Por Antonio Montoya H.*
Hablar de las cosas después, con posterioridad
a los hechos, no es bueno si es para pontificar sobre la forma en que se debió
actuar y no creo que Colombia hoy necesite eso. Lo que se requiere es analizar
de fondo qué está sucediendo en Colombia, a qué le estamos apostando y cómo los
diversos actores de la vida política quieren tomar partido y beneficiarse del
caos, lo cual genera desestabilización social y económica. Me permito precisar
algunos puntos a saber:
Primero.
El país no puede olvidar que la crisis social y económica se inicia con la pandemia,
causada por el covid-19, cuando en marzo 19 de 2020, iniciamos una cuarentena
prolongada que se fue extendiendo en el tiempo, para proteger la vida y no la
economía. Se lograron resultados importantes en aspectos preventivos y fue así
como la tasa de mortalidad se controló significativamente.
Pero, como todo en la vida, protegerla causó
estragos en la economía y el empleo, se generó una crisis de hondas
consecuencias, el desempleo se incrementó al 27%, la pobreza volvió a niveles
del año 1998, algunas empresas quebraron o entraron en el proceso de
insolvencia, y otras están esperando algo de mejoramiento, si no llegarán a ese
estado también.
Segundo.
A la par, y desde el inicio del mandato del presidente Iván Duque, Gustavo Petro y su Colombia Humana,
expresaron públicamente que se opondrían, desde el primer día y en la calle, al
gobierno, lo cual ha sido verdad y no es controvertible.
Tercero.
Los promotores del paro, a pesar de la crisis, no supieron responderle a la
sociedad, se sostuvieron en las marchas y de allí surgió la violencia, la cual,
además, fue patrocinada por un senador de la República, Gustavo Bolívar, que financió la llamada primera línea de
manifestantes.
Cuarto.
El mal llamado Paro Nacional, promovido en todo el territorio, dividió aún más
al país. Los marchantes no eran grandes mayorías y se diferenciaban porque
algunos realizaban el ejercicio de la protesta pacíficamente, pero los otros,
los que estaban pagados y financiados, tenían la orden de generar caos y
vandalismo, y a fe que lo lograron y aún siguen haciéndolo.
Quinto.
El Comité del Paro, que se autodenominó así, no tenía, ni tiene representatividad
alguna; no se sabe quién los eligió, ni cuál es su misión. Han sido factor de distracción
para el gobierno que se reúne con ellos para acordar no sabemos qué, ni por qué,
solo entendemos que no representan a nadie, excepto a Fecode, y las centrales
obreras.
Sexto.
Responsabilidades.
A los alcaldes se les salió de la mano el control del orden público, siendo
ellos los directos jefes de la policía en cada ciudad. Los hechos de Cali, Bogotá
y Medellín, además de Cauca, fueron indicadores del grado de violencia y odio
que se presentaba en cada sitio de manifestaciones. Los daños causados no los
van a pagar ellos, ni los promotores del paro… siempre sucede así, los pagamos
con los impuestos los ciudadanos que a pesar de las manifestaciones tenemos que
asistir a trabajar para sostener a los vándalos, bandidos, narcotraficantes, exguerrilleros
y nuevos guerrilleros que no les duele los derechos de los demás, no piensan
sino en la venganza y se regodean con el dolor de los que ven sus bienes,
muchos o pocos, acabados y destruidos. Eso no puede ser democracia.
Séptimo.
Reforma tributaria. Por todos los medios se le solicitó al presidente que se
abstuviera de llevar al Congreso la reforma tributaria, aunque fuera con otro
nombre, porque la reacción fue mucho mayor, no solo de los marchantes, sino de
toda la ciudadanía; lástima que no hiciera caso y a los ochos días la tuvo que
retirar.
Octavo.
Políticos. No sabemos dónde estaban, se escondieron, no dieron la cara ni
tuvieron el talante de dirigirse a los manifestantes para parar el destrozo,
salvo, como siempre ocurre, que algunos para bien o para mal, opinaron, como los
expresidentes Uribe y Gaviria, y como Germán Vargas, además de algunos miembros
del Centro Democrático, y de Petro y Bolívar que lo hicieron para azuzar a los
marchantes; de resto senadores, representantes, concejales y diputados desaparecieron
del escenario público.
Noveno.
El Congreso tampoco dio la talla, no acogió las peticiones públicas de control
a los salarios, al número de congresistas, al pago único en época de sesiones,
en fin, sí aprobaron proyectos, pero aún no entienden que el país no les tiene
confianza.
Décimo.
La policía y el Esmad. Duro les dan los medios de comunicación y los comités de
derechos humanos, pero, nadie los felicita. Ellos salvaron las ciudades y tuvieron
en sus filas más de mil hombres heridos, aporreados, masacrados. Estuvieron impávidos
porque no podían defenderse ya que los acusaban de ser violadores de derechos
humanos. Todos sabemos que los excesos no son buenos, pero pregunto yo ¿quién
atacaba… ellos o los vándalos? La respuesta es simple los vándalos, con piedras
cócteles molotov, palos, patas, puños, es decir, con rabia… qué horribles noches.
Si hubo excesos es de los dos lados.
Décimo
primero. El ejército. Actuó con serenidad en los
lugares en que se solicitó que actuara, de resto estuvieron quietos esperando órdenes.
En fin, señores, lo que sucedió y está
ocurriendo tiene su origen no solo en la pandemia, sino en el mal acuerdo de
paz, que, aunque se perdió, lo sostuvieron. Ahí están las consecuencias, fallas
en la justicia, los exguerrilleros que sin remordimiento atacaron al país por
décadas, que violaron, secuestraron, mataron, se tomaron ciudades y municipios,
y pusieron bombas, ahora están legislando, autorizados por una paz que no generó
la tranquilidad que se esperaba, que dividió y polarizó nuestra patria… qué mal
trabajo el de un señor Santos, que nos engañó a todos.
En conclusión, debemos todos bajar los ánimos,
pensar en la Colombia que es de todos, en la que unos pocos vándalos no pueden
ganar; no se puede destruir el sueño de una gran nación con autonomía y soberanía
nacional, debemos seguir luchando por una nación emprendedora, que impulse el
trabajo, que genere mejor calidad de vida y que sea la mejor para bien de
todos.