miércoles, 24 de febrero de 2021

Nuestro fracturado Ministerio de la Verdad

Por José Alvear Sanín*

Lenin resolvió el problema filosófico de la verdad decretando que el partido define lo que es cierto y lo que es falso. Y resolvió el problema de la historia, determinando que toca al partido interpretarla, juzgarla y escribirla.

Si a esos “principios” agregamos el primero, que es ético todo lo que sirve a la revolución e inmoral todo lo que la detiene, podremos entender la importancia que para el partido tiene la verdad si se convierte en herramienta de lucha política.

Cuando la verdad deja de ser la conformidad de los hechos con el concepto que de ellos se forma la mente, para transformarse en propaganda, y cuando la historia deja de ser la libre indagación de los acontecimientos del pasado para volverse relato político obligatorio, el control totalitario de la población hace posible la imposición de la nueva cultura necesaria para el surgimiento de ese “hombre nuevo”, liberado de todas las estructuras del pasado —familia, patria, libertad individual, religión, propiedad privada, derecho.

Entonces, el diario que determinará lo que hay que pensar se llamará Pravda (La Verdad) y luego aparecerá una enciclopedia que codificará las creencias y modificará la historia a la medida de las necesidades políticas. (Antes había que recoger y cambiar millares de volúmenes, pero ahora esas modificaciones se hacen muy fácilmente a través de los medios electrónicos). Desde luego, verdad e historia son mutables a medida de los dictados o caprichos del jefe.

Quien comprendió mejor que nadie la operación del estado totalitario, propia del comunismo, fue George Orwell. Por eso su novela 1984, arranca con la descripción del gobierno ejercido por cuatro ministerios: el del Amor, para administrar los castigos y torturas a quienes no amen al Gran Hermano; el de la Abundancia, para gestionar el racionamiento; el de la Paz, que se encarga de la guerra exterior permanente y de la consiguiente conformidad interna; y el de la Verdad, que se “dedica a manipular y destruir los documentos históricos de todo tipo (incluidas fotos, libros y periódicos), para conseguir que las evidencias del pasado coincidan con la verdad oficial de la historia…”

En Colombia venía avanzando la creación del “Ministerio de la Verdad” a través de dos organismos paralelos perfectamente coordinados, la Comisión de la Verdad —dedicada a la mentira—, y el Centro Nacional de la Memoria Histórica (CNMH), para la creación del material de apoyo indispensable para dar impresión de veracidad a las mentiras procedentes de dicha Comisión.

El producto de ese contubernio tendría salida en forma de textos para inculturar, a través de la obligatoria Cátedra de la Paz, en todos los establecimientos educativos.

Pero hace dos años y medio se rompió el tándem, porque un verdadero historiador —tanto por su doctorado como por sus objetivos libros y estudios, además de sus largos años de cátedra—, Rubén Darío Acevedo Carmona, fue nombrado director del Centro Nacional de Memoria Histórica.

Para quien no esté familiarizado con el tema de la inculturación marxista para el cambio de la mentalidad y las creencias en una sociedad, cuyo principal teórico fue Antonio Gramsci, resultan inexplicables el odio, virulencia y sevicia con las que se lo ataca a todas horas y todos los días, desde la fecha de su posesión, en el Congreso, los medios masivos, las redes sociales y foros internacionales. Y como no han podido quebrantarlo ni tampoco se ha descompuesto en el cumplimiento de su deber, ni perdido la ecuanimidad, se aprestan a entregarlo a la JEP, brazo “jurídico” de la revolución.

Estos ataques no cesarán hasta que este o el próximo gobierno nombre a alguien comprometido con la historia que sale de la “Comisión” y de las facultades de “Historia”, que vienen formando el personal docente necesario para inculcar la versión marxista-leninista de todo nuestro pasado.

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¡Reconstrucción o catástrofe!