martes, 8 de junio de 2021

De cara al porvenir: la educación en Colombia

Pedro Juan González Carvajal
Por Pedro Juan González Carvajal*

Definida la educación constitucionalmente como un servicio público, no se debería hablar de educación pública y educación privada, sino, más bien, de Instituciones de educación superior gubernamentales y no gubernamentales.

En ese orden de ideas, cuando se habla de programas como el de “valor matrícula cero”, se debería incluir a todas las Instituciones, sobre todo a aquellas que tienen matrículas por estratos socioeconómicos, de acuerdo con el principio de igualdad y atendiendo a criterios de acceso, cobertura y permanencia en la educación superior.

Lo mismo aplicaría para la educación básica y la secundaria.

Ahora bien, lo importante es afrontar de manera rigurosa la necesidad de administrar la educación colombiana en todos los niveles, desde el pretetero hasta los post doctorados, pues ante los pésimos resultados obtenidos, observados y comprobados de las Pruebas del Estado y de las Pruebas Pisa, en los últimos años, en el lamentable mal comportamiento cívico y en la ausencia generalizada de cultura ciudadana evidenciada durante la pandemia, y el bajo nivel de productividad y competitividad de la gran mayoría de las empresas colombianas, pues hay que reconocer que lo que estamos haciendo no está dando en el clavo y que a partir de esta realidad, tenemos que refundar nuestro pretenciosamente llamado sistema educativo.

El centro de la educación es el maestro. Pongámonos de acuerdo en eso, para poder sentar unas buenas bases conceptuales. A partir de ahí debemos integrar en el plano axiológico el tipo de ciudadano colombiano que queremos tener y en el campo de la práctica, una vez definido a qué es que se va a dedicar Colombia, en términos de definir los sectores estratégicos que nos han de servir de palanca para poder competir en un mundo globalizado; de las condiciones para ser ciudadanos del mundo y de la responsabilidad que tenemos sobre el planeta, pues ahí sí podremos hablar de contenidos, modelos pedagógicos, modalidades, docencia, estrategias pedagógicas, currículos y demás temas relacionados, y de los tipos y características de las infraestructuras requeridas, de los métodos y medios didácticos necesarios y de la estrategia de implementación de los diferentes niveles académicos a partir de una fundamentación básica que genere una adecuada conciencia geográfica e histórica tanto para los docentes como para los estudiantes.

El asunto fundamental, y no negociable, es el compromiso de entregar igual calidad de educación a cualquier niño, joven o adulto en cualquier parte del país. Sin asegurar este punto de partida, cualquier cosa que se haga es ante todo antidemocrática, una dejada de constancia que lo único que genera son profundas heridas a una sociedad excluida y excluyente desde lo básico y, en segundo lugar, irresponsable e inocua en términos de asegurar que la educación sea la encargada de fortalecer la construcción de una sociedad y de la sociedad política que en algún momento del tiempo ha de convertirse en Nación.

Sea lo primero lograr la valoración del maestro a nivel social en su verdadera dimensión, asociada a una proporcional y digna remuneración ligada a una actualización permanente.

Sea lo segundo entender y diferenciar que en un presunto Ministerio de Educación deben existir dos áreas independientes e interrelacionadas: El área pedagógica y el área administrativa. La una responsable de cómo entregar, compartir y crear el conocimiento y la otra encargada de la logística para asegurar que los diferentes tipos de infraestructuras existan, se mantengan y estén disponibles para todos los usuarios de manera permanente, a partir de dinámicas que permitan obrar, reaccionar y proaccionar con la agilidad, la oportunidad y la pertinencia que exigen los incesantes cambios tecnológicos, sociales, políticos y ambientales que ofrece un mundo volátil, incierto, complejo y ambiguo.

De otro modo, estaremos preparando estudiantes en áreas que no existirán cuando se gradúen, lo cual generará las frustraciones propias al desempleo y a la falta de oportunidades con las cuales se enfrentarán.

Sea lo tercero lograr una integración entre la teoría y la práctica, que va desde el rescate de las artes y los oficios hasta la integración entre la escuela, el colegio y las universidades con las empresas, pasando por el desarrollo de capacidades para resolver problemas conceptuales y materiales en el mundo real.

El oficio de maestro no puede ser tomado como un escampadero para un profesional desempleado. Debemos formar a los futuros maestros y debemos refundar y/o fortalecer las escuelas normales donde se formen los profesores para todos los niveles del ciclo educativo.

Debemos también aprender a capitalizar la experiencia de los trabajadores y profesionales mayores y entender los cambios profundos que ha tenido la sociedad debido a la intensiva incorporación de tecnologías de todo tipo en la cotidianidad del humano.

De no enfrentar esta realidad, tendremos ejércitos de trabajadores y profesionales desechados por la sociedad, y destruiremos la gran riqueza que representa la experiencia que aportan los mayores y los jubilados.

Finalmente, seamos respetuosos. Si queremos hacer un planteamiento nuevo alrededor de la educación, dejemos que lo hagan los que saben: los pedagogos. Muy queridos los empresarios y políticos importantes, los bien o mal llamados sabios, los escritores y los profesionales de cualquier disciplina, que obviamente podrán aportar en su momento, una vez los especialistas de la educación definan el qué y el cómo.

Retomando un pensamiento de Daniel Samper Ospina, tenemos: “Aquí cualquier larva se declara mariposa”.