martes, 2 de febrero de 2021

De cara al porvenir: la hora loca

Pedro Juan González Carvajal
Por Pedro Juan González Carvajal*

Lamentable a todas luces la muerte de cualquier ser humano por el tema de la pandemia. Sin embargo, la desaparición del ministro de Defensa, Carlos Holmes Trujillo y la de Julio Roberto Gómez, presidente de la Confederación General del Trabajo de Colombia, coincidencialmente el mismo día, debe llamarnos la atención de que este virus no respeta ni credo ni condición. La cosa es en serio y no podemos relajarnos ni ante el uso obligatorio del tapabocas, ni ante la lavada continua de las manos, ni ante el distanciamiento social.

Ya lo aseveraba el gran pensador jesuita Pierre Teilhard de Chardin, que el árbol de la vida debía ser podado periódicamente. Sin embargo, es prudente que conscientemente no demos papaya.

Y hablando de temas filosóficos, está en el centro de la discusión en los círculos académicos interesados en el tema, si la filosofía se aprende o si la filosofía se hace. Discusión asociada hoy por hoy a la reflexión acerca de la vivencia ética por encima de la especulación teórica sobre la ética, donde el buen vivir y el buen comportamiento debe ser algo natural en la experiencia de vida, si queremos presentarnos como seres civilizados.

En medio del pandemonio noticioso, se hace evidente que una cosa es saber, y otra cosa es estar informado. La vertiginosidad de los acontecimientos, la turbulencia que desata las pasiones y la ligereza con la cual son tratados los temas, sin contar los intereses propios de los dueños de los medios de comunicación, hacen que nuestra realidad esté asombrosamente asociada a lo subrealista.

¿Quién sabe que sabe? ¿Quién cree saber? ¿Qué es lo que supuestamente se sabe? Digamos que existen las verdades oficiales de las cuales nos pegamos la mayoría de los humanos, para sentir algún tipo de seguridad ante la omnipresencia creciente de la incertidumbre.

La responsabilidad actual de los mandatarios de turno a lo largo y ancho del planeta los obliga a ser muy ágiles para visualizar, entender, comprender, analizar y evaluar el impacto de sus posibles decisiones. No es el momento de ser rigurosos en el análisis, pues se podría caer muy fácilmente en lo que algunos analistas califican y denominan como “La parálisis por análisis”. La velocidad de los acontecimientos y la necesidad de respuestas rápidas es hoy uno de los signos y las exigencias que traen nuestros tiempos actuales.

Esta pandemia nos ha puesto en evidencia, por fin, un fenómeno de carácter global, diferente a los ejemplos previos asociados únicamente a situaciones económicas.

Lo que sí es claro es que esta pandemia nos ha hecho reconocer que somos un planeta fraccionado, al cual le falta mucho camino por recorrer para que pueda ser observado y administrado como un organismo vivo, como un ente global. Hoy por hoy se requieren decisiones del orden planetario y lo que vemos es decisiones de bajísimo orden de magnitud y de poquísimo y verdadero impacto entre las unidades político administrativas nacionales y subnacionales, ante la carencia de una institucionalidad apropiada. Debería ser la Organización Mundial de la Salud la que determinara los protocolos planetarios, las medidas de implementación de encierros o de cuarentenas, la administración central de la producción y distribución de las vacunas, dando las pautas a seguir a todos los gobiernos del mundo sin distingos de ningún tipo, las cuales deberían ser acatadas por todos.

¿Qué se gana con que un país cierre sus fronteras si los otros las mantienen abiertas? ¿Cuál es el sentido real de la democracia entre países y dentro de los países cuando existen privilegios para el acceso a las vacunas? Personalmente pienso que esta situación será una estocada mortal para el sentido, la comprensión y la aceptación de la continuidad de los modelos mal llamados democráticos en el mundo.

Como sugería Daniel Bell, a las sociedades en los distintos niveles, hay que observarlas como seres vivos, como un organismo compuesto de muchas partes, o dicho más estrictamente, de muchos subsistemas.

Si el planeta no aprende a integrarse, si los países no se unen en sus respectivos interiores, pues tranquilos, este será el principio del fin de nuestra especie y nosotros seremos testigos pasivos, o mejor dicho, cómplices de tan estruendoso fracaso.

No sé cuál es el descreste por la insistencia del presidente Biden en su discurso de posesión invitando a los ciudadanos norteamericanos a que se unan, pues si no se unen, no saldrán adelante. Verdad de Perogrullo que algunos aceptan, pero no practican, comenzando por los pretendidos líderes caudillistas que hoy pululan en el mundo, como una peste paralela.

No sé ni entiendo que quieren decir las autoridades cuando ante los continuos asesinatos de líderes sociales y de reinsertados del proceso de paz, argumentan que no se trata de crímenes sistemáticos. Con el debido respeto o no conocen el concepto de sistemicidad o nos creen pendejos a todos.