miércoles, 20 de enero de 2021

Esos invisibles venezolanos

José Alvear Sanín

Por José Alvear Sanín*

Unos cinco millones de venezolanos, cerca del 20% de la población del vecino país, imploran fuera de su patria unas pocas monedas para malvivir y poco comer. Después de caminar centenares de kilómetros llegan a Colombia; muchos siguen al Ecuador y Perú o hasta Chile, y por el Oriente son numerosos los que se refugian en Brasil.

El espectáculo de esas familias con sus bebés famélicos es desgarrador, pero también es doloroso el de los padres o madres que han dejado sus hijos atrás, buscando algún pequeño ingreso para remitir a su tierra y arrebatando el de los nativos más pobres en los países donde han llegado. Y Venezuela no era un país paupérrimo como los del Sahel, ni desgarrado por guerras interminables como Siria y Afganistán, ni con estructuras de aguda desigualdad, como algunos de Centroamérica.

En la riquísima patria de Bolívar, el comunismo acabó desde luego con las libertades, pero también con la comida, la energía, el agua potable, la salud pública y hasta el petróleo, logrando empero el campeonato mundial histórico de inflación inercial galopante y perpetua. Por eso, en Colombia ya tenemos unos dos millones y esperamos este año otros tantos, según el pronóstico de varias organizaciones internacionales.

En consecuencia, nadie puede entender cómo, con el ejemplo de al lado y la presencia de millones de venezolanos mendigando, puede haber inminente peligro comunista en Colombia.

¿Cómo es eso posible? ¿Cómo pudo Petro, uno de los asesores favoritos de Chávez, sacar ocho millones de votos en 2018, cuando ya estábamos llenos de venezolanos? ¿Y cómo puede ese individuo encabezar las posibilidades presidenciales para 2022?

Simplemente nos hemos acostumbrado a considerar a los venezolanos como un problema urbano más, como el de los drogadictos, la prostitución, el de las pobres mujeres indígenas con sus hijos desharrapados mientras sus caciques, chamanes y mamos se quedan con todo, así como tantas veces toleramos carreteras y calles mal pavimentadas, parques enmalezados o buses destartalados…

El problema venezolano, entonces, se ha invisibilizado. Está prácticamente ausente del discurso político, aunque a veces se recuerda que unos “disidentes” de las FARC y otros del ELN actúan en el país vecino. Cuando toca, se repite que la negociación es la salida para la crisis de ese país, y a veces recibimos a líderes tibios de la oposición a Maduro, o se plantea el problema de la vacunación de los no registrados, pero el tema político más importante, que es el del peligro de la venezolanización de Colombia, no preocupa mayormente.

Repito, pues, que este asunto está tan invisibilizado como el del cogobierno de las FARC a través de la vigencia de la supraconstitución que nos impusieron, o como el del incumplimiento de sus trece compromisos, mientras el gobierno sigue apegado a los términos del tal “acuerdo final”.

Bien sé que hay otros temas invisibles, como el de la usurpación judicial del poder ejecutivo y el del rampante predominio de las exportaciones de narcóticos y de oro para nutrir el ingreso de divisas, porque resulta que lo políticamente correcto es dejar esos temas de lado para no incomodar a las temibles fuerzas de la izquierda, académicas, políticas o paramilitares, que avanzan imparables frente a gobiernos, dirigentes políticos y élites timoratas.

En cambio, de cara a los próximos debates electorales, desde ahora hay necesidad de advertir al pueblo colombiano acerca de lo que realmente está en juego, si Petro alcanza el poder.

Venezuela pudo funcionar unos quince años porque exportaba millones de barriles de crudo a US $100, pero Colombia no resistirá más de seis a doce meses de un gobierno comunista, y cuando millones aguantemos hambre, opresión y matanzas, no tendremos a dónde ir a mendigar.

Ese es el escenario omitido, que nadie quiere poner de presente ante un país que no quiere verlo. Hay que olvidar la tragedia venezolana, para no hablar del comunismo que la causó y que en Colombia domina cortes, universidades y medios masivos, que con su algarabía invisibilizan los verdaderos problemas.

El futuro de Colombia puede ser el presente de Venezuela, si no despertamos a la cruda realidad política. Estamos muy cerca del abismo, discutiendo futesas —porque aquí dizque “no pasa nada”—, mientras los enemigos sí saben para dónde van y cómo lo van a lograr.

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Hace bien el doctor Duque negándose a nuevos “diálogos” con el ELN, porque otra “negociación” solo puede conducir a más curules para el narcoterrorismo y a la entrega de lo poquito que falta, pero la presión sobre el gobierno para que ceda, desde el santismo hasta la Iglesia, nunca dará tregua…

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Aunque más lejos de Caracas, ¿cómo es posible que otro favorito de Chavéz, Pablo Iglesias, con un puñado de curules sostenga y domine el abominable gobierno social-comunista de Madrid?

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¡Reconstrucción o catástrofe!