viernes, 23 de julio de 2021

Banderas al revés en un país al revés

José Leonardo Rincón Contreras
Por José Leonardo Rincón, S. J.*

De niño aprendí a respetar y valorar los símbolos patrios. Mi mamá me hacía poner de pies cuando sonaba el himno nacional y en una lámina grande que pendía de una pared de la casa podía leer sus 11 estrofas, algunas de las cuales rimaban frases abstrusas; la bandera tricolor se izaba en las fiestas patrias y se reprochaba socialmente la casa de familia o edificio público que no lo hiciera; el escudo, en cambio, aunque bonito, nos hablaba simbólicamente de asuntos inexistentes: un cóndor casi extinto, unas cornucopias rebosantes de oro en un país mayoritariamente pobre; un gorro frigio que nunca he visto ni como gorro ni como la libertad que dice proclamar, el istmo de Panamá que ya no es nuestro, la granada, una fruta nada común, en fin… en las clases de educación cívica nos hacían aprender sus significados sin que dejara de llamarnos la atención estas exóticas realidades.

Muchos años después, en alguna de mis visitas a Argentina, me impactaba ver en el altar mayor de las iglesias, la bandera nacional. Se erguía siempre limpia y elegante, no podría nunca tocar el piso y el día que tuviese que cambiarse, en un ritual solemne se quemaba. No era un trapo para envolverse ni para jugar con él, se profesaba un respeto profundo y se nos decía que muchos héroes de la patria austral habían ofrendado su vida defendiéndola. Esta veneración casi sagrada me impactó hondamente.

Con la pérdida paulatina de ese fervor patriótico, alimentado por generaciones de padres y educadores insulsos y desteñidos que nunca irradiaron ese amor por los símbolos patrios, que nunca entonaron bien las notas marciales del himno y tampoco lo cantaron con entusiasmo, si no es que se quedaban callados como si fueran de un país en la antípoda, en mis rectorados escolares obligaba a mis estudiantes a cantarlo duro y con respeto. Todavía me lo recuerdan con agradecimiento así en ese momento me odiaran por ello. Lástima que por impuesto decreto se volvió cual canción comercial que suena puntualmente en las emisoras cada doce horas, a las seis.

La bandera, por su parte, se volvió un trapo arrugado, feo y raído que dice mucho y no dice nada. En estos días de paro la han resucitado para ondearla al revés queriendo simbolizar efectivamente que estamos en un país al revés. El rojo pasó a la parte superior y a ocupar medio campo porque es verdad que después de simbolizar a quienes derramaron su sangre por conquistar nuestra libertad hoy simboliza los ríos de sangre que bañan todos los días nuestros campos y ciudades ante la mirada indiferente e indolente de quienes por mandato no podrían tolerarlo. El azul del cielo, de nuestros ríos y mares, permanece incolume cual mudo testigo del caos. El amarillo que simbolizaba nuestras riquezas y valores está en la parte inferior para expresar lo mezquinos y rastreros que nos hemos vuelto y cómo nuestros principios y valores se fueron abajo y están por el suelo.

Lo que en principio me causó indignación y rabia por irrespetuoso frente a un símbolo patrio, hoy lo comprendo y entiendo. Estamos en un país patas arriba que hipócritamente censura una bandera al revés, pero aplaude la pobreza, la injusticia y la corrupción y le importa un bledo la miseria y el caos en el que nos encontramos. Ese país que exporta asesinos cualificados, el país del poderoso chofer de tractomula que acosa un indefenso niño ciclista para aplastarlo y luego quedar libre porque no hay de qué acusarlo. El país de los jóvenes sin futuro cuyo único programa es salir a robar, vandalizar, destruir y matar. El país político que en su vergonzoso Congreso sigue haciendo jugaditas y trampas en medio de mentiras y traiciones. Ese país que no toma en serio la protesta social y rápidamente la macartiza de terrorista con el afán electorero de aumentar botines políticos en vísperas de elecciones.

Ordenar las cosas no es volver a izar la bandera correctamente o cambiar de color el uniforme de sus policías. Es promover reformas estructurales antes de que esto acabe de empeorarse. Necesitamos renovar nuestros liderazgos con gente joven, sana y honesta, que de verdad quiera su patria. Esos son los nuevos héroes con los que queremos celebrar estas festividades del 20 de julio y el 7 de agosto, entre el 1 de enero y el 31 de diciembre, todos los días de todos los años. Lo demás es moralina cargada de lamentos políticamente correctos.