, para apoderarse, literalmente,
del país, culminando así la revolución colombiana.
Contando a partir de
abril 28, esta revolución, que tantos no quieren ver, cumple 62 días; y el 20
de julio llegará al día 72, que puede ser decisivo, bien para ellos, bien para
nosotros.
En medio de la calma
chicha que vivimos, en el país se está extendiendo la sensación de que ya pasó
el peligro y que los excesos criminales han causado una reacción saludable en
la población, que ahora repudia a Petro… lo que es simplemente pensar con el
deseo.
Es posible que Petro
haya caído 2 o 3% en la intención de voto, pero no por ello deja de ser el
candidato más opcionado, sin contendor de peso, y si seguimos como vamos, en
junio del 22 se enfrentará a un pintoresco pelotón de candidatos débiles,
situación que nos puede llevar a un desenlace a lo peruano…
La esperanza de que
Petro haya dejado de ser peligroso se basa en la ilusión del “votante
racional”. Los sufragantes de esa condición no constituyen mayoría en parte
alguna del mundo. Con mucha frecuencia se impone el voto pasional, sea activado
por consideraciones étnicas, religiosas, nacionalistas, regionalistas,
caudillistas, etc., o por la simple motivación egoísta que lleva a votar por
quien más ofrece: servicios públicos baratos o gratuitos, salud y educación sin
costo, vivienda subsidiada, renta básica universal, expropiación a los ricos… y
así sucesivamente.
Con propuestas absurdas
e irracionales, Pedro Castillo, un analfabeta, subió del 16 al 50% de la
votación, contrariando todas las expectativas sobre el voto racional en su
país.
Volvamos a Colombia. El
país requiere con urgencia un candidato que devuelva la esperanza, que
entusiasme, que sea capaz de ganar las elecciones ampliamente, con mayoría en
el Congreso, un líder…
Si este 20 de julio se
repite la imprevisión del 28 de abril, el país puede hundirse
irremediablemente.
La situación inestable
que vivimos, agravada por la ofensiva mediática que hace coro al infame informe
del CIDH, y la que quiere pintar al Ejército colombiano como una escuela de
sicarios y mercenarios, dificulta la acción preventiva de las fuerzas del
orden. Si estas no son desplegadas con el mayor respaldo, para que actúen con
la eficacia requerida, cualquier vacilación hará que la chispa se convierta en
incendio arrasador.