José Leonardo Rincón, S. J.*
El famoso escritor
español, José María Peman, en una obra de teatro escrita en poema, define al
santo navarro Francisco Javier como “el divino impaciente” precisamente para
resaltar, paradójicamente como admirable virtud, esa impaciencia suya por
evangelizar Oriente. No sé si hoy día seríamos capaces de emular al Patrono de
las Misiones, pero de lo que sí estoy seguro es que si algo hemos tenido como
pueblo ha sido precisamente mucha paciencia.
Paz y ciencia son dos
dones que parecieran combinarse en nuestros oídos al pronunciar esta palabra.
Es verdad que no lo son etimológicamente hablando, pero sí es verdad de a puño
que hay que tener mucha paz interior y saber usar inteligentemente la cabeza,
cuando se trata de ser pacientes. La paciencia es en realidad la virtud de
saber soportar la adversidad, las penas y el dolor sin perder el control de sí
mismo. Y si no que lo diga el santo Job arquetipo de la paciencia excelsa.
En el mundo de la
salud, por ejemplo, se habla de los pacientes, aludiendo a personas necesitadas
de salud que tienen muchas agallas no solo para sobrellevar la propia
enfermedad, sino que tienen que esperar además largas horas para ser atendidos,
que les hagan exámenes y chequeos, tratamientos duraderos que los sanen, colas
interminables para recibir medicamentos y, sobre todo, sentirse impotentes
frente a muchas situaciones sobre las cuales no tienen control por ser
totalmente dependientes.
En ese mismo sentido,
si algo ha tenido nuestra gente es precisamente paciencia. Puse el ejemplo con
la salud, pero podría hacer un listado interminable de casos en los cuales se
aguanta y aguanta y aguanta, respecto de estructurales problemas que agobian en
gran simultánea nacional. Esa sumatoria o cúmulo de eventos en los que hay que
ser pacientes, se vuelve infinidad de actos de paciencia y aguante. Algunos lo
llaman, si no eufemísticamente al menos sí elegantemente “resiliencia” o esa
capacidad de sobreponerse pacientemente para poder seguir adelante. Lo que no
se ha calculado todavía es si en realidad tantos actos de resiliencia o de
infinita paciencia, en realidad se han convertido en una olla exprés.
Personalmente soy de
los que pienso que, a Dios gracias, a lo largo de este mes hemos tenido
afortunadas válvulas de escape que han prevenido un estallido más trágico y
violento. La gente está harta de politiquería veintijuliera barata y mentirosa,
de pagar impuestos y ver cómo se los roban descaradamente, de tener una
educación de mala calidad, de desempleo y pasar hambre, de justicia amañada que
favorece siempre a los mismos… ya lo sabemos. Lo grave es que quienes han
tenido en sus manos la posibilidad real de cambiar esto a tiempo han jugado a
exacerbar nuestra paciencia, se siguen haciendo los sordos y no quieren
entender, ¡ay Dios!
Es verdad, como decía
Santa Teresa de Ávila que “la paciencia todo lo alcanza”, pero como también
decía el compadre de la esquina “tampoco hay que abusar”. Y ya que resucitaron
en la Radio Nacional la famosa radionovela Kalimán, no olvidemos el sabio
consejo del hombre increíble a su amigo Solín: ¡serenidad y paciencia, mucha
paciencia! Lo cual, sin embargo, no significa ni paralizarse, ni impedir actuar
con rapidez y eficiencia como toca hacerlo en estas horas de efervescencia y
calor, porque Acevedo y Gómez sí que tenía la razón: “si dejáis escapar esta ocasión única y febril, seréis tratados como
sediciosos, ved los grillos, los calabozos y las cadenas que os esperan”.
Así que el que tenga oídos para oír que oiga y el que quiera entender que
entienda, porque en río revuelto la ganancia es de los pescadores y por ahí
rondan felices muchos intereses foráneos viendo cómo nos acabamos en luchas
intestinas al mejor estilo y de la mejor factura de la patria boba. Por favor,
no seguir confundiendo ser pacientes con ser tontos.