Por José Alvear Sanín*
Unos cinco millones de venezolanos, cerca del
20% de la población del vecino país, imploran fuera de su patria unas pocas
monedas para malvivir y poco comer. Después de caminar centenares de kilómetros
llegan a Colombia; muchos siguen al Ecuador y Perú o hasta Chile, y por el Oriente
son numerosos los que se refugian en Brasil.
El espectáculo de esas familias con sus bebés
famélicos es desgarrador, pero también es doloroso el de los padres o madres
que han dejado sus hijos atrás, buscando algún pequeño ingreso para remitir a
su tierra y arrebatando el de los nativos más pobres en los países donde han
llegado. Y Venezuela no era un país paupérrimo como los del Sahel, ni
desgarrado por guerras interminables como Siria y Afganistán, ni con
estructuras de aguda desigualdad, como algunos de Centroamérica.
En la riquísima patria de Bolívar, el comunismo
acabó desde luego con las libertades, pero también con la comida, la energía,
el agua potable, la salud pública y hasta el petróleo, logrando empero el
campeonato mundial histórico de inflación inercial galopante y perpetua. Por
eso, en Colombia ya tenemos unos dos millones y esperamos este año otros tantos,
según el pronóstico de varias organizaciones internacionales.
En consecuencia, nadie puede entender cómo, con
el ejemplo de al lado y la presencia de millones de venezolanos mendigando,
puede haber inminente peligro comunista en Colombia.
¿Cómo es eso posible? ¿Cómo pudo Petro, uno de
los asesores favoritos de Chávez, sacar ocho millones de votos en 2018, cuando
ya estábamos llenos de venezolanos? ¿Y cómo puede ese individuo encabezar las posibilidades
presidenciales para 2022?
Simplemente nos hemos acostumbrado a considerar
a los venezolanos como un problema urbano más, como el de los drogadictos, la
prostitución, el de las pobres mujeres indígenas con sus hijos desharrapados
mientras sus caciques, chamanes y mamos se quedan con todo, así como tantas
veces toleramos carreteras y calles mal pavimentadas, parques enmalezados o
buses destartalados…
El problema venezolano, entonces, se ha
invisibilizado. Está prácticamente ausente del discurso político, aunque a
veces se recuerda que unos “disidentes” de las FARC y otros del ELN actúan en
el país vecino. Cuando toca, se repite que la negociación es la salida para la
crisis de ese país, y a veces recibimos a líderes tibios de la oposición a
Maduro, o se plantea el problema de la vacunación de los no registrados, pero
el tema político más importante, que es el del peligro de la venezolanización
de Colombia, no preocupa mayormente.
Repito, pues, que este asunto está tan
invisibilizado como el del cogobierno de las FARC a través de la vigencia de la
supraconstitución que nos impusieron, o como el del incumplimiento de sus trece
compromisos, mientras el gobierno sigue apegado a los términos del tal “acuerdo
final”.
Bien sé que hay otros temas invisibles, como el
de la usurpación judicial del poder ejecutivo y el del rampante predominio de
las exportaciones de narcóticos y de oro para nutrir el ingreso de divisas, porque
resulta que lo políticamente correcto es dejar esos temas de lado para no
incomodar a las temibles fuerzas de la izquierda, académicas, políticas o
paramilitares, que avanzan imparables frente a gobiernos, dirigentes políticos
y élites timoratas.
En cambio, de cara a los próximos debates
electorales, desde ahora hay necesidad de advertir al pueblo colombiano acerca
de lo que realmente está en juego, si Petro alcanza el poder.
Venezuela pudo funcionar unos quince años
porque exportaba millones de barriles de crudo a US $100, pero Colombia no
resistirá más de seis a doce meses de un gobierno comunista, y cuando millones
aguantemos hambre, opresión y matanzas, no tendremos a dónde ir a mendigar.
Ese es el escenario omitido, que nadie quiere
poner de presente ante un país que no quiere verlo. Hay que olvidar la tragedia
venezolana, para no hablar del comunismo que la causó y que en Colombia domina
cortes, universidades y medios masivos, que con su algarabía invisibilizan los
verdaderos problemas.
El futuro de Colombia puede ser el presente de
Venezuela, si no despertamos a la cruda realidad política. Estamos muy cerca
del abismo, discutiendo futesas —porque aquí dizque “no pasa nada”—, mientras
los enemigos sí saben para dónde van y cómo lo van a lograr.
***
Hace bien el doctor Duque negándose a nuevos
“diálogos” con el ELN, porque otra “negociación” solo puede conducir a más
curules para el narcoterrorismo y a la entrega de lo poquito que falta, pero la
presión sobre el gobierno para que ceda, desde el santismo hasta la Iglesia,
nunca dará tregua…
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Aunque más lejos de Caracas, ¿cómo es posible
que otro favorito de Chavéz, Pablo Iglesias, con un puñado de curules sostenga
y domine el abominable gobierno social-comunista de Madrid?
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¡Reconstrucción o catástrofe!