Probablemente la Deutsche Welle (DW) es la
mejor emisora de TV del mundo, por el altísimo nivel de su excelente y variada
programación. Por su superioridad en el medio, inspira respeto y aun temor. Al
parecer, esa emisora privilegiaba la objetividad e imparcialidad en la
información de los sucesos diarios. Como por eso venía ganando sintonía en
América Latina, amplió a 20 horas diarias su programación en español para
nuestro subcontinente, pero pronto sus noticieros empezaron a mostrar el sesgo
izquierdista que acostumbran los europeos frente a nuestra región.
Esa lamentable orientación se ha traducido, en
los interminables 40 días de las “protestas” en Colombia, en una verdadera e
incesante toma de partido a favor de las fuerzas que, a través del paro, la
asonada, la subversión, la violencia, los bloqueos y sobre todo la
desinformación, están llevando el país al colapso y la revolución. Ya la DW no
es simplemente sesgada, sino que se ha pasado al servicio incluso de la
“primera línea”, deliberadamente.
Todas las noches la DW pinta al “gobierno”
colombiano como una dictadura que asesina, incendia y viola a través de sus
maniatadas fuerzas de policía, a un pueblo indefenso que ha salido, inerme, a
protestar pacíficamente frente a condiciones intolerables de despotismo.
El “enviado especial” Johan Ramírez es filmado
con casco, visera y blindaje corporal (como un Robocop), al lado de los
manifestantes, pero no ha visto un policía despedazado; otro secuestrado,
torturado y su cuerpo arrojado al río; ambulancias detenidas y destrozadas, con
pacientes que mueren dentro; centenares de estaciones de transporte público
vandalizadas, buses y camiones quemados, carreteras bloqueadas, un puerto
anulado, mercados saqueados, y los demás horrores que esas turbas cometen en
medio de cantos y bailes grotescos, para celebrar “la fiesta de la guerra”.
Tampoco ha observado el Sr. Ramírez, la
complicidad de los alcaldes izquierdistas con el desorden, ni la conducta
timorata, omisiva y vergonzante de las autoridades, que han dejado llegar las
cosas al estado de descomposición que conduce al caos. A esto se suman los frecuentes
y cordiales reportajes que la DW hace a los corifeos del desorden, evitando
cualquier opinión favorable a la ley y el orden en Colombia.
Ahora bien, no entendemos la razón por la cual nuestro
gobierno no exige respeto al de Alemania, propietario de la DW, cuando esta
desinforma, agrede y ofende a Colombia, poniéndose al servicio de los enemigos
de nuestra democracia con una sesgada cobertura que incluye hasta tomas que
parecen de otros lugares y tiempos. Como si esto fuera poco, algunos amigos me
cuentan que la BBC sigue igual conducta.
Sabemos que protestar por la impasibilidad de
la Cancillería y de los orondos embajadores de Colombia ‒con la excepción del
Dr. Alejandro Ordóñez‒, es tan inútil como reclamar una información confiable a
los brazos mediáticos de la República Federal y del Reino Unido, pero no
podernos quedarnos callados ante la tolerancia oficial frente a organismos de
propaganda de esos, dizque, “gobiernos amigos”.