viernes, 19 de febrero de 2021

Arrupe inolvidable

José Leonardo Rincón Contreras
José Leonardo Rincón, S. J.*

En 1981, al volver de su último viaje a las Filipinas, en el aeropuerto de Fiumicino, en Roma, el Superior General de los Jesuitas sufrió una trombosis que lo postró en cama por 10 años hasta su muerte, el 5 de febrero de 1991. Hoy, 30 años después y en homenaje suyo, escribo estas líneas.

Como dirían los antiguos historiadores “corría el año de Gracia del Señor” de 1977 y mi “traga” por la Compañía de Jesús estaba en su pleno apogeo. Era un estudiante de San Bartolomé, cuando por los medios de comunicación me enteré de que nos visitaría el Papa Negro, así denominado el General de los jesuitas, el vasco y muy parecido físicamente a su fundador, Pedro Arrupe Gondra.

Para mi decepción, ese 16 de agosto, nos dieron tarde libre, de manera que por mis propios medios decidí irme a casa, ponerme los mejores chiros que tenía y volverme al colegio. Mi objetivo era conocer de cerca a tan famoso personaje y, quizás, si tuviera suerte, saludarlo personalmente. El corazón se agitó cuando lo vi llegar por la plazoleta, caminando junto a Gerardo Arango, el entonces provincial. Venían a buen paso, parece sobre el tiempo, de manera que no hubo tiempo de nada. Lo vi pasar raudo por las escaleras, hacia la sala de comunidad donde se reuniría con los jesuitas de las dos comunidades que había en el edificio, la del Mayor y el Centro Loyola.

No conforme con tan fugaz encuentro, en el que me impactó su menuda figura y su sencillez al saludar y sonreír con quienes se topó a su paso, decidí quedarme a la misa de Últimos Votos que presidiría esa noche en nuestra colonial iglesia de San Ignacio. Aproveché el tiempo intermedio para cranear qué hacer para tenerlo más de cerca. Con mis amigos Alirio Aguiar (hoy jesuita Hermano) y los acólitos Jairo y Francisco Martínez (hoy director de la DTI en la Javeriana), nos levantamos tres grabadoras. Jesús Sanín, el Rector de la Iglesia sería nuestro cómplice y el pretexto sería abordarlo a propósito del Apostolado de la Oración, obra de la que el General era su director mundial, Sanín el nacional y el suscrito coordinador de AJUO, la sección juvenil criolla, de lo que luego se llamó MEJ.

Llegada la hora bonita, al finalizar la eucaristía, observé que mientras se quitaba los ornamentos, Arrupe quedó sólo. Entendí que era mi oportunidad y sin temor alguno me le acerqué y le dije: Paternidad, somos del Apostolado Juvenil de la Oración, ¿podría usted regalarnos una entrevista? Y para mi sorpresa, accedió con gusto, me tomó por el brazo y en la antesacristía nos ofreció unos consejos. Estábamos tan deslumbrados que cuando quisimos oír la grabación de sus palabras, encontramos que ninguna de las tres grabadoras estaba bien: una tenía mal colocadas las pilas, la otra estaba sin volumen y en la tercera en vez de hundir simultáneamente las teclas play y récord, solo lo hicimos con la primera, de modo que la cinta del casette corrió, pero no grabó. ¡Qué fiasco! Una ocasión única: perdida.

Mi osadía no tuvo límite, abatido pero no vencido, noté que Arrupe dialogaba con algunos jesuitas. Me fui acercando, de modo que cuando hubo un espacio, le dije la verdad y para mi total sorpresa accedió nuevamente, volvimos al sitio, esperó que los aparatos estuviesen a punto y nos dijo estas palabras que he grabado en mi memoria, una por una: “Ahora que sois jóvenes y perteneceis a esta asociación del Apostolado Juvenil, debéis tener en cuenta que vais a ser mucho más perfectamente apóstoles cuando hayáis crecido y desarrollado más porque, naturalmente, cuando tengáis más conocimiento de Dios, más conocimiento de la vida, ciertamente podreis desarrollar el apostolado mucho mejor. Pero para eso se necesita prepararse y para prepararse, una condición necesaria, para ser apóstoles, es ir como iban antiguamente los discípulos del Señor a decirle: Señor, enséñanos a orar, Señor, enséñanos qué significa esta parábola, así que, si vosotros vais con frecuencia al sagrario con ese sentido, a la eucaristía, Él os revelará lo que significa realmente el Evangelio. ¿Está bien? Y cuando vayáis a Roma algún día, me llamáis al Borgo Sancto Spirito 5 y os saldré a recibir, ¿eh?”.

Creo que no hubo esa noche un ser más feliz que yo sobre la faz de la tierra, pero también más empecinado y terco, de modo que, como si no hubiese sido suficiente, nos hicimos tomar una foto cuando iba a comenzar la cena y al finalizar, lo asalté para tomarle un autógrafo que aún conservo, junto a su foto, en mi habitación. Me volví fan Arrupiano al 100%, me devoré sus escritos, especialmente “Este Japón increíble” y año tras año, hasta que me hice jesuita hace 40 años, tuve cercanía epistolar con él. Guardo, cual reliquia y tesoro, sus cartas y tarjetas autógrafas de Navidad y doy gracias a Dios por haberme permitido conocer en vida a un santo. Arrupe lo es. Fue encarnación plena del carisma Ignaciano. Fiel hombre de Iglesia le tocó vivir y liderar al interior de la Compañía el impacto renovador del Vaticano II, pero también padecer la incomprensión e incluso la persecución, más desde dentro que desde fuera, sin tambalear nunca en su amor apasionado por Cristo.

Arrupe fue un hombre grande y doy público testimonio de su bondad y afectuosa acogida, de su sencillez y humildad que me resultaron fascinantes en alguien que con razón bien podría sentirse importante, porque lo fue. Un profeta visionario que inspiró el horizonte apostólico de la Compañía y la vida religiosa misma. El General que nombró Provincial al joven Bergoglio sin saber que ahora de Papa lo puede inscribir en el catálogo de los Santos. Inolvidable Arrupe, Arrupe, ¡inolvidable!