José Alvear Sanín*
Después del lanzamiento, en la semana que acaba
de concluir, de otras tres candidatas para la presidencia, contabilizo como 40
nombres excelentes, con excepción del de Petro, execrable puntero (por varias
cabezas) en esa carrera, y faltan datos de varios municipios.
En los íntimos pliegues de cada político está
siempre agazapada la tentación presidencial, pero para que esta no lo exponga
al ridículo debe operar la consideración de “lo posible”. ¡Si en Colombia
hubiera siquiera 10 presidencias al mismo tiempo, sería lógico el número de
aspirantes que se han presentado!
Ahora bien, por más torpezas que cometa Petro
(que puede, al contrario, seguir posando de paloma), en junio del año venidero
seguirá a la cabeza, y detrás de él llegará, si seguimos como vamos, un pelotón
compacto de aspirantes, cada uno soñando con lograr el codiciado segundo puesto
en la primera vuelta…
Arriesgada apuesta, entonces, la de los ilusos
candidatos democráticos, porque existe el riesgo de que el segundo en esa fecha
sea otro funesto izquierdista.
Como puede ver el amable lector, hay un
candidato guiado por la estrategia, al que se oponen las docenas que apuestan
por la táctica. Lo estratégico consiste en una preparación de años, una
financiación inagotable y una figura conocida en todos los rincones, mientras
lo táctico es soñar que “si gano el segundo lugar, el país, aterrado por el
ejemplo de Venezuela, me rodeará para ganar en la segunda vuelta”.
El espejismo, la ilusión, de pasar a la segunda
vuelta, nada tiene de sólido. Es un juego tan inseguro como el de la ruleta
rusa, y este país no lo podemos jugar a la ruleta rusa. Si el año entrante
Petro llega a la presidencia, será el fin de la patria y el principio de la
revolución colombiana, para completar el dominio del subcontinente. La
candidatura presidencial no puede, entonces, convertirse en un renglón
adicional del curriculum vitae de ciudadanos meritorios.
La preservación de la democracia y del estado
de derecho es asunto de vida o muerte, que exige perentoriamente la escogencia,
desde ahora mismo, de un candidato viable, es decir, de alguien que pueda ganar
las elecciones del 2022, tanto la del Congreso como la de la presidencia, y por
eso tantas aspiraciones ilusorias deben retirarse de inmediato. Deponer los
egos es imperativo.
Para ganar se requieren principios y suficiente
financiación, con el fin de poder contar con medios masivos, equipos de
trabajo, desplazamientos, grupos preparados para prevenir el fraude y otros
para contrarrestar en las redes sociales las innumerables bodegas de la
izquierda y las potentes emisoras que el gobierno ha construido y financia para
las Farc.
Una campaña electoral moderna es una empresa
que cuesta centenares de millones. Solamente un gran candidato puede
obtenerlos, porque si seguimos como vamos, nadie va a financiar a tantos
aspirantes porque “tanto pobre junto pierde la limosna”.
Aplazar la respuesta a la ofensiva
revolucionaria para cuando se sepa quién queda de segundo en la primera vuelta
equivale a suicidarse, porque el intervalo entre la primera y la segunda ronda
es muy corto. Apenas alcanza para el último forcejeo.
La batalla de 2022 es la final y decisiva.
Desde hoy mismo hay que prepararse para ganarla. De lo contrario nos tocará
asistir a la película Colombia no-futuro.