domingo, 11 de abril de 2021

¡El problema de haberle vendido el alma al diablo! Parte uno

El problema de haberle vendido el alma al diablo


Por Luis Guillermo Echeverri Vélez*
Luis Guillermo Echeverri Vélez

– Parte uno. De la sociabilización de la injusticia. (Serie Cultura de la Legalidad)

Hablando en términos reales, pero con expresiones figurativas: “Cuando alguien le vende el alma al diablo, la apelación es en los infiernos”. Veamos porqué se descarriló la democracia, cuando ante la imposición de la impunidad, calló la justicia.

Para entender la gravedad de un problema de la justicia, que no es nuevo en Colombia, el colmo lo marca el hecho particular de que “un presidente” se haya dedicado ocho años a sociabilizar la injusticia. Es así como se rompió la unidad democrática y la independencia de poderes, cuando en procura de pasar a la historia el gobernante resolvió de manera arbitraria, vanidosa y entresijos, endosar los principios constitucionales a una pila falaz de negociadores embusteros y resentidos, que resultaron empeñando la legalidad en una prendería de quinta categoría en La Habana, en favor de las fuerzas narcoterroristas del crimen organizado.

El problema de haberle vendido el alma al diablo
A cambio de una medalla, se vendió al mundo una falsa ilusión de paz y se le dio sepultura a la autenticidad de un sano debate democrático. Se le dio rienda suelta a la ideologización y los abusos de las cortes en una estructura judicial que ya estaba politizada. Se construyó la moda de una nueva ola de publicidad propagandística enmarcada en una irresponsable corrupción ideológica, con la cual, bajo la complicidad de un parlamento vendido, se engañó al pueblo, a los medios y a la propia la justicia representada en algunos de sus más altos jueces y magistrados, que bendijeron el establecimiento de nuevos órganos paralelos para legalizar todo lo que antes era ilegal.

Siendo muchos jueces y magistrados personas integras y verdaderos apóstoles del derecho, no se puede desconocer que aquí ya parece que no hay a quién se le pueda reclamar en justicia. Menos cuando las actuaciones más visibles de la rama judicial demuestran abusar del poder en favor de los delincuentes.

Cuando los jueces toman abiertamente posición ideológica en los asuntos propios o ajenos a su competencia, se trapea con la legalidad. Cuando se calumnia la honra de las personas en redes y en medios, se le usurpan a “Themis” la venda y la balanza, y es la impunidad lo que resulta después de la mayoría de los atropellos contra la vida, honra, bienes y la libertad de los ciudadanos del común.

Es claro que hoy empezamos a sentir en el diario vivir del ciudadano del común, el efecto nefasto del estupro político que violó la voluntad del constituyente primario desconociendo el triunfo del “no” en el 2016. Hecho con el cual se legitimó en el Congreso un atraco a la democracia a cambio de contratos y cuotas clientelistas, que en su mayoría encajan perfectamente en el concepto de corrupción administrativa.

En medio de un constante mama-toco con la impunidad, las verdades se construyen con acusaciones temerarias en el foro mediático de algunos pasquines y radio-juzgados matutinos, donde en contraposición al derecho universal del debido proceso y la presunción de inocencia, las actuaciones propias de juicios y las condenas, se realizan en lo que dura un programa, y se ratifican, en algunos noticieros de la noche.

Entre tanto, vemos a la propia justicia sufriendo, convertida en negocio transaccional donde hay un trueque de sentencias y penas, a cambio de convenientes informaciones, que luego llevan a otras acusaciones, y en el medio, se pierden los conceptos de la verdad y el equilibrio que debe mantener quien a jurado decidir en justicia.

En resumen, aquí son “los pájaros los que le disparan a las escopetas”, y a menudo, es creando escándalos impertinentes, como a golpe de pluma y micrófono, el cuarto poder es quien resulta determinando con ánimos alevosos, cómo se imparte justicia en Colombia.