Si a esos “principios” agregamos el primero,
que es ético todo lo que sirve a la revolución e inmoral todo lo que la
detiene, podremos entender la importancia que para el partido tiene la verdad si
se convierte en herramienta de lucha política.
Cuando la verdad deja de ser la conformidad de
los hechos con el concepto que de ellos se forma la mente, para transformarse
en propaganda, y cuando la historia deja de ser la libre indagación de los
acontecimientos del pasado para volverse relato político obligatorio, el
control totalitario de la población hace posible la imposición de la nueva
cultura necesaria para el surgimiento de ese “hombre nuevo”, liberado de todas
las estructuras del pasado —familia, patria, libertad individual, religión,
propiedad privada, derecho.
Entonces, el diario que determinará lo que hay
que pensar se llamará Pravda (La
Verdad) y luego aparecerá una enciclopedia que codificará las creencias y
modificará la historia a la medida de las necesidades políticas. (Antes había
que recoger y cambiar millares de volúmenes, pero ahora esas modificaciones se
hacen muy fácilmente a través de los medios electrónicos). Desde luego, verdad
e historia son mutables a medida de los dictados o caprichos del jefe.
Quien comprendió mejor que nadie la operación
del estado totalitario, propia del comunismo, fue George Orwell. Por eso su
novela 1984, arranca con la
descripción del gobierno ejercido por cuatro ministerios: el del Amor, para
administrar los castigos y torturas a quienes no amen al Gran Hermano; el de la
Abundancia, para gestionar el racionamiento; el de la Paz, que se encarga de la
guerra exterior permanente y de la consiguiente conformidad interna; y el de la
Verdad, que se “dedica a manipular y destruir los documentos históricos de todo
tipo (incluidas fotos, libros y periódicos), para conseguir que las evidencias
del pasado coincidan con la verdad oficial de la historia…”
En Colombia venía avanzando la creación del “Ministerio
de la Verdad” a través de dos organismos paralelos perfectamente coordinados,
la Comisión de la Verdad —dedicada a la mentira—, y el Centro Nacional de la
Memoria Histórica (CNMH), para la creación del material de apoyo indispensable
para dar impresión de veracidad a las mentiras procedentes de dicha Comisión.
El producto de ese contubernio tendría salida
en forma de textos para inculturar, a través de la obligatoria Cátedra de la
Paz, en todos los establecimientos educativos.
Pero hace dos años y medio se rompió el tándem,
porque un verdadero historiador —tanto por su doctorado como por sus objetivos
libros y estudios, además de sus largos años de cátedra—, Rubén Darío Acevedo
Carmona, fue nombrado director del Centro Nacional de Memoria Histórica.
Para quien no esté familiarizado con el tema de
la inculturación marxista para el cambio de la mentalidad y las creencias en
una sociedad, cuyo principal teórico fue Antonio Gramsci, resultan
inexplicables el odio, virulencia y sevicia con las que se lo ataca a todas
horas y todos los días, desde la fecha de su posesión, en el Congreso, los
medios masivos, las redes sociales y foros internacionales. Y como no han
podido quebrantarlo ni tampoco se ha descompuesto en el cumplimiento de su
deber, ni perdido la ecuanimidad, se aprestan a entregarlo a la JEP, brazo
“jurídico” de la revolución.
Estos ataques no cesarán hasta que este o el
próximo gobierno nombre a alguien comprometido con la historia que sale de la
“Comisión” y de las facultades de “Historia”, que vienen formando el personal
docente necesario para inculcar la versión marxista-leninista de todo nuestro
pasado.
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¡Reconstrucción o catástrofe!