Por John Marulanda*
Deprimente la foto de
soldados despojados de su armamento de dotación, amarrados como criminales,
vilipendiados y humillados. Un video en redes mostró al sargento comandante de
esos soldados, llorando de impotencia al narrar cómo fueron agredidos por aborígenes
chocoanos aperados de garrotes. ¡Ah!, nuestros indígenas. Siempre quejosos, de
voz lastimera, pedigüeños, vencidos por la civilización y la tecnología,
luchando por rescatar lo que queda de sus 500 años de historia. Siguen
aferrados a su Pachamama en donde, desde el siglo 16, cultivaron y exportaron
tabaco a Europa y Norteamérica, y en donde hoy cultivan y exportan a esos
mismos destinos, hoja de coca, otra planta andina que brinda euforia a los
ciudadanos “civilizados”.
Esa cocaína les deja a
los indígenas colombianos mucha “lana” (mexicanismo equivalente a dinero) a
pesar de lo cual persisten pobres, implorantes y, por supuesto, acobardados
para detener, desarmar, amarrar y humillar a los miembros de las bandas
narcoterroristas del ELN y las FARC que conviven con ellos. De esta manera, las
Guardias indígenas, organizaciones paramilitares certificadas en el negociado
Santos-farc de Cuba, garrote en mano, están cumpliendo su cometido de
garantizar el negocio del crimen organizado transnacional manteniendo a raya a
soldados y policías.
Mientras los indígenas
cumplen esta tarea –y lo de atacar a las fuerzas de Estado lo hacen en todo el
continente–, otros miembros de la componenda para la desestabilización de Colombia
intentan generar una opinión desfavorable a los efectivos bombardeos contra
campamentos de narcoterroristas en la peri amazónica frontera con Venezuela. Se
rasgan las vestiduras por la muerte de niños en los bombardeos del Guaviare,
desconociendo adrede los parámetros nacionales e internacionales que cumplen
con rigurosidad los militares colombianos para tales operaciones.
El interés de estos
engrupidores mediáticos es detener el arma que sometió militarmente a los
narcoterroristas y facilitarles a las FARC y al ELN, un rápido crecimiento a
expensas del reclutamiento de niños, crimen de guerra que ninguno de esos dos
carteles ha suspendido.
Los niños fueron la
última reserva de nazismo en sus postrimerías, la herramienta más útil del
comunismo cuando toma el poder y materia prima de las mencionadas Guardias
indígenas que agreden a las FFAA. Además, los niños, y en general los civiles,
han sido el inmoral pero mejor escudo para controvertir y prevenir los
bombardeos, mientras adquieren misiles tierra aire que podrían provenir del
arsenal ruso venezolano.
Deterioro, y en lo
posible destrucción de la familia, la religión, la propiedad privada, la libre
empresa y la libertad individual, son las líneas estratégicas del proceso de
desestabilización al que estamos asistiendo. Mientras los indígenas protegen su
cocaína y los narcoterroristas reclutan niños para neutralizar la superioridad
aérea del Estado, algunas jóvenes, con las tetas al aire, trataron de profanar
los templos católicos en Bogotá, tal como lo hicieron en Santiago de Chile.
Estos desórdenes urbanos, estimulados desde los campamentos farianos y elenos,
son la vanguardia de la estrategia de desorden público e inseguridad que busca
sembrar desazón para lograr este año, una desestabilización general anunciada
la semana anterior desde la Casa Blanca, en donde advierten actividades de
agentes rusos con ese propósito y operando desde Venezuela.
La estrategia en
desarrollo, diseñada por el Foro de Sao Paulo y, operada por el Grupo de
Puebla, ya ha sido probada con relativo éxito en otros países y Colombia es
ahora un objetivo preferencial de este tipo de “guerra híbrida”.
Este país, que resistió
durante 60 años el ataque inclemente del extremismo comunista, se ha convertido
en la joya de la corona de obligatoria captura. Pero hay malas noticias para
los promotores encubiertos de tal estrategia. La encuesta de Invamer (Gallup)
de febrero, afirma por vigésimo año consecutivo, que la institución de mayor
credibilidad en el país son las Fuerzas Militares, el Ejército Nacional,
seguido por la Iglesia y los Empresarios. Los enemigos de la democracia tienen,
un 2% de favorabilidad el ELN y un 9% las FARC, porcentaje que comparte con los
partidos políticos. Otro dato interesante es la manera como gran cantidad de
ciudadanos ha venido reduciendo las suscripciones a canales de TV, periódicos y
radioemisoras que, en aras, dicen, de “equilibrio informativo y la búsqueda de
la paz” son generosos con la izquierda y azotadores con las FFMM. Los medios
están 7 puntos debajo de la FFMM. Queda para discutir el papel de las redes
sociales y de los medios alternativos en esta turbulencia.
La foto de los
soldados presagia la situación de los colombianos que será idéntica a la de los
venezolanos: desarmados, amarrados y humillados por bandolas cuyos inspirados
cabecillas marxistas-leninistas viven como millonarios en Disney World a costa
de la nobleza, o la timidez, o la cobardía de los ciudadanos cumplidores de la
ley. Defectos y fallas de la democracia, dicen los tratadistas.