Por Pedro Juan González Carvajal*
En varias ocasiones he
hecho pública mi posición en contra del traslado del Aeropuerto Olaya Herrera.
De cuando en vez, al
burgomaestre de turno se le ocurre revivir el tema y plantearlo como una idea
maravillosa, lo cual es respetable, pero la cual no comparto.
Es más, no solamente soy
contrario a la posibilidad de su traslado, sino que soy amigo de su
fortalecimiento con relación a habilitarlo para vuelos nocturnos, complementando
con la modernización del principal aeropuerto de cada una de las subregiones de
Antioquia para garantizar la adecuada movilidad dentro de un Departamento que
debido a su topografía, cada que hay un invierno fuerte, debe hacer maromas
para dar enormes vueltas y así cumplir con los recorridos iniciales, lo cual es
abiertamente un exabrupto en temas de competitividad.
Obviamente el lote actual
del aeropuerto debe mantener de “baba chorreada” a los grandes constructores y
urbanistas, que, para poder acceder al menos a una parte del mismo, han
propuesto la construcción de un central
park medellinense, lo cual suena muy bonito, pero considero que es un
eufemismo distractor para construir muchos edificios y malls de comercio, al lado de un pequeño parque.
En vez de pensar en un
supuesto parque recreativo y arborizado donde hoy está el aeropuerto Olaya
Herrera, uno de los principales aeropuertos con mayor cantidad de pasajeros
movilizados del país, ahí tenemos el desafío ya estudiado, evaluado,
dimensionado y calculado por parte de EPM en su momento, del Plan siembra que
consiste en plantar 11 millones de árboles en las laderas del Valle de Aburrá
para controlar la expansión de construcciones piratas, generar empleo para
centenas de familias guardabosque, limpiar el aire, acceder al Protocolo de
Kioto y disminuir la temperatura promedio, sin olvidar el enorme impacto visual
y paisajístico una vez crezcan todos los árboles, así como las actividades
turísticas y recreativas alrededor del senderismo, el ciclo montañismo y otras
actividades asociadas.
No podemos olvidar,
además, la intervención planteada en nuestros 7 cerros tutelares, lo que nos
permitiría soñar y aproximarnos a la realidad de la ciudad de las flores y de
la ciudad que combate la contaminación de múltiples maneras, todas ellas
aportantes, complementarias e inteligentes.
Ya tuvimos un alcalde que
colocó una malla en la mitad de la pista e históricamente es reconocido como un
mandatario miope y torpe.
Pensemos en grande y
sepamos aplicar nuestros pocos recursos y el poco espacio disponible que ofrece
el Valle de Aburrá en proyectos que verdaderamente sean de alto impacto y
actúen como detonantes del desarrollo.
Ahora bien, hablando de
obras de ornato construidas y mal tenidas, el recorrido que hay por la Carrera
65 entre el Aeropuerto Olaya Herrera y la Calle 30 se ha convertido en un
verdadero muladar.
Con un separador central
bien delimitado, arborizado, con jardines sembrados, más o menos iluminado, se
ha convertido en un botadero de basuras y de escombros de manera permanente.
Mientras tanto, Empresas Varias de Medellín, tan eficiente en algunos sectores,
aquí no ha dado muestras de efectividad, sino de gran displicencia e
ineficiencia.
¡Lejos estamos de nuestra
añorada “Tacita de plata”!