Por Andrés de Bedout Jaramillo*
Los
estatutos tributarios nacionales, departamentales y municipales caminan a la
par con el crecimiento del Estado colombiano en sus múltiples manifestaciones;
yo perdí la cuenta del número de tributos (impuestos, tasa, contribuciones,
multas, etcétera) que tenemos que pagar los colombianos. Todos son de una gran
complejidad en su manejo; insuficientes para cubrir los gastos de
funcionamiento, gastos que son diferentes a los gastos de inversión (salud,
educación, vivienda, saneamiento y agua potable, infraestructura vial, etcétera),
sin mencionar la atención alimentaria a las más de las 2.500.000 familias que
están aguantando física hambre.
No hay
en el mundo sistema tributario más enredado, ineficiente y contrario al
sostenimiento y creación de nuevos empleos, que el nuestro.
El
mejor negocio en Colombia lo conforman la informalidad, la evasión y la elución;
el sistema está montado para que sea así.
Mientras
el Estado en todos sus niveles no arranque con un plan de austeridad, no habrá
reforma tributaria que alcance a seguir satisfaciendo los intereses descarados
de la política, permeada por las mafias del narcotráfico, la corrupción y de
ese afán de pretender que todos sus andamiajes tengan que vivir del Estado; y
no de cualquier manera, con todas las prebendas que pretenden tener, para
diferenciarlos de los demás ciudadanos, como seres superiores, cada vez más
odiados por el pueblo.
Esto
que estoy escribiendo lo podemos confirmar viendo durante años las noticias que
los medios de comunicación nos traen cada día, con los estudios que los tanques
de pensamiento nos están presentando fresquitos como aportes a la pretendida
reforma y con el aprovechamiento político que, en las puertas de las campañas
parlamentarias y presidenciales, están haciendo nuestros políticos.
Nadie
ha presentado un plan de austeridad reduciendo los ingresos de los que más nos
cuestan, parlamentarios, magistrados y altos funcionarios del gobierno de
ninguno de los partidos y movimientos políticos quieren rebajarse a ciudadanos
del común, como debería ser, y permitir ahorros importantes que alivien las
finanzas del Estado. Al contrario, siempre están pensando en cómo mejorar su
estatus, cómo crecer el Estado para acomodar a sus seguidores, cómo sacar más
tajada para su beneficio personal, olvidando que la gallina de los huevos de
oro, ya no es capaz de poner más huevos, porque el socialismo tributario
establecido tiene al borde de la quiebra a los pocos negocios que quedaron
vivos después de la pandemia, que vino a quedarse, retrasando los objetivos del
desarrollo sostenible del pacto de la ONU, que en mi sentir depende muchísimo
de las esperadas conclusiones del foro económico de DAVOS, que aún no
conocemos.
Lo único
claro y concreto es que en Colombia crece el hambre, el desempleo, la deuda
pública y privada, al igual que crecen las ambiciones desmedidas de
congresistas y magistrados.
Coinciden
los análisis y las recomendaciones, pero la austeridad no se ve por ninguna
parte. Se pretende que el mayor generador de empleo siga siendo el Estado, en
actividades que están muy lejos de garantizar su sostenimiento a punta de
impuestos, tasas, contribuciones y multas a un sector formal en vía de
extinción, por el grado de insostenibilidad en que lo han colocado.
Les
recomiendo las recientes entrevistas de Arturo Calle, de Álvaro Uribe, del
congresista Pérez Pineda y muchos otros de diferentes partidos y movimientos
dispuestos a sacrificarse, los informes de ANIF, de Fedesarrollo, de los
diferentes columnistas de todas las tendencias, etcétera.
Que
nuestro Señor Jesucristo nos ayude a entender que vamos mal, que tenemos que
enderezar el rumbo, que no podemos perder más tiempo, los indicadores
desfavorables crecen muy rápido.
El
socialismo tributario nos está acabando.