sábado, 15 de mayo de 2021

¿Se puede la democracia representativa?

Andrés de Bedout Jaramillo
Por Andrés de Bedout Jaramillo*

Según lo establecido en nuestra Constitución del 91, en Colombia tenemos un sistema de democracia representativa, lo que significa, que supuestamente, son el presidente, los gobernadores, los alcaldes, las juntas de acción comunal y las juntas administradoras locales, además de senadores, representantes, diputados y concejales, los que deben representar los diferentes estamentos de la sociedad, que votó por ellos. Estas personas, elegidas con nuestros votos, se supone deberían estar en contacto permanente con el pueblo (indígenas, negritudes, desempleados, centrales obreras, estudiantes, comerciantes, industriales, gremios, ambientalistas, etcétera, pero desafortunadamente este mecanismo de representación democrática, de participación ciudadana, no está funcionando correctamente, por haberse perdido el norte de lo que significa la prevalencia del interés general sobre el interés particular. Es que el estatus económico, social y político de nuestros presuntos representantes esta tan elevado, que los aísla en una burbuja que les impide vivir, sentir y compartir, con y como el común de los colombianos.

Todos nuestros supuestos representantes, están de acuerdo con el paro, pero dicen no representarlo, porque por lo general siempre está acompañado de hechos vandálicos y violentos, que por supuesto rayan en el código penal y afectan la paz y tranquilidad que nos merecemos la gran mayoría de los colombianos. Es como si el país estuviese en manos de un poco de bandas de delincuentes dispuestos a, por la violencia, destruir todo lo construido para el bienestar de toda la sociedad. Y nuestros supuestos representantes nada pueden hacer, ni siquiera se les ocurre nada.

Este tipo de actitudes, obedecen a que la democracia representativa no está funcionando por estar dedicada a la búsqueda de intereses personales, tanto de quienes nos representan, como de los vándalos violentos que nos quieren exterminar, para poder perpetuar a sus anchas, el caos y el desorden, del que solo se pueden aprovechar unos pocos. Es muy raro que sean los sectores que tienen sus senadores, sus representantes, sus concejales, sus diputados, sus alcaldes, sus gobernadores, sus JAC y sus JAL, los que están marchando. La mayoría lo hace pacíficamente y unos pocos ejercen la violencia, aprovechan las marchas, apoyadas por todos, rechazadas por todos y que nos afectan a todos. Mejor dicho, se trastocaron los valores, el interés general es el de mantener el caos, amparados en una actitud, débil e hipócrita de nuestros supuestos representantes, bien pagados, dotados de camionetas blindadas, escoltas y equipos de asesores.

Hemos acostumbrado tan mal a nuestros supuestos representantes con sueldos, camionetas y escoltas, que el mejor negocio es el de buscar por todos los medios una elección popular en un supuesto cargo, que los coloque en prelación frente a los demás colombianos; prueba de ello son los miles de candidatos que participan en la contienda de la supuesta representación popular.

La señal que están dejando es la de representar sectores y no representar a nadie, para que, ingenuamente, el pueblo crea que va a ser tenido en cuenta, haciéndose sentir, perjudicando y perturbando el interés general, como quien dice: el cambio social se logra incomodando y destruyendo a la sociedad, pero resulta que la sociedad no se va a dejar, la paciencia se está acabando.

Ante tanta violencia, desorden y confusión, no puede ser posible que ahora la fuerza pública no pueda cumplir con su función constitucional de defender la vida y los bienes de la sociedad, defensa que tienen que hacer buscando a los vándalos, a los violentos dentro de los pacíficos marchantes, quienes terminan sirviendo de idiotas útiles de los que se quieren quedar con el botín del Estado.

Cuando hay una emergencia sanitaria, acompañada de una emergencia social y política, es la oportunidad para que nuestros dirigentes de las ramas legislativa, ejecutiva y judicial, además de los organismos de vigilancia y control, se pongan a tono con la situación que vivimos, mostrando que son colombianos, como lo somos todos, iguales ante Dios, la patria y la ley; ya no vale la pena seguir obrando en contravía del grito enfurecido e interminable de todos los colombianos, que reclaman un comportamiento más acorde con la realidad, que permita recuperar confianza en las instituciones, para que estas funcionen en pro del interés general.

Yo no sé si en las reuniones del presidente con los congresistas, los partidos políticos, los magistrados de las diferentes cortes y organismos de control, han tratado el tema de sus altos salarios y beneficios, para plantearle a los colombianos algo más racional, más acorde con la situación real que vivimos. Cómo sería de bien recibido y cómo ayudaría en la búsqueda de recuperación de confianza en las instituciones, una decisión de autorreducción de salarios y prestaciones de congresistas, magistrados, diplomáticos y de todos los funcionarios del Estado, cuyas ganancias rayan en la exageración, aun en épocas de bonanza, y que ya los colombianos no somos capaces de seguirles pagando.

Sería muy saludable para Colombia, altos funcionarios que se conecten y compartan, que se comporten como colombianos comunes y corrientes, saliendo de la burbuja que los tiene atrapados para alcanzar un posible contacto con la realidad, acercándolos al pueblo. Ellos no escuchan, porque ni siquiera lo ven y las necesidades de los colombianos no dan tregua, como para seguir aguantando la ineficiencia e ineficacia de nuestros supuestos representantes, lo que ha quedado al desnudo durante esta crisis económica, política y social. El descrédito de los partidos y movimientos políticos y por ende de las instituciones del Estado, es total, los sentimos muy lejos de nosotros, al común de los colombianos. No nos están prestando los servicios y menos la representación para la que fueron establecidos. La desconexión es total, lo que hace más difícil la recuperación de confianza en las instituciones.

No puede ser que la Unidad de Protección tenga más de 3.000 carros, en su mayoría de alta gama, blindados y yo no sé cuántos escoltas, ni cuántos conductores, sin ningún aparente control eficaz. Lo único claro es que eso es una sinvergüenzura que se debe acabar. Todos debemos estar en igualdad de condiciones frente a los innumerables riesgos que a diario tenemos que enfrentar los colombianos, a excepción de los protegidos, nuestros supuestos representantes. Si se hace un estudio de costo beneficio, pierden el año, hasta delinquen en los carros suministrados por el Estado. El que quiera carro que lo compre o que lo rente y si quiere escoltas, que los contrate de su propio bolsillo.

El pueblo no quiere más protegidos, a costas de los desprotegidos y más cuando esos protegidos, como que no son los que nos representan.

Que el Espíritu Santo, toque los corazones de nuestros políticos, los ilumine para que tomen rápidamente las medidas de autocontrol que les permita ser y sentir como cualquier colombiano, sacándolos de la burbuja que ellos mismos crearon para beneficio propio y de sus cercanos.