Por Luis Guillermo Echeverri Vélez
– Parte Dos. Del
Populismo. (Serie Cultura de la Legalidad)
La política importa, y
está en manos del sector privado y los medios productivos de la economía, que
son los que generan empleo y bienestar, evitar que el populismo se trague la
democracia.
Todos cometemos
errores, eso está claro. El asunto difícil es, cómo reconocerlos y corregirlos.
Y aquí, en la lucha por el poder, parece que se vale de todo y los partidos
políticos ya le vendieron el alma al diablo del clientelismo.
Pareciera que en las
próximas elecciones “vamos a pagar,
justos por pecadores”, a cuenta de la ausencia de entendimiento de los
partidos sobre lo elemental que implican los valores fundamentales de la
democracia, y de las estúpidas e irresponsables indolencias de un fardo de
inútiles que dicen que quieren ser presidentes, sin estar preparados para
sortear la recuperación económica de un país entero después de una pandemia
global, y que no se dan cuenta de su incapacidad para suplir en solitario, las
necesidades de desarrollo socio-económico de la nación.
Colombia necesita la
continuidad del camino trabajador y honesto, constructor de legalidad, que le
ha marcado al país el actual presidente en medio de dificultades sin
precedentes. No es criticando al gobierno que se conserva el espíritu
democrático. Miremos bien en la frontera nororiental y en nuestras calles, las
consecuencias de haber dejado descarrilar los valores esenciales de una
democracia.
Se demanda una persona,
sensata, honorable, con buena experiencia de vida y vocación de servicio, que
sepa administrar y que sea capaz generar compromiso con el deber ser y la
legalidad. No es solamente cuestión de un nombre reconocido en el sector
público, ni de inflar un muñeco famoso de la política que nos presida por otro
período. La cosa es, poder contratar a alguien debidamente acreditado para la
responsabilidad democrática que confiere el mandato.
Aquí a un ciclista o a
un futbolista para ser contratado o para llegar a la selección Colombia, a un
profesional para ser gerente o presidente de una empresa privada importante, le
toca pasar por un estricto proceso de acreditación y validación. Tiene que
tener un parte de sanidad física y mental, credenciales que validen una calidad
probada, una trayectoria efectiva y un buen comportamiento; en resumen,
comprobar realidades que lo acrediten como el más competente para el oficio.
Pero cuando de ser
candidato a presidente o de vivir del Estado se trata, parece que los criterios
de selección de la gente se invierten y contradicen el deber ser y los valores
de cualquier otro proceso de selección en búsqueda de excelencia.
Parece que para ganar
el favor de los que se acreditan el poder de la formación de opinión, hay que
manejar un discurso bien mentiroso y presentar todo un cuento que encubra las
verdaderas intenciones que tenga un sujeto, pues, mientras más escandalosa y
atrabiliaria sea su arenga, más mencionada y reconocida resulta ser la persona.
La cosa es, que no nos
hagamos trampa con lo que digan las especulaciones tempranas de los medios y
encuestadores, donde cualquiera puede ser candidato sin que medie un verdadero
proceso de precalificación fundamentada en una trayectoria honorable y efectiva
de servicio a la democracia que debían cumplir unos partidos que hoy solo están
dedicados a la rebatiña por medrar de la misma canoa.
Tal y como se presenta
el panorama actual, parece que vamos a un mundial en el báratro, con un equipo
de mochos. ¿Habrá que volver a importar jugadores ajenos al manoseo de la
hacienda pública, capaces de romper todos los esquemas politiqueros?
¿Será la elección,
entre un mediocre incapaz de mantener el orden democrático que enmarcan las
leyes y que garantiza la libertad, o caer al abismo totalitario a manos
anárquicas de un corrupto faccioso con mascará de líder social de oposición al
establecimiento y apoderado de un discurso propagandístico cargado de
falsedades y resentimiento, que apele al descontento social y al odio de clases
para engañar la juventud, en la misma forma que se pregona que ha sido engañado
por quienes hasta ahora han tenido la responsabilidad de conducir la nación?
Pues el problema del
populismo es como dice el refranero, que: “La
mona, aunque la vistan de seda, mona se queda”. Y es que quienes se auto
nominan y quienes se autodenominan de oposición, “ni rajan ni prestan el hacha”. Son lo mismo de lo mismo, ya que
sus actos y sus conductas personales solo encubren un pasado y un presente
corrupto y en veces hasta criminal, pues todos practican una politiquería
clientelista, sucia y parasitaria que no podemos desconocer.
Terminemos diciendo que
tristemente no existen en Colombia verdaderos movimientos y partidos políticos
con valores, y que esto es: “río
revuelto, ganancia de pescadores”, pues se perdió la verdadera vocación
democrática y los conceptos ideológicos partidistas fueron reemplazados por las
mentiras más convenientes para engañar al pueblo que todos pregonan
representar.
Reflexionemos.
Hablémosles a los padres, y como padres a los jóvenes con sinceridad sobre
nuestros errores, hablémosle de la importancia de que, en su sed de cambio, no
se dejen endulzar el oído por el populismo y perdamos los rieles de la libertad
y el orden sobre los cuales rueda la justicia que acarrea el desarrollo en las
democracias.