Por José Alvear Sanín*
Nunca
ha estado la economía colombiana en situación peor: menor ingreso fiscal, de unos
80 billones de pesos… servicio de la deuda, de unos 60 billones… déficit en
balanza de pagos, de unos 15.000 millones de dólares… endeudamiento externo
total de 147 billones de dólares… desempleo del 25% y más, y juvenil, del
40%... dependencia cambiaria de las exportaciones ilegales…
Este
panorama es aterrador y uno no puede dejar de admirar la calma de las
autoridades económicas, ajenas al pánico. Desde luego, si el presidente y el Minhacienda
manifestaran la angustia que deben sentir, la situación sería mucho peor.
Tampoco
nunca antes ha sido más urgente un plan integral de recuperación económica. A
veces los ministros hablan de reactivación a base de inversiones gigantescas en
ambiciosos proyectos, públicos, privados y mixtos, pero la Tesorería está
desfondada y el sector privado, exhausto. Sin embargo, no se considera nunca el
adelgazamiento del Estado, la austeridad en el gasto y el aplazamiento de
erogaciones suntuarias.
Finalmente,
el gobierno anuncia un alza masiva de impuestos bajo la manida etiqueta de
“reforma tributaria”, para recaudar unos 20 billones de pesos, suma que no
alcanza para equilibrar las finanzas; y también aparece una fórmula mágica, la
compra de ISA por parte de Ecopetrol, que no puede lograrse —aun si fuese tan
benéfica como se dice— sin grandísimo endeudamiento de la petrolera, es decir,
con más pasivos exteriores, así sean indirectos, del Estado.
Pero,
en realidad, el gobierno no puede dejar de endeudarse inercialmente hasta donde
le presten, porque sabe: 1. Que, en un país arruinado por la pandemia, el alza
de impuestos rendirá apenas una parte del mayor recaudo precalculado. 2. Que el
congreso no aprobará esa reforma tributaria; apenas, si mucho, una partecita.
3. Que la eliminación de las exenciones no dará mayor recaudo, pero pondrá
contra las cuerdas a una multitud de empresas, agravará el desempleo y
ahuyentará nuevas inversiones.
Y
lo más grave: Si apenas con el anuncio de un IVA del 19% sobre toda la canasta
familiar, al iniciarse la administración en un país relativamente próspero, los
índices de aprobación del gobierno se fueron al suelo para nunca recuperarse,
¿qué pasará ahora con el sol a las espaldas y en un país depauperado?
Nada
habría más grave que un gobierno sin el menor apoyo popular, a pocos meses de
unas elecciones que pueden traer la revolución castro-chavista, porque un
pueblo con hambre y desesperanzado se aferra a cualquier promesa, por absurda
que parezca a las gentes de los estratos 5, 6, 7 y 8…
Alguien
me observaba que con el IVA de 19% sobre los víveres, el gobierno poco gana
pero Petro gana todo.
¿Habrá
llegado el momento de prepagar deuda
externa apelando a las reservas del Banco de la República, de 59.000 millones
de dólares, para aliviar la Tesorería?
No
dudo que en Iberoamérica todos los gobiernos atraviesen situaciones similares.
¿Será que deben reunirse todos los presidentes, desde México hasta la
Patagonia, para poder decidir acciones conjuntas frente a esta crisis,
decretando una moratoria colectiva para
renegociar, reprogramar y refinanciar conjuntamente la deuda
continental?
Estamos
en momentos de suprema urgencia, porque el tiempo se agota y no aparece el líder
que reclama la situación.
Con
excepción de Petro, nadie tiene la solución de la crisis. En cambio, él ya ha
anunciado que esta se conjura con emisión de 15 billones.
¿Una,
dos, tres o más?, pero las personas corrientes, el 90% del electorado, no se
dan cuenta de que esa es la solución venezolana… unas quincenas con los platos
llenos y el hambre y la opresión durante los siguientes 60 años.
En
todo caso, Petro no oculta con prudencia sus planes demenciales. Aprendió de
Hitler que un electorado famélico, esperanzado con promesas seductoras, no
analiza las locuras anunciadas… y en sus oídos resuena aquel inmortal canto
gaucho: ¡Pícaro o ladrón, queremos a Perón!
***
¡Après
moi le déluge!
***
¡Reconstrucción
o catástrofe!